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El líder de la Revolución Cubana tenía seis hermanos y tres medio hermanos, uno de ellos es Martín Castro, nacido en 1930 de una relación que sostuvo su padre, Ángel Castro, con Generosa Mendoza, una empleada doméstica. Alejado de todos los lujos, Martín recibe a la reportera Denny Alfonso en su casa en Birán, el pequeño pueblo que vio nacer a Fidel. El encuentro ocurrió en septiembre pasado. Allí confesó haber visto a su hermano recientemente y, por esas casualidades de la vida, dos meses antes de que falleciera, relató que, antes de morir, su hermano Fidel “logró lo que él quería”.
El día menos pensado se llega a Cuba y se pasa la noche con los Castro, un encuentro inaudito planeado con delicadeza que me llevó a conocer aspectos íntimos de la vida de Fidel de la boca de su propio hermano Martín. Cuando aterricé en La Habana jamás imaginé que la inteligencia cubana me tendría en la mira, pensé que mi vuelo procedente de Ciudad de México me haría pasar desapercibida pero para mi sorpresa fui interrogada tres veces en el aeropuerto José Martí. Yo no conocía Cuba y aunque mi plan turístico era lo único que tenía garantizado durante mi visita, las posibilidades de mi encuentro con los Castro fueron siempre factibles.
Llegué a un apartamento que conseguí irónicamente frente a la embajada americana, allí recibí los primeros mensajes de texto en un celular que alquilé en Cuba.
Martincito Castro, porque todos después del padre van en diminutivo, me invitaba a Birán gracias a un amigo en común que lograría que la familia revolucionaria me diera el visto bueno.
Después de viajar por carretera unas 12 horas, porque me aconsejaron no volar por Cubana de Aviación para no levantar sospechas, llegué a Holguín a encontrarme con un amigo de la familia de los Castro que me escoltaría por trochas y selva hasta llegar al encuentro. Martincito me recibió con el historiador del pueblo, con quien hablamos de socialismo, visité la habitación donde nació Fidel y en unas pocas horas me gané la confianza de mis anfitriones.
Nuestro paso por el antiguo hogar del líder socialista estuvo lleno de momentos interesantes, tomé fotografías y admiré cada detalle de esa casa. Allí recuperados están los objetos que utilizó Fidel antes de emprender la lucha revolucionaria. Bates de beisbol, relojes, la cama que compartió con su hermano Raúl y el Ford antiguo de manivela que usó su hacendada familia.
Una velada revolucionaria
Antes de que cayera la tarde Martincito y su esposa decidieron llevarme a la escuela donde estudió Fidel, allí me recibió el director del plantel con un poco de inquietud, me hizo un par de preguntas y cuando le mencioné que conocí de cerca la revolución de Hugo Chávez en Venezuela me dio luz verde a su despacho. Un cuadro de pared a pared del líder bolivariano junto a una imagen de José Martí y una bandera del Movimiento 26 de Julio fueron la antesala de nuestra breve charla. Antes de partir me llevó a un aula especial donde una auténtica firma de Fidel en tiza había sobrevivido más de 10 años en el pizarrón.
La tarde iba cayendo y llegaba el momento de conocer a “el viejo”, como llama Martincito a su papá. Estábamos relativamente cerca de su casa, pero el recorrido lo terminamos haciendo en una motocicleta rusa de tres puestos.
Martincito, el historiador y yo andamos unos 10 minutos por la trocha. A lo lejos se divisaba un pequeño rancho similar a las otras construcciones de Birán. Estupefacta veo que el propio hermano de Fidel me recibe en una humilde construcción de vivienda social. A su lado un guardia vestido de civil me mira con cautela, el mismo que tiene como función no dejar que los periodistas se acerquen a “el viejo”.
Martincito habla con el hombre y le dice que soy una amiga de la familia, ellos se retiran por sólo minutos y graciosamente me ponen una silla al lado de Martín Castro, quien sonreía moviendo su mecedora. “Qué pena recibirte sin camisa muchacha, está haciendo mucho calor”, me dice. Jamás olvidaré sus gestos y su increíble parecido con Fidel Castro, era casi como hablar con él.
Aproveché la oportunidad para grabar el momento con mi celular, sabía que debía ser cautelosa con mis preguntas, después de todo había gente escuchando, así que mi comportamiento no fue tan periodístico, fue más humano.
Martín Castro me dijo que la vida de su hermano Fidel siempre fue buena, que “lo suyo siempre fue ayudar a los pobres; siempre, desde muchacho, tomaba cosas para darle a los que no tenían” me aclara.
Le pregunté del Fidel que nadie conocía, del niño al que según su hermano “le gustaba estudiar, esa era la vida de él” y en un segundo plano comparte el cariño que desde muy joven Fidel le tuvo a la vida militar. “Le gustaban mucho las armas, había un fusil y él se ponía a tirar al aire, a tirarle a las aves”, recordó.
El mundo se encargó de ver al Fidel con un fusil en la mano durante décadas, pero no muchos lo vieron con un bate de beisbol. Martín cuenta que una de las grandes pasiones de Fidel fueron los deportes. “Él jugaba beisbol con los muchachos pobres, no los despreciaba, si había boxeo estaba con ellos, él amaba a los haitianos”, y recalca que “él decía que los haitianos trabajaron mucho para pagarle los estudios”, acordándose de los trabajadores del país vecino que fueron empleados durante años en la hacienda de los Castro.
Ante la crítica de los exiliados, Martín Castro de 88 años, dice que toda su vida ha sido testigo de los dos pilares del socialismo en Cuba: “La educación y la salud, aquí el que quiera va donde el médico, antes no había ni un enfermero porque no podían pagar”, aclara.
Con los minutos contados le pregunté cómo le cambiaría la vida a los cubanos si Estados Unidos levantara el embargo. “¡Eso sería la felicidad!”, dice, y me hace la matemática sencilla: “Quitan el embargo, ellos nos venden a nosotros a 90 millas, y la mercancía no vale nada, es baratísima, compran por la mañana allá y ya por la tarde están descargando aquí”. Pero la realidad de los más de 11 millones de cubanos en la isla es otra, algunos sobreviven con 25 dólares mensuales.
“Ahora las divisas, el dinero no rinde... porque hay que buscar por terceros países las cosas, y cuando llega aquí llegan a unos precios subidos, si lo quitaran sería una ayuda grande, el pueblo lo va a recibir”, me explica. Martín no estaba seguro de que su hermano Fidel iba a ser testigo de ese momento histórico. “Vamos a ver ahora con el cambio de gobierno allí, a ver qué es lo que hacen”, una respuesta que dio sin saber que Donald Trump será el encargado de darle continuidad a las relaciones con el gobierno de la isla.
Al preguntarle si Fidel moriría contento, habla de su ilusión más grande. “Él siempre quiso ayudar a Cuba, dejar a Cuba en paz, invertir todo lo que es de este país en los pobres, favorecer al pobre que nada le cueste” y me recalca que Fidel se iría de este mundo tranquilo.
Fidel cumplió 90 años y, ante las especulaciones de su deteriorado estado de salud, Martín me dijo que “se ha recuperado bien, se ve colorado, estuvo con una gravedad grande porque se cayó y lo operaron, y después tuvo problemas, pero ahora está bien”. Ante mi insistencia Martín me comentó que el encuentro que tuvo en persona con Fidel fue reciente, me corroboró que estaba “entero”, refiriéndose a que el líder socialista aún gozaba de buena salud.
Dijo que sostuvo una prolongada charla con su hermano y que, aunque procuraba reposo, tenía energía. Sin embargo, desistió de viajar a las celebraciones que toda la isla realizó por su 90 aniversario para cuidar su salud, incluida su natal Birán, donde los niños de la escuela donde estudió fabricaron decenas de piñatas para celebrarle. “La gente creía que iba a venir y les dije que no venía, a él no le iban a meter ese viaje de allá a acá, ellos lo tienen en reposo”, comentó sin saber que esa era la última vez que vería a su hermano. La charla con Martín me dejó algo claro, al preguntarle si creía que Fidel había logrado su objetivo, mi anfitrión no titubeó al decirme “él logró lo que él quería”.
Me despedí de Martín con un apretón de manos, su hijo Martincito me esperaba para llevarme a la casa de quien fuera el médico de los Castro cuando Fidel era niño, allí iba a pasar la noche. Cruzaríamos de nuevo el pueblo revolucionario, muros llenos de mensajes del Che, “hasta la victoria siempre”, “tus ideas perduran, tu ejemplo vive”, y entre ese enorme verde decenas de campesinos mimetizados; algunos vestidos de militares observaban curiosos mi arriesgado paso.
Sabía que me quedaban varias horas en Birán, allí ni los mismos Castro saben que soy periodista de tiempo completo, tampoco me preocupé porque a alguien se le ocurriera investigarme en las redes, después de todo el acceso a internet en semejante latitud no era bueno, pero siempre existía el riesgo de terminar en la cárcel o en el mejor de los casos, deportada por el régimen.
Instalada en la casa del médico de los Castro, la esposa de Martincito me atendió con una humilde cena; su hija, que quiere ser médico, tenía interés en conocerme y me senté con ellos por un par de horas a hablar de la revolución actual. Amaneció y con la misión cumplida me esperaban 12 horas de regreso a La Habana. Valió la pena, después de todo no todos los días se llega a Cuba y se pasa la noche con los Castro. De todas formas debo confesar que me llena de nostalgia pensar que la próxima publicación de mi libro, por el cual tuve esta charla con Martín Castro, sea motivo suficiente para que el régimen, ahora sin Fidel, no me permita la entrada a la isla.