CHICAGO, Illinois.— Once días antes de la elección presidencial cayó una bomba sobre la campaña de Hillary Clinton. El director del FBI, James Comey, anunció que reabría la investigación sobre los correos electrónicos que Clinton envió o intercambió desde un servidor privado cuando era la jefa de la diplomacia estadounidense.
Luego del anuncio la candidata demócrata perdió fuerza en las encuestas, incluso algunos sondeos la colocan un punto porcentual debajo de Donald Trump. ¿Cómo es posible que el manejo de unos correos electrónicos dañen tanto a quien se veía como la segura próxima presidenta de este país?
Primero hay que entender que los estadounidenses están hartos de la clase política, especialmente la gente de clase trabajadora que ha visto diluida su calidad de vida. Para este votante la llegada de un rostro nuevo, un antipolítico que no teme a los poderosos representa una oportunidad de mandar un mensaje de repudio a Washington. Trump encarna este deseo de cambio.
En la otra esquina, Hillary Clinton tiene 30 años de carrera política, fue primera dama, senadora federal y secretaria de Estado. No sólo eso. Bill y Hillary han sido objeto de innumerables escándalos sean los de tipo sexual de él hasta los posibles conflictos de interés que ha dejado la Fundación Clinton (liderada por el ex presidente) que, se acusa, benefició a sus donantes con tratos especiales con el gobierno mientras Hillary era secretaria de Estado.
Entremos en materia, los e-mails. Las revelaciones sobre los correos electrónicos confirman cómo operan los Clinton. Que Hillary ganó la nominación demócrata con favoritismo del Comité Nacional de su partido, en perjuicio del rebelde senador Bernie Sanders. Que la maquinaria política que encabezan trafica influencias cambiando donaciones de campaña o a su fundación por favores con el Estado.
La liberalización de las noticias sobre los correos electrónicos ha ocurrido a cuentagotas, dando oportunidad a los republicanos de buscar cómo llevar a la demócrata ante el tribunal de la opinión pública.
Mucho se habló de que el secretario de Vivienda, Julián Castro, sería el candidato a la vicepresidencia de Hillary.
Ahora gracias a los e-mails se sabe que Castro no estuvo ni en la lista final de aspirantes. Lo que sí se supo fue que el jefe de la campaña de Clinton, John Podesta, pedía en un correo a la candidata atender a los “needy Latinos”, algo así como atender a los latinos que lloran por atención.
Si el perfil de político tradicional mañoso y deshonesto que dejan los correos electrónicos en la imagen de Hillary Clinton no fuera suficiente hay algo más grave: su irresponsabilidad y mal juicio en manejar información secreta en un servidor privado que, como vemos, pudo ser hackeado.
Como secretaria de Estado tuvo en sus manos información privilegiada sobre los intereses y estrategias de la nación más poderosa del mundo, y exponer estos secretos le podría representar hasta cargos criminales —si el FBI llega a esa conclusión—.
Los e-mails dan bases a la retórica de sus enemigos y otorgan municiones a los simpatizantes de Trump para repudiar más a los políticos. Quizá los fanáticos de Hillary no cambien su apoyo pues piensan que se trata de una conspiración para destruir a su candidata.
Lo que sí tiene un costo es el impacto entre los indecisos y los independientes, quienes al saber de los escándalos en los e-mails pueden dar la oportunidad a un candidato externo (Trump), o simplemente no salir a votar. Cualquiera de esos escenarios le pueden costar a Hillary una elección que parecía tener en la bolsa, veremos el martes qué pasa.
Periodista