En invierno, los barrios más alejados del centro de Chicago son grises aunque tengan nombre de cerveza checa. A principios de la década de los setenta, Pilsen era la puerta de entrada de los migrantes mexicanos a la ciudad, quienes colonizaron casas y naves industriales. El barrio se convirtió en la referencia de la comunidad mexicana en la ciudad: se multiplicaron las taquerías, las escuelas de habla hispana, las tiendas de abastos con productos importados.

Tres de cada cuatro habitantes de Pilsen son mexicanos, algo que se reconoce por las banderas tricolor en muchas casas, todos los letreros en español, y que en medio de un parque está el Museo Nacional de Arte Mexicano de Chicago.

El cielo amenaza lluvia y no hay nadie por las calles coloridas del barrio, en casi cada pared hay imágenes de mariachis, catrinas, pájaros, símbolos aztecas y mayas, y color, mucho color.

El mural de la casa de Héctor Duarte es icónico a la par que espectacular: 275 metros cuadrados de un Gulliver gigantesco tratando de deshacerse de una verja metálica con púas o, lo que es lo mismo, un migrante atado a quedarse en su tierra de acogida sin opción de caminar libre.

“Yo no vine a trabajar. Vine a pintar. He sobrevivido en ese tiempo 31 años, y aquí en este barrio. Aquí llegué y aquí estoy”, dice Duarte, sentado en medio de su estudio diáfano desde el que se oye el traqueteo del metro a lo lejos.

Tiene los ojos cansados como de no dormir mucho o acabar de levantarse, y un pañuelo anaranjado en el cuello atado con un nudo más típico de la corbata. Los dedos están moteados, llenos de pintura reseca de todos los tonos posibles, y tiene un bigote que recuerda los retratos de espadachines.

Hijo y nieto de braceros que iban y venían de EU “cosechando lo que se producía”, el muralista todavía recuerda el choque que le supuso llegar a Chicago, cuna artística en los ochenta, y encontrarse tantos paisanos tan lejos de la frontera. Dice que “por no hacer un trámite” se quedó indocumentado por años. Hasta que se casó, tuvo “tres chamacos” y se hizo ciudadano.

En 31 años no aprendió el inglés por falta de interés, pero se intuye que es para no traicionar a su Caurio (Michoacán) natal.

Sus pinturas destilan herencia de unos referentes clásicos plasmados con lo que aprendió en el taller de David Alfaro Siqueiros en los setenta.

La simbología del arte de Duarte es muy concreta, limitada, pero de gran significado. Además de una docena de vírgenes del maíz, una serie crítica contra los transgénicos, trabaja rodeado de obras con mariposas monarca, elemento clave de su ideario. “La mariposa monarca se ha transformado en un símbolo de la migración”, resume.

El tema migratorio no es algo nuevo para Duarte: empezó a principios de los años 2000, cuando George W. Bush comenzó a reforzar la seguridad en la frontera, y se vio obligado a incorporar muros, vallas y verjas en su obra.

Pintó un cuadro en el que una malla fronteriza se iba convirtiendo en mariposas libres, desapareciendo. También hizo un juego, como un rompecabezas, en el que cada comprador se llevaba a casa una pieza que tenía parte de muro y parte de mariposa.

En los tiempos actuales su mensaje vuelve a resurgir. “No podemos pensar que el arte es bonito y ponerlo en la sala, tenemos que pensar que el arte es lo que representa tus luchas y tu ideal”, asevera. En su obra vuelven las verjas, con púas metálicas que se transforman en manos de alambre y rompen las vallas, así como las huellas dactilares identitarias de los detenidos por cuerpos como la “migra”.

Las promesas del presidente electo de EU, Donald Trump, sobrevuelan todo el país y, evidentemente, las zonas de mayor presencia migrante como Pilsen. Incluso dentro del taller de Duarte se palpa la tensión del barrio. Un “miedo cabrón” que compara al que se tiene a los cárteles en México, un miedo que enajena, que cambia a una gente, “que se olvida de quién es, qué está haciendo, te deja en blanco, y que no te deja reaccionar”. Lo peor es que nadie habla del tema, se quedan callados, “nadie sabe qué está pensando la gente y lo único que sabe es que tiene miedo”.

“La gente está asustada y con mucho temor por lo que pueda pasar y de qué manera pueda repercutir. Vamos a ser perseguidos, y si en otros tiempos nos hemos salvado, de alguna manera ahora estamos muy lejos. Si antes teníamos miedo, ahora tendremos más”, añade.

Duarte está en lo cierto: los intentos por preguntar a mexicanos que deambulan por la calle o comen tacos en su restaurante favorito acerca de cómo están y qué sienten son siempre infructuosos, recelosos de contar lo que sienten por temor a represalias, a ser descubiertos, a ser deportados. “Se encierran por esto que sale en las noticias de que los latinos son unos criminales o todo lo que ponen de moda esta gente para ganar unos votos”, lamenta.

“Vienen tiempos malos para nosotros, para todos los inmigrantes. Es obvio que va a haber represión. La redada va a seguir, pero lo más peligroso es qué otra cosa se va a implantar”, teme.

Es ahí cuando sale la vena radical del muralista, la visión del artista incómodo, protestatario. “En este país lo que he aprendido, es que nadie te va a dar nada, tienes que ir a por él. Tienes que luchar, tienes que decir ‘yo’. He aprendido a saber que tengo que defenderme, y no se defiende uno metiéndose al basement [sótano], tenemos que presentarnos. Ya sabemos qué va a pasar en un momento dado, ¿verdad? Pues mejor dar la cara, y hacer estrategias en grupos, con la gente. Unirnos más que nunca para eso”, proclama.

Aunque todavía no ha pensado cómo lo va a hacer desde su cancha artística, “aun no se me ocurre nada, estoy con la matraca”, confiesa, su arte no entiende de otra cosa que no sea “involucrar a la gente, despertar su mente”.

—¿Es quizá el chispazo para un movimiento de arte-protesta?

—A lo mejor, en un momento dado en el que venga una oleada en contra tendremos que inventar algo para salirle al toro y torearlo, porque estamos conscientes de lo que está pasando y todos somos migrantes, dice.

A dos cuadras de su taller, en el Museo Nacional de Arte Mexicano, a la corriente de artistas mexicanos residentes en el área de Chicago ya le han puesto nombre: “Xicágo”, la representación de la identidad migrante urbana.

En el taller de Duarte se vislumbra una época de más mariposas monarca y más mallas con púas. Las paredes, impasibles, siguen activas con murales, grafitis y carteles que el muralista define como “bien chingones”. “El mural expresa fuera, ahí está, todo el mundo lo puede ver, sólo se tiene que pasar por el frente”, defiende. El mensaje de la comunidad mexicana y migrante de Pilsen es claro: en las paredes hay desde declaraciones universales de los derechos de los migrantes hasta cartas del tarot con la cara de Trump definiéndole como “el maligno”.

Google News

TEMAS RELACIONADOS

Noticias según tus intereses