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Al fin, tras 595 días de campaña electoral, los estadounidenses van hoy a las urnas. El país, exhausto de tanta pelea política, elige a su próximo presidente entre los dos candidatos más impopulares de su historia reciente: la demócrata Hillary Clinton y el republicano Donald Trump, en un ambiente de fuerte polarización y profunda división.
Las proyecciones apuntan que ganará Hillary Clinton.
Ayer, diversas encuestas daban una ventaja a la demócrata de entre tres y seis puntos, mientras que un análisis del diario The Washington Post señaló que Clinton tendría los votos electorales suficientes (275) para ganar la presidencia. Si se confirma la tendencia, la demócrata hará historia al convertirse en la primera mujer presidenta en sentarse en el Despacho Oval y romperá, tras más de 240 años y 44 presidentes varones, el “techo de cristal” del patriarcado democrático de EU.
Si, contra todos los pronósticos, salta la sorpresa, también sería histórico. Por primera vez Estados Unidos tendría como presidente a una celebridad multimillonaria sin experiencia política.
Los estadounidenses no sólo votan por el continuismo de la política de Obama encarnada en Hillary o la ruptura radical que promete Trump. Votan por una visión de ellos mismos: el optimismo en el futuro de los demócratas, o el oscurantismo del líder republicano.
Ayer, ambos candidatos concluyeron sus campañas con los mismos discursos que pronunciaron una y otra vez. “Es momento de rechazar a la élite mediática y liberal que ha desangrado a nuestro país. Es ya momento de que luchemos por América”, proclamó Trump.
“No sólo están mi nombre y el de mi oponente en las papeletas. Está el tipo de país que queremos para nuestros hijos y nietos”, dijo Clinton, en su último día de campaña.
Ambos candidatos visitaron varios estados, en un último intento de animar a sus seguidores a votar. La ex primera dama trató de sumar respaldo de los latinos, los afroamericanos y los jóvenes; mientras que el republicano intentó seducir a la clase media decepcionada por la clase política tradicional.
En este contexto, 219 millones de estadounidenses están llamados a elegir entre dos personajes que protagonizaron una campaña electoral en la que nada ha sido normal.
Extremadamente larga y mediatizada, los programas y las ideas no han aparecido en casi ningún momento. Más allá de las propuestas incendiarias de Trump, especialmente con todo lo referente a la inmigración —deportaciones masivas, persecución de indocumentados, y por supuesto el “muro” en la frontera con México—, prevaleció el intercambio de golpes bajos y la acumulación de controversias.
Los titulares fueron el lenguaje soez de Trump para hablar de las mujeres, sus estratagemas para evitar pagar impuestos en dos décadas, y sus vínculos con el presidente ruso, Vladimir Putin. Del otro lado, la polémica estuvo en los correos electrónicos de Hillary, y las dudas sobre la transparencia de la Fundación Clinton.
En tanto, más de 41 millones de estadounienses han votado por anticipado antes de la apertura oficial de urnas. La participación electoral en el país se sitúa, por lo general, en niveles muy bajos (en 2012 fue de 54.8% ), sobre todo por la necesidad de registrarse previamente para emitir el voto.
Que la mayoría de los estadounidenses vayan a votar por el menor de dos males es una metáfora muy clara de dónde se encuentra EU.
La movilización de las minorías, en particular la latina, se prevé fundamental. Sin embargo, los afroamericanos, menos entusiasmados con Hillary que hace cuatro y ocho años con Obama, podrían quedarse en casa y determinar la elección en estados clave.
Y sea quien sea el nuevo inquilino de la Casa Blanca, tendrá por delante un enorme trabajo para unificar un país que, en función de cómo vaya el recuento, puede no se reconozca en el espejo.