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“Yo soy Antonio del Conde, El Cuate. Conocí al Comandante en 1955 y lo he seguido hasta hoy”, afirma con orgullo la persona que ayudó a enviar armas desde México al ejército comandado por Fidel Castro en 1956. Va saliendo de la embajada de Cuba en México, paso a paso, puesto que a sus 90 años le pesa caminar. Sin embargo, quiso venir a mostrar sus condolencias.

“No tengo palabras, no tengo palabras”, repite. Comenta que el viernes, él junto con varias personas se reunieron en Tuxpan, Veracruz, para conmemorar la salida del yate Granma, el cual llevó a Fidel, a Raúl Castro, al Che Guevara y demás rebeldes cubanos a iniciar la revolución. “En el evento pedí un aplauso para el Comandante. Fue el último aplauso que él tuvo”, dice. “Él me enseñó una vida nueva, me tiene que enseñar a vivir sin él”, concluye.

Como Antonio del Conde, personas de distintas nacionalidades dejaron ayer en la embajada cubana arreglos florales, cartas, rosas y fotos, como muestras de condolencias por la muerte del Comandante. Osmel Calderón, cubano de la provincia de Cienfuegos que lleva 10 años viviendo en México, no duda en afirmar que el único defecto de Fidel Castro es “haber fallecido tan pronto, a pesar de tener 90 años”. Afirma que cuando alguien le pregunta a un cubano si se considera comunista, socialista o capitalista, la mayoría responderá que es “fidelista”.

Elsa Hernández llega con su hija. Es doctora gracias, afirma, a Fidel Castro. “Soy médica, formada de la Escuela Latinoamericana de Medicina. Él pensó en el ideal del Ejército de Batas Blancas y gracias a él somos médicos. Él creó este ideal que hoy es una realidad, de que cada médico ayudara a la población de su país”, comenta entre lágrimas.

Cae la tarde en la Ciudad de México y un joven con guitarra entona la canción: “Hasta Siempre, Comandante”. Aunque está dedicada al Che Guevara, la ocasión amerita cantársela a Fidel. “Tu amor revolucionario te conduce a nueva empresa donde esperan la firmeza de tu brazo libertario”, canta una docena de personas, mientras alzan el puño en alto; algunos lloran, en este rincón de la zona exclusiva de Polanco.

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