Washington

La semana pasada, un hombre armado entró en una popular pizzería de Washington DC que, como todos los comercios de alrededor, llevaban recibiendo amenazas desde hacía tiempo: circulaba por las redes la información falsa de que la campaña de la ex aspirante presidencial demócrata Hillary Clinton ocultaba allí una red de prostitución infantil.

El hombre decidió investigar por su cuenta, se presentó en el lugar y disparó. Aunque sin dejar heridos, ese episodio ha sido el más reciente relacionado con las “fake news”, noticias falsas que penetran en gran parte de la población como si fueran reales.

Tras el resultado de las elecciones presidenciales estadounidenses se está generando una corriente crítica sobre el tema. “No creo que tuviera un enorme impacto ya que la gente busca noticias que apoyen sus opiniones”, dice a EL UNIVERSAL Claire Wardle, doctora en comunicación y experta en temas relacionados con información, verdad y veracidad en la era digital en FirstDraftNews. “Soy escéptico de los titulares declarando que las ‘fake news’ influyeron el resultado en un único sentido”, añade Alexios Mantzarlis, director de la Red Internacional de Fact-Checking del Poynter Institute.

Las noticias falsas no son un fenómeno nuevo. “Existen hace mucho tiempo, pero vimos unos niveles mucho más elevados de noticias falsas durante las elecciones, y la tecnología permite que se puedan difundir mucho más rápido” apunta Wardle.

El pasado jueves, Clinton dijo que las noticias falsas son “una epidemia” que hay que confrontar rápido porque “puede tener consecuencias reales”, incluso poner en riesgo vidas. El papa Francisco las describió en entrevista con el semanario católico belga Trentio, como un “pecado” que “puede hacer mucho daño”, y lo comparó con la “coprofagia” (ingestión de extrementos).

Las miradas están puestas en canales como Facebook y Google. “Facebook hace que puedan viajar muy bien e introducir un modelo de negocio”, explica Mantzarlis. La red social, con casi mil 200 millones usuarios diarios, difunde con extrema rapidez: a medida que el acceso a un enlace aumenta, su algoritmo lo promociona cada vez más, lo que hace que se eleve su “viralidad”.

Todos los reportes apuntan a que está trabajando en cómo aplacar este tema. “Espero que vean que tienen una responsabilidad. Creo que lo saben y que vamos a ver cambios en las próximas semanas”, auguró Wardle.

Con Google, la crítica viene por su sistema AdSense, que paga a las páginas en función de la cantidad de visitas que reciben. Eso provoca que se promocionen contenidos falsos para ganar dinero. Un ex redactor de “fake news” de California confesó a NBC News que podía ganar más de 8 mil dólares diarios con la redacción de noticias falsas.

“Pero cuidado en poner todo sobre las espaldas de los gigantes tecnológicos. Es una responsabilidad de todos, desde los medios hasta el lector habitual que de forma mecánica retuitea algo que claramente parece suficientemente bueno como para ser cierto garantizando un mayor alcance de la falsedad”, advierte Mantzarlis.

Un análisis de Buzzfeed News concluyó que en los últimos tres meses de campaña la población compartió y reaccionó en mucha mayor proporción a noticias falsas que a informaciones de medios tradicionales. Un sondeo de Ipsos mostró que 75% de los usuarios creen en la veracidad de las noticias falsas que consumen. Empiezan a aparecer las primeras corrientes que aseguran que la sociedad se encamina hacia una sociedad “postverdad”, en la que los hechos verificados tengan cada vez menos importancia. Los expertos consultados se muestran de momento “escépticos” con esa conclusión. “Creo que es un término que simplifica excesivamente y exagera lo que estamos viendo”, lamenta Mantzarlis. “Pero estamos en una era donde la gente puede buscar información que apoye sus preexistentes visiones del mundo”, señala Wardlen.

Para ambos, la nueva realidad significa una pérdida de la capacidad de raciocinio y debate. “Lamentar la existencia de esta ‘postverdad’ no ayuda a darnos cuenta de cómo hacer que los hechos sean la base de la toma de decisiones”, dice Mantzarlis. “Lo que me preocupa es que no tenemos espacio para tener un debate racional […] Vivimos en espacios diferentes basados en la emoción, en vez de un espacio racional donde la gente pueda discutir y estar en desacuerdo”, concluye Wardle.

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