Angela Merkel finaliza su peor año en materia de seguridad desde que asumió el timón de la cancillería germana en 2005.
La mala racha inició desde la noche de Año Nuevo, cuando un grupo coordinado de hombres norafricanos agredieron sexualmente y robaron a más de mil mujeres.
A mitad de año, en julio, se registraron cuatro incidentes y ataques terroristas en Wurzburgo, Múnich, Ansbach y Reutlingen, con un saldo de 10 muertos y por lo menos 33 heridos. Los involucrados: dos refugiados sirios, un solicitante de asilo paquistaní y un iraní de 18 años.
En la recta final del año, el pasado 19 de diciembre, Anis Amri, un tunecino de 24 años, irrumpió a bordo de un camión secuestrado en el mercado navideño de Berlín. En el ataque, el cual hizo eco del horrendo atentado del balneario francés de Niza, murieron 12 personas y decenas resultaron heridas.
La cadena de atentados, tres de ellos perpetrados por lobos solitarios asociados al Estado Islámico, se dieron en el peor momento posible para Merkel: un año después de su generosa política de bienvenida que se tradujo en el arribo de un millón de refugiados, y en la antesala de un año electoral en el que buscará su cuarto mandato como canciller.
Por ello, no sorprende que cada una de estas tragedias esté siendo utilizada por las fuerzas extremistas emergentes para debilitar a la candidata de la Unión Democristiana.
Frauke Petry, líder del partido populista de derecha y de tintes xenófobos, Alianza por Alemania (AfD), culpó a Merkel de la tragedia en Berlín. Afirmó que fue resultado del “peligroso caos migratorio” que ella provocó y que ha hecho de Alemania una nación insegura.
El movimiento anti-islam Patriotas contra la Islamización de Occidente (Pegida), fue mucho más lejos. Durante una manifestación en su bastión más fuerte, Dresde, sus seguidores llamaron a las víctimas de Berlín “los muertos de Merkel”. Para Michael Wohlgemuth, director de la oficina en Berlín del think tank Open Europe, el atentado de la capital alemana era exactamente el tipo de evento que puede afectar seriamente el desenlace de las elecciones que se celebrarán en otoño de 2017.
“Muchas personas harán una conexión entre la política de refugiados de Merkel y la amenaza del terrorismo”, dijo.
Debido a que todos los partidos con presencia en el Bundestag apoyaron la política adoptada por Alemania ante la crisis de refugiados de 2015, el AfD, que todavía no tiene presencia en el congreso nacional, es el único que está sacando tajada política de la crisis de seguridad.
Esta agrupación no ha dejado de ganar posiciones en los congresos regionales desde 2014, cuando sumó sus primeras victorias en las elecciones del Parlamento Europeo y las estatales de Sajonia.
El partido de Petry figura en estos momentos en tercera posición en las encuestas, con 14% de las preferencias electorales.
Hajo Funke, politólogo de la Universidad Libre de Berlín, afirma que el avance del AfD se ha centrado en lo que fue la República Democrática Alemana, en donde prevalece un sentimiento de olvido por parte de muchos alemanes que perdieron su empleo y nivel de bienestar tras la caída del Muro de Berlín.
Por ello, el analista no cree que el éxito regional alcanzado por un partido que es favorable al uso de armas de fuego contra los migrantes, se traduzca en votos en las próximas elecciones.
Sin embargo, desde el triunfo del candidato republicano Donald Trump en las presidenciales estadounidenses y el inesperado voto de los británicos por salir de la Unión Europea, la confianza ha aumentado en los partidarios del AfD y ningún estadista se atreve a descartar cualquier escenario. Lo imposible ahora resulta posible.
Ante las crisis de liderazgo político en Italia y Francia, y la separación de Gran Bretaña de la Unión Europea, Merkel aparece como la nueva líder de occidente y como la última defensora de los valores de la democracia occidental.
Aunque el apoyo, tanto en casa como fuera, no está garantizado. Al interior, deberá convencer a los electores de que ella es la única que puede garantizar la seguridad de los alemanes ante el terrorismo. En Europa deberá seguir siendo muy cuidadosa para no alterar la armonía colectiva mostrando a Alemania como lo que es, la nación más poderosa del continente.
Su política de puertas abiertas a la migración levantó críticas entre los gobiernos del este, concretamente en Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia, que acusaron a la líder alemana de querer imponer su voluntad sobre el resto de los socios comunitarios.