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Sería un error considerar que esta campaña presidencial norteamericana es un accidente aislado de la historia. Sería un error concluir que desde las primarias se reunió un conjunto de malos candidatos para la mala fortuna de Estados Unidos. Más bien, debe observarse esta contienda como un parteaguas en la vida política norteamericana, como el resultado de un modelo que se ha venido agotando y que sufrirá modificaciones profundas en los próximos años. El cambio ya inició.
Si miramos con frialdad lo sucedido, no es un caso inusitado que un demagogo como Donald Trump haya logrado obtener la candidatura oficial republicana a la presidencia.
Lo verdaderamente grave es que sus mensajes hayan encontrado terreno fértil en prácticamente la mitad de los electores. ¿Será que por algún artificio oculto logró engañar a tantos? ¿Qué hizo, entonces, para llegar tan lejos?
El éxito de la campaña de este millonario surge de recoger y expresar sin eufemismos el cansancio y el enojo de buena parte de la población.
Esta es la primera contienda electoral en que un candidato rompe abiertamente con “la corrección política”.
En los grupos de enfoque que organizó Trump desde 2012, cuando acuña el slogan de “Hagamos grande a Estados Unidos otra vez”, descubrió que amplios sectores del país guardaban un profundo resentimiento hacia tres asuntos: la inmigración descontrolada, la pérdida de empleos supuestamente generada por los Tratados de Libre Comercio y el subsidio militar estadounidense a la seguridad de otros países como Arabia Saudita, Japón o los miembros de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Aunque ninguna de estas visiones fuese correcta, Trump las incorporó en sus mensajes de campaña y acertó. Si eso piensa la gente, eso es lo que digo, fue su fórmula.
Después de este diagnóstico, Trump no hace más que tocar la partitura que la gente le pidió que entonara.
Con esa guía, desde el inicio de la campaña tiene la certeza de que muchos norteamericanos al conversar en la intimidad y sin tener que preocuparse por la corrección política, odian la presencia de los indocumentados mexicanos, resienten la pérdida de empleos por la competencia internacional y piensan que es injusto subsidiar la seguridad de países tan ricos como Alemania o los jeques petroleros árabes.
Despojado de linduras
Trump repite estos mensajes y gana la nominación. Basta de andarse con linduras; los migrantes son ilegales, no indocumentados. México y China son un par de países mañosos que nos roban los empleos. En sus actos de campaña utiliza con vehemencia estos argumentos y logra que la gente le siga.
Ya iniciada la contienda final contra Hillary Clinton, esta línea discursiva empieza a perder tracción, a fuerza de repetirla. La idea de hacer un muro, entre otras, pierde su efecto novedoso.
Trump cambia dos veces de jefe de campaña y reformula su retórica. La candidata demócrata y lo que ella representa se convierten en el nuevo blanco de los ataques.
Es la clase política, esos parásitos de la sociedad moderna, la responsable de que Estados Unidos se haya convertido en un país en vías de subdesarrollo, que haya perdido su antigua grandeza. Le dice a la Sra. Clinton, con todas sus letras, que lleva treinta años de vida pública sin un solo logro que alguien le reconozca. Es más, asegura, no sólo ha sido un fracaso como senadora o como Secretaria de Estado, sino que encima usó a la Fundación Clinton y su posición como secretaria de Estado para beneficio propio.
El escándalo de los correos electrónicos de ella termina en manos del FBI y con esto la acorrala entre la necesidad de seguir en campaña y la necesidad de evitar que le levanten cargos judiciales. Con esta nota está concluyendo la campaña política más tóxica de que se tenga memoria en Estados Unidos.
Tiempos complejos para México
¿Qué sigue ahora? ¿Cuáles son las implicaciones para México?
Lo más probable que ocurrirá este martes es que los dos candidatos obtendrán un número muy parecido de votos. Sin embargo, bajo el sistema de colegios electorales que impera en Estados Unidos, la Sra. Clinton rebasará la cifra mágica de 270 electores y conseguirá la presidencia. La primera mujer en la historia que ocupe la Casa Blanca encontrará un país profundamente dividido. Difícilmente logrará que alguna de sus iniciativas sea aprobada por el Congreso.
La irritación de los seguidores de Trump será una fuente de presiones constantes para que la nueva presidenta no se atreva a ofrecer más de lo mismo. En sus giras por el país no faltará quien siga pidiendo que la metan en la cárcel; lock her up, es la consigna.
Para poder gobernar tendrá que dar un golpe de timón hacia la derecha y ello implica la aplicación de controles fronterizos inéditos y una revisión, a su favor, del Tratado de Libre Comercio para América del Norte. Cualquiera que sea el resultado de las elecciones, México vivirá tiempos complejos en sus relaciones bilaterales. La sacudida más fuerte podría venir en el ámbito comercial. Bajo cualquier fórmula en que Estados Unidos pretenda revisar el TLC será para reducir el déficit que tienen con México y para inhibir el traslado de operaciones de sus empresas a suelo mexicano. El impacto se reflejaría en menores ingresos y menor creación de empleos para nuestro país.
La frontera es otra área de preocupación. No es remoto que, como resultado de esta campaña, las deportaciones de indocumentados se incrementen y se refuerce la actividad de la Policía Fronteriza. México tendrá un reto grande para reinsertar a los repatriados y para dotar de empleo a quienes anteriormente migraban. Finalmente, es conocida la irritación que generó en el campo de la Sra. Clinton la invitación que se formuló a Donald Trump para visitar México. Si bien es incierto el efecto que tendrá a futuro, es probable que la actitud de la nueva presidenta sea de frialdad hacia México, al menos hasta que cambie nuestro gobierno. Así, para México, los grandes retos en su relación con Estados Unidos no terminarán el martes próximo; comenzarán el miércoles que viene.
Internacionalista