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Madrid
Cuando el millar de refugiados yazidíes terminó de subirse a los autobuses, la nieve comenzó a caer cubriendo las tiendas de campaña. Es la última imagen que tiene Roland Schoenbauer, trabajador del la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) en Grecia, de un campamento en el monte Olimpo que la organización consiguió evacuar hace unos días, al inicio de la ola de frío que azota el país. Los yazidíes al menos podrán dormir en hoteles y apartamentos desocupados.
Unos 50 mil refugiados e inmigrantes huidos de la guerra, la persecución y la miseria de países como Siria, Irak o Afganistán continúan atascados en Grecia. La cantidad es estable porque desde la primavera las fronteras con el norte están cerradas y se han frenado las entradas por el Mediterráneo mediante el pacto firmado por Ankara y Bruselas, que convierte a los turcos en guardianes de la fortaleza europea. Los refugiados están atascados a la espera de que el resto de países de la Unión Europea cumplan al fin su promesa de recibirlos según unas cuotas ya fijadas.
El frío acentúa la frustración que sienten estas miles de personas, condenadas a pasar los días sin la posibilidad de hacer nada más que dormir y esperar. “Mediante una campaña de invierno, coordinada por el gobierno griego, hemos intentado mejorar sus condiciones”, explica Schoenbauer. “En los 15 campos que gestiona la ACNUR hemos reemplazado las tiendas por contenedores más resistentes, pusimos desagües, electricidad, y calefacción en los edificios, pero las condiciones son muy duras. Son miles de personas al aire libre, con mucho frío. La situación es especialmente mala en los campos de las islas griegas, completamente masificados. Da mucho que pensar sobre cómo se están comportando los gobiernos de Europa en esta crisis”, dice.
Frente al drama diario, la celebración navideña se vuelve un asunto muy secundario. “La inmensa mayoría de los refugiados son musulmanes. Pero es cierto que hay también familias cristianas para las que es importante, y están lejos de sus países y sin esperanza. Oficialmente no se celebra nada muy grande, pero sí hay pequeñas iniciativas de ONG que hacen fiestas o llevan a los niños de excursión para que durante unas horas tengan un panorama distinto”, cuenta Schoenbauer. A falta de juguetes, en los campos se han repartido 200 mil mantas, ponchos impermeables y botas.
En Alemania, que ha recibido 800 mil refugiados, se multiplican desde el año pasado las iniciativas para que los recién llegados disfruten de las fiestas de su país de acogida como parte del proceso de integración cultural. Muchas parroquias y ONG organizan cenas o repartos de regalos, e incluso se ha popularizado que familias inviten a sirios, afganos o iraquíes a compartir su mesa.
Sin embargo, en Grecia la necesidad se impone a los lujos. Varias fuentes coinciden en describir el hacinamiento y el caos que se vive en la cuarentena de campamentos repartidos por el país. Sin tiempo ni recursos para pensar en luces y galletas, las organizaciones apuran los plazos para lograr que la mayor cantidad posible de hombres, mujeres y niños puedan cambiar las gélidas tiendas de campaña por un techo.
La asociación española SOS Refugiados trabaja principalmente en squats, edificios vacíos cedidos para la acogida en Atenas. “Cada squat es una pequeña comunidad que hará su propia celebración navideña si lo cree oportuno”, explica Eva Argudo, de SOS Refugiados.
La asociación se centrará en enviar “un contenedor cargado hasta arriba de buenos alimentos y repartir juguetes entre los niños”. La prioridad durante el largo invierno que viven los recién llegados a Europa continúa estando en las carencias del día a día. “Seguimos impulsando una campaña para conseguir fondos para la compra de fruta y verdura”, cuenta Argudo.