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Nueva York
Impredecible, polémica, con destellos de la política tradicional de Estados Unidos, por momentos escandalosa, y, para algunos, aterradora. El estilo de la campaña presidencial de Donald J. Trump, el magnate que puso de rodillas al establishment de Washington, impregnará ahora a la Casa Blanca. El triunfo de Trump en las elecciones de ese país ha abierto una nueva era que ha despertado esperanza y entusiasmo entre sus seguidores, los “hombres y mujeres olvidados” del país, como los llamó en su discurso en Nueva York, la noche del 8 de noviembre cuando se alzó con el triunfo electoral. Pero también ha provocado pánico y desazón entre sus detractores.
Trump ganó la Casa Blanca, pero perdió el voto popular. Unos esperan que mantenga su estilo y sus promesas; otros, que se modere. Desde que se convirtió en presidente electo, el hombre que dirigirá a la primera potencia global ha mostrado dos facetas, o “dos Trump”. Ha moderado el tono de algunas de sus promesas de campaña y ha mostrado cintura política al elegir a su gabinete, con señales amistosas a su coalición —incluida la extrema derecha—, pero también a Wall Street, las Fuerzas Armadas y al establishment republicano, al que denostó en la campaña y con el que ahora se muestra unido para gobernar. Sepultó su enfrentamiento con Hillary Clinton, a la que había amenazado con encarcelar.
Pero Trump, como presidente electo, ha continuado sus ataques en Twitter (desde el New York Times, hasta el elenco de “Hamilton” y Alec Baldwin, quien lo parodia en el programa Saturday Night Live), ha hecho nuevas declaraciones falsas (“millones de personas” votaron ilegalmente en la elección, dijo, sin dar evidencias ni precisiones), y ha roto esquemas diplomáticos de la política exterior de EU (su hija Ivanka participó de su primer encuentro bilateral, con el primer ministro de Japón, Shinzo Abe), y su familia y sus negocios han quedado involucrados en el traspaso de mando, creando conflictos de intereses sin precedentes.
“Creo que puede ser una época muy inestable, por lo que Trump es y la campaña que dirigió. Es un momento de incertidumbre fundamental”, resumió Julian Zelizer, historiador y profesor de la Universidad Princeton. Zelizer ve una continuidad de la campaña de Trump hacia la Casa Blanca: el “temperamento volátil” y el uso explosivo de Twitter; la presencia del supremacismo blanco; la línea dura contra musulmanes, inmigrantes y los acuerdos de libre comercio, y las contradicciones entre sus acciones y sus declaraciones.
EU se prepara para vivir en carne propia el populismo, liderado por un presidente narcisista, famoso por su escasa capacidad de concentración y sin experiencia en la burocracia de Washington. “Nos vamos a tener que acostumbrar a un presidente que pone y saca temas en la conversación con relativa facilidad y fluidez sin que él sienta que su palabra no vale. Es una forma nueva de gobernar, sospecho que muy tensa, porque nadie puede predecir nada”, analizó Peter Schechter, director del Centro para América Latina Adrienne Arsht del Consejo Atlántico. Schechter ve a un presidente pragmático que no está “casado con principios, sino con conseguir resultados y acuerdos”.
Trump ha moderado su dura retórica sobre el cambio climático —al que había llamado en campaña una “farsa china”—, el muro en la frontera con México —dijo que una parte puede ser una “cerca”—, las deportaciones de inmigrantes indocumentados —dijo que sólo deportará a quienes tengan antecedentes penales, y no a todos— y la reforma de salud de Barack Obama, conocida como Obamacare.
Ha mantenido, por ahora, su promesa de retirar a EU del Acuerdo Transpacífico (TPP, según sus siglas en inglés), renegociar el TLCAN con México y Canadá y recortar regulaciones e impuestos a empresas.
Schechter cree que América Latina va a ser relegada de nuevo a una región de poca importancia en la política exterior de EU. Es una opinión extendida. Enumeró tres excepciones: México, Centroamérica (por la inmigración) y Cuba. Otros analistas creen que la indiferencia puede ser beneficiosa para la región.
“El mejor escenario es una relación fría y distante”, apuntó Juan Carlos Hidalgo, analista del Instituto Cato, un centro de estudios libertario de Washington. “Dada la enorme percepción negativa de Trump en América Latina, sería muy imprudente desde un punto de vista político que un presidente de la región busque un acercamiento”, explicó. “El peor escenario es una relación tirante si Trump procede a cumplir sus promesas en cuanto al muro, renegociar el
TLCAN y revertir el acercamiento con Cuba. La figura de Trump podría darle un nuevo aire a los populistas de la región, similar al papel que jugó George W. Bush en su momento”, indicó.
Hidalgo anticipa una presidencia con muchos escándalos, que generará inestabilidad dentro y fuera de Estados Unidos. Teme que el poder del Salón Oval “agrave” las patologías de Trump, y duda sobre cuál será el alcance de su populismo, pues si bien tendrá poder, una mayoría del país votó en su contra.
“Vemos al mismo Trump errático, irascible e impredecible de la campaña”, resumió, al hablar de la transición.
Shannon O’Neil, especialista en América Latina del Council on Foreign Relations, también ve “negligencias” hacia la región, que podría llegar a ser una “negligencia benigna”. “Es una región mucho más abierta, económicamente sólida y pragmática, capaz de comprometerse a nivel mundial. No necesariamente necesita de Estados Unidos”, apuntó O’Neil. “Es posible que un gobierno de Estados Unidos que no esté interesado en la región, o que sus prioridades estén en otros lugares, abra un espacio para que el nuevo liderazgo en América Latina mire ampliamente y busque aliados en el mundo, puede proporcionar cierta libertad para formar nuevos vínculos y nuevas conexiones”, afirmó.
O’Neil también marcó dos excepciones: México, un país que se prepara para una relación más tensa con Washington, y Cuba, donde la pregunta, dijo, es cuánto quedará de la apertura de Obama.