Poco antes del mediodía del 19 de julio de 1980, en el primer aniversario del triunfo de la revolución sandinista, y ante miles de nicaragüenses y comandantes de las guerrillas de El Salvador, Guatemala, Chile, Colombia, Argentina y Uruguay, Fidel Castro relató en la antigua Plaza de la Revolución, en Managua, una anécdota histórica, política y militar del impacto de la Guerra Fría en Centroamérica.

“Se dice que el tirano Somoza, al despedir a las fuerzas mercenarias de Girón, les pidió que le trajeran al menos un pelo de la barba de Castro. Y yo he venido aquí, con toda mi barba, para ofrecérsela al pueblo victorioso de Nicaragua”, narró, eufórico y enfático.

Castro se quedó en silencio profundo. Comenzaron a escucharse risas y aplausos. Segundos después, y lo que era un grito lejano que iba en aumento, ganó fuerza y la plaza se unió en una sola voz: “Fidel, Fidel, Fidel”.

En medio de la algarabía, el líder cubano desafió a Estados Unidos al asegurar que aunque desde antes de ese festejo Washington culpó a Cuba de querer “incendiar” a los países centroamericanos con guerrilleros comunistas, tampoco debía olvidarse que Centroamérica es una tierra “volcánica”.

El líder cubano, fallecido en La Habana el pasado 25 de noviembre, resumió un pasado-presente-futuro del reflejo del conflicto este-oeste en el ist- mo: en abril de 1961, las tropas anticastristas adiestradas en Guatemala por la CIA, se disponían a embarcar en Puerto Cabezas, Nicaragua, rumbo a bahía de Cochinos, en Playa Girón, Cuba, al amparo de la dictadura nicaragüense de la familia Somoza Debayle.

La invasión alentada por la CIA fracasó en menos de 48 horas. La fuerza organizada, entrenada y financiada por EU fue derrotada y apresada en las playas de Girón. En el transcurso de aquellos agitados años de la década de 1960, Castro convirtió a Cuba en un santuario de las guerrillas.

Al amparo del fallecido dirigente Manuel Piñeiro, famoso con su apelativo de Barbarroja y jefe del Departamento América del gobernante (y único legal en la isla) Partido Comunista, gran número de rebeldes centroamericanos fueron llevados a las bases de entrenamiento de rebeldes que el régimen cubano mantenía en secreto en la provincia cubana de Pinar del Río.

Aprovechando su influencia, Castro logró reunir a las distintas facciones —Insurreccionales, Terceristas y Guerra Popular Prolongada (GPP)— que formaban el entonces guerrillero (y ahora gobernante) Frente Sandinista de Liberación Nacional de Nicaragua (FSLN) y agruparlas bajo una sola dirección nacional de nueve comandantes, en un pacto sellado en La Habana a principios de 1979.

Una maniobra similar realizó Castro con los diversos movimientos guerrilleros de El Salvador, que a finales del decenio de 1970 e inicios del de 1980 negociaron y aceptaron en La Habana aglutinarse en torno al entonces insurgente (y ahora gobernante) Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN).

Con la guerrilla guatemalteca, el gobernante cubano también influyó para que las organizaciones rebeldes se agruparan en la Unión Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG). Por eso, La Habana se transformó en frecuente punto de paso— vía México— de los ahora fallecidos jefes insurgentes Carlos Fonseca Amador, del FSLN; Shafik Handal, del FMLN, o Rodrigo Asturias, de la URNG.

Tras abrir un puente de transporte de armas por Costa Rica para los insurgentes nicaragüenses, que obtuvieron el triunfo en julio de 1979 al derrocar a la dinastía somocista, Castro logró tener una “cabeza de playa” en Managua.

A partir de 1979, con respaldo de La Habana y Moscú, Nicaragua se convirtió en el santuario de la subversión en el istmo, lo que le permitió, principalmente a la guerrilla salvadoreña, arreciar un conflicto bélico que concluyó en 1992.

Después del avance en Nicaragua, las guerrillas procastristas alteraron el equilibrio regional de poder e incendiaron a Centroamérica. Los pactos de paz suscritos en 1987 lanzaron una exigencia de “fuera manos” extrarregionales del istmo y llevaron a la pacificación en Nicaragua, Guatemala y El Salvador.

Con la derrota electoral sandinista en 1990, la firma de la paz en El Salvador entre el FMLN y el gobierno en 1992, la intervención militar de EU en Panamá, en 1989, que provocó la caída del régimen del ahora encarcelado general Manuel Noriega, y la debacle del campo socialista en Europa del Este, mermaron las posibilidades de influencia de Cuba en el área. Por la ruta electoral, el FSLN es gobierno en Nicaragua desde 2007 y lo será al menos hasta 2021, mientras que, también en comicios, el FMLN gobierna en El Salvador desde 2009, y al menos hasta 2019.

La época de los incendios subversivos en Centroamérica quedó en la historia, como el recuerdo de un momento cúspide: Fidel Castro, con toda su barba, en el volcánico territorio centroamericano.

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