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El colombiano Luis Mendieta Ovalle, el militar en activo de mayor rango que las FARC secuestraron en más de 52 años de guerra en Colombia, está convencido de que el narcotráfico se resistirá a la paz en Colombia. Por eso es que cuando este militar ahora en retiro relató tramos de sus 11 años, 7 meses y 13 días de cautiverio, narró que muchas veces vio a rebeldes convertidos en agricultores dedicados a cultivar hoja de coca y a cuidar las plantaciones para cosechar la materia prima de la cocaína.
“Nos tocó transitar por grandes extensiones de coca, vimos muchas ‘cocinas’. En las jaulas donde estuvimos concentrados también muchas veces sentí el olor de la cocaína. Es decir, cuando la estaban procesando”, dijo Mendieta a EL UNIVERSAL.
“Sí vi el nexo FARC-narcotráfico”, recalcó este oficial secuestrado el 1 de noviembre de 1998 como teniente coronel en el suroriente de Colombia y que ascendió a brigadier general antes de ser liberado en un operativo militar en la misma zona el 13 de junio de 2010, el día en que cumplió 53 años.
Tampoco sorprendió que esta semana resurgiera el lío paz-narcotráfico-guerrilla: cinco jefes de las subversivas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en el suroriente rompieron con el alto mando de la insurgencia y el proceso de pacificación, para seguir en narcoactividad y minería ilegal.
A las FARC se les acusó reiteradamente de esos y otros negocios ilícitos para financiar sus operativos y acumular riqueza como estructura de crimen organizado, pero sus jerarcas rechazaron las acusaciones. El miércoles de esta semana, la cúpula de las FARC expulsó de sus filas a los cinco, que operan en áreas selváticas del sureste del país con vastas plantaciones de hoja de coca y laboratorios para producir cocaína, y el Ministerio de Defensa de Colombia anunció que los combatirá sin tregua.
En un comunicado, la guerrilla alegó que esos jefes están “en contradicción con nuestra línea político-militar” y que es “un grupo de insensatos” que ignora el mayoritario anhelo de paz y se lanza “por el despeñadero de la ambición personal” y disfraza “sus innobles propósitos” en una “fraseología de apariencia revolucionaria”.
Las FARC y el gobierno firmaron el 24 de noviembre pasado un segundo acuerdo pacificador con cambios después de que una primera versión, suscrita el 26 de septiembre anterior, fue derrotada en un plebiscito el 2 de octubre de este año. En el pacto, las FARC prometen romper todo nexo con la narcoactividad. El acuerdo, con desmovilización, desarme y reinserción social y política con verificación interna y externa, fue negociado por ambos bandos en Cuba desde noviembre de 2012 y refrendado por el Congreso de Colombia el primero de este mes.
La Corte de Constitucionalidad de Colombia aprobó el martes de esta semana seguir una vía rápida para leyes complementarias, como la amnistía. Las FARC, que ayer iniciaron el camino para pasar en 2017 a partido político legal, deberán someter a sus tropas a procesos judiciales por narcotráfico, masacres y otros delitos.
“Chagra”. Mendieta, de 59 años, rememoró que como rehén comprobó el nudo guerrilla-narcotráfico.
“Hablando con algunos guerrilleros que algún tiempo se perdían y después venían bronceados y uno les preguntaba qué estaban haciendo y decían que estaban en la ‘chagra’, sacando coca. Por lo tanto, los vínculos han sido impresionantes”, afirmó. La “chagra”, explicó, es el sitio para procesar droga. “En cautiverio siempre estábamos pendientes y los elementos [guerrilleros] llegaban [al campamento] con olor a coca. Eso demostraba la inclusión que ellos tenían en ese proceso”, agregó.
El militar describió que “una vez llegó un cabecilla de estos en una actitud prepotente y me dijo: ‘Oiga, coronel, ¿y usted cuánto gana?’. Yo le dije cuánto ganaba. Y él me dijo: ‘Eso me lo gano yo en un ratico’. O sea, como demostrando que recibían mucha plata precisamente por la coca”.