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Tras la muerte de Fidel Castro, convertido ahora en el más importante activo propagandístico y de referencia obligada en casi 58 años de historia de la revolución cubana, la realidad que impera en Cuba es invariable. El régimen omnipresente del Partido Comunista —el único legal— y el fardo principal del embargo que Washington impuso a La Habana en 1962, que son los más importantes elementos internos y externos del menú cubano, siguen intactos y sin atisbos de cambio.
El traspaso de poder en la Casa Blanca, con el fin de dos administraciones consecutivas del demócrata pragmático Barack Obama, de 2009 a 2017, y el ascenso a la presidencia del republicano radical Donald Trump, en enero próximo, emerge como factor esencial del futuro de la isla: se aleja la posibilidad de que el Congreso de Estados Unidos (con dominio republicano) avance con la aspiración del mandatario saliente de derogar el embargo o bloqueo y de que Washington prosiga el acercamiento con la revolución.
En campaña, Trump rechazó la política de Obama a Cuba y luego de la muerte de Castro anticipó que condicionará el progreso de la negociación a que el gobierno cubano suscriba “un acuerdo mejor” con su administración para liberar a los reos de conciencia y conceder libertades políticas y civiles.
Mes crucial. En un inesperado acople de coincidencias, noviembre de 2016 fue clave para Cuba. Al cumplirse hoy dos años de que Obama y el presidente de Cuba, general Raúl Castro, anunciaron el inicio del deshielo Washington-La Habana, una pregunta es qué habría pasado si la muerte de Castro, la noche del viernes 25 de noviembre, hubiera sido precedida por una victoria de la demócrata Hillary Clinton en los comicios del martes 8 de ese mes en EU.
La mezcla “Clinton triunfó-Fidel murió” sería radicalmente distinta para Cuba con un tercer factor esencial en la transición del poder en la isla, porque de febrero de 2017 a febrero de 2018 se cumplirá el último año de gobierno del presidente y general y será una fase de transición sin precedentes. Por problemas de salud de su ahora fallecido hermano, el general asumió primero temporalmente en julio de 2006 y luego de manera definitiva desde febrero de 2008, por lo que se aproxima el final de sus dos periodos de cinco años.
La combinación real de futuro inmediato es “Trump ganó-Fidel murió” con el mismo elemento de “año final de Raúl”.
Un cóctel “Trump venció-Fidel vivo” y últimos 12 meses de gobierno del general tampoco habría modificado el panorama bilateral que se prevé persistirá a partir de enero de 2017, como sí lo habría impactado el “Clinton ganó-Fidel vivo” y “año final de Raúl”. La ahora ex aspirante presidencial demócrata pretendía continuar con el acercamiento impulsado por Obama, su ex jefe (fue secretaria de Estado de 2009 a 2013) y aliado partidista.
El gobierno de Obama alertó el pasado martes a Trump que retroceder con Cuba sería dañino para EU y los cubanos porque es el “peor momento posible” para volver a cerrarse a La Habana, ya que en la etapa de transición triunfaría “la línea dura” comunista de la revolución, mientras Washington quiere que el régimen se siga abriendo.
Férreos. Con Trump ya hay un refortalecimiento de las generaciones más obtusas del anticastrismo de Miami, Florida, que fueron las que, como primeros exiliados cubanos, llegaron a EU también hace casi 58 años.
Aunque se creía que estaban en retirada o disminuidas por la muerte de sus octogenarios integrantes, los todavía influyentes y originales clanes anticastristas tienen herederos poderosos y seguidores de su línea dura de rechazo a cualquier contacto con La Habana y a toda política para flexibilizar el asedio a la revolución, vía embargo u otras rutas.
Las más conservadoras facciones anticastristas apoyaron a Trump como candidato opuesto al deshielo de Obama con Cuba y lo respaldarán como presidente dispuesto a satisfacer las viejas posturas de recrudecimiento contra la revolución, que el primero de enero próximo cumplirá su 58 aniversario de haberse instalado en la orilla sur del estrecho de Florida. (Será el primer primero de enero en revolución sin Fidel).
“Muerto el mito, Cuba debe cambiar”, pidió el opositor cubano Pedro Campos en un artículo en 14ymedio.com, diario digital dirigido por la cubana Yoani Sánchez, una de las principales periodistas de la disidencia interna. “Los fidelistas de duelo, los antifidelistas, de fiesta. La gran mayoría de la población de la isla, deseosa de cambios, está a la expectativa. No podía ser de otra forma”, añadió, al advertir que como mito, carisma e influencia tampoco se heredan, “termina un ciclo político en Cuba”.
“La sumatoria” de concepciones del fidelismo, como “populismo, autoritarismo, neoestalinismo, estatalismo asalariado y burocratismo”, recibió “un golpe mortal. Se abre una etapa de inevitables cambios”, sentenció.
Frenazo. Pese a que 2016 marcó un antes y un después en los lazos de ambos países, por la visita histórica y sin precedentes de Obama a Cuba en marzo anterior, con Trump es remota la probabilidad de acelerar y consolidar la normalización que ambos gobiernos iniciaron en diciembre de 2014 y que llevó en julio de 2015 a reanudar vínculos diplomáticos, luego de más de 53 años de ruptura.
En este contexto, el inmovilismo político se afianzará. El liderazgo de la revolución ya ratificó que aunque se acepten reformas o actualizaciones del modelo económico interno y surjan y crezcan pequeñas empresas privadas propiedad de cubanos, en el escenario político la situación es irreversible y “jamás” o “nunca” habrá reforma o apertura.
“No se sirve en Cuba, ni se ha de servir, a rejuegos para que accedan al poder millonarios o aspirantes a millonarios que representan a los opresores y ellos mismos lo son”, alegó el escritor y filólogo cubano Luis Toledo Sande, en un artículo en Cubadebate, diario digital oficialista.
“La cultura revolucionaria de la nación garantiza que aquí no haya magnates que encuentren espaldas de pobres sobre las cuales sentarse. Eso, cualesquiera que sean los ropajes con que el opresivo sistema se vista, ocurre diariamente en los países que, dominados por el capitalismo, presiden a escala planetaria la violación de los derechos humanos”, agregó. “Democracia verdadera” es la que edifica la revolución cubana y no la “falaz democracia burguesa” que trata de imponer el “imperio” de EU, recalcó.
En lo que fue una de las últimas negociaciones de la administración Obama con La Habana, delegados de los dos gobiernos se reunieron en la capital estadounidense el 12 y el 13 de este mes y la delegación cubana reiteró la “necesidad de que el bloqueo sea eliminado” para que las empresas estadounidenses aprovechen el potencial y las oportunidades que hay en Cuba.
La cancillería cubana informó que en la cita, que evaluó “el alcance” de nuevas medidas de EU para “modificar la aplicación de algunos aspectos del bloqueo” a la isla, la comitiva de Cuba “consideró muy limitado” y reducido su “impacto” en los vínculos económicos, comerciales y financieros bilaterales.
Mientras en Washington cunde el clamor para que Cuba avance a una democracia con pluralismo, multipartidismo, elecciones libres y libertad de prensa, en La Habana la respuesta es rotunda: muerto Castro, el pueblo continuará con su legado para la construcción del socialismo y el Partido Comunista seguirá siendo el único legal y controlando el rumbo del país.
“Hay un inmovilismo”, dijo a EL UNIVERSAL la disidente y ex prisionera política cubana Martha Beatriz Roque. “El pueblo cubano no elige a su presidente. [Raúl Castro] está puesto allí con el dedo, al igual que están puestos los miembros del parlamento”, adujo.