De un lado, el “fidelismo” ortodoxo de más de 45 años desde 1959 que atizó el choque de Cuba con Estados Unidos, prohibió que los cubanos mascaran chicle, escucharan a The Beatles o a The Rolling Stones, saludaran a un extranjero o portaran dólares, repudió a los que migraron a Miami o a otras plazas del viejo y furioso anticastrismo, tras catalogarlas como prácticas desviacionistas, contrarrevolucionarias, capitalistas y símbolos degradantes del imperialismo.
En el mismo lado, el “raulismo” pragmático que, pese al “fidelismo”, en los últimos 10 años tumbó férreos dogmas de igualitarismo, alivió restricciones migratorias, permitió a sus compatriotas —apasionados del rock, amigos de los foráneos y amantes del dólar y del euro— alojarse en un hotel, comprar y vender una casa o un automóvil, establecerse como empresarios y acceder a otras costumbres o pequeñas libertades mercantilistas… y comenzó la reconciliación con EU.
Más que bandos, “fidelismo” y “raulismo” fueron las cabezas casi unidas de una misma hiedra: el segundo fue leal e hizo lo que el primero quiso y creció a su sombra, pero el primero depositó en el segundo su confianza y poder. La muerte de Fidel Castro, a los 90 años, el pasado 25 de diciembre, cerró un primer ciclo sucesorio que empezó en 2006 cuando, por problemas de salud, cedió primero temporalmente los poderes estatales, gubernamentales y partidistas a su hermano Raúl, y luego en forma definitiva a partir de 2008. Con 57 años y 11 meses y rumbo a los 58 el próximo 1 de enero, la revolución convirtió la purga en constante y la puja por el mando retorna a una pregunta repetida después del triunfo revolucionario de 1959: ¿Qué ocurrirá en Cuba cuando muera el comandante en jefe?
Parte de las respuestas las tienen dos ancianos: el general y presidente Castro, de 85 años, y sustituto de su hermano Fidel como presidente de los consejos de Estado y de Ministros y en 2011 como primer secretario del Partido Comunista de Cuba (PCC), y José Ramón Machado Ventura, de 86, ex primer vicepresidente de los consejos, segundo secretario del PCC y férreo defensor de la pureza ideológica revolucionaria. “Cuba es una sociedad momificada en la que los cubanos subsisten por su iniciativa y por ser emprendedores”, dijo el opositor cubano Dagoberto Valdés, formador cívico, religioso, ex miembro del Pontificio Consejo Justicia y Paz del Vaticano, agricultor y director de Convivencia, revista digital de un sitio de internet de España. En entrevista con EL UNIVERSAL, Valdés adujo que “la generación de 1959 sigue en el poder, pero ya no es muy fuerte. El tiempo desgasta y en política cada día es desgaste. Falta un proyecto orgánico de futuro de país”.
El régimen cubano advirtió en los últimos años que si bien el modelo de partido único y economía socialista de predominio y control estatal es actualizado desde 2009, con reformas económicas para que surja un sector privado (cerca de medio millón de empresarios o casi 5% de la población) y otros cambios, jamás habrá reforma o apertura política y el PCC se mantendrá como único rector del rumbo nacional.
Muchas prohibiciones fenecieron con el tiempo y mascar chicle es permitido hace muchos años, mientras el pleito con Washington continúa. El bloqueo económico impuesto por EU en 1962 nunca obligó al régimen a renunciar al comunismo y al unipartidismo y a instalar una democracia pluralista con elecciones libres, multipartidismo, libertad de prensa y sin presos políticos.
El PCC decidió en 2011 que los máximos jerarcas de los consejos sólo podrán gobernar dos mandatos consecutivos de cinco años, por lo que el del general vencerá en 2018.
El “raulismo”, en el gobierno desde julio de 2006, completó más de 10 años de un periodo de antesala del “postfidelismo”, se convirtió en “neoraulismo” y su principal paso es el paulatino deshielo o proceso de normalización con EU, primero en secreto (de julio de 2013 a diciembre de 2014) y luego en público (a partir de diciembre de 2015). Por eso, la historia del régimen es ceder o endurecer.
Antes y después de 1959, el comandante quedó sin rivales internos: aperturistas, reformistas, renovadores, radicales, inmovilistas y numerosos dirigentes se perdieron en el camino tras estar en el círculo inmediato del líder para luego ser separados por traición, corrupción, complot, conspiración, falta de confianza, discrepancias ideológicas, ineficiencia o… muerte.
Camilo Cienfuegos, figura señera de la guerra de guerrillas que Castro lanzó a finales de 1956 contra la dictadura de Fulgencio Batista, pereció en un misterioso accidente aéreo en octubre de 1959 en un lío con Hubert Matos, vital en la insurgencia y que, descontento con el rumbo ideológico de la naciente revolución, se sublevó pero fue encarcelado hasta que en 1979 se le envió al exilio y murió en 2014.
El comandante autorizó al argentino-cubano Ernesto “Che” Guevara a que se fuera a las guerrillas africanas y luego a Bolivia, donde fue asesinado en 1967. Otros dirigentes se hundieron en purgas palaciegas, como los ex cancilleres Roberto Robaina y Felipe Pérez Roque, el ex vicepresidente Carlos Lage. Éste último fue jerarca del equipo directo del comandante, ascendió a secretario del Comité Ejecutivo del Consejo de Ministros y a vicepresidente. Así, condujo la lenta apertura económica del régimen en el decenio de 1990 por la caída del campo socialista de Europa del Este y la desaparición, de 1989 a 1991, de la Unión Soviética, su principal socio desde 1960. Con reticencia, el comandante aceptó un mercado agrícola libre, despenalizó la tenencia de dólares y autorizó restaurantes privados, entre otras acciones. Pero duros como Machado se aliaron al “fidelismo ortodoxo” y vencieron a “aperturistas” como Lage. Señalados como eventuales aspirantes al poder, Lage y Pérez cayeron en desgracia en 2009, acusados de complot por la sucesión, y fueron excluidos de la cúpula.
Con la muerte del comandante, la carrera hacia 2018 es sigilosa, aunque ya hay dos nombres. Uno es Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez, de 56 años y designado en 2013 como primer vicepresidente de ambos consejos y primer dirigente que nació luego de 1959 que está en ese cargo de relevo directo del general, y Alejandro Castro Espín, hijo del presidente, militar y estrecho asistente de su progenitor.
Las cenizas del comandante se dirigen a su última morada. Pero la opción de que pública y abiertamente se discuta sobre los probables sustitutos del “neoraulismo, como en el pasado lo fue mascar chicle o portar dólares, está todavía vedada en Cuba.