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Fidel Castro fue un estadista notablemente pragmático en el manejo de las relaciones internacionales de Cuba y notablemente dogmático en el manejo de los asuntos internos y la economía de su país. En el plano mundial supo, como pocos, forjar alianzas y crear movimientos que le permitieron subsistir frente a los embates de 11 administraciones estadounidenses consecutivas.
Mientras que el Che Guevara abogaba por acercarse a China, Fidel escogió aliarse con la Unión Soviética. Fidel calculó que el principal enemigo de su enemigo, EU, era su principal amigo: Moscú. Ningún país como Cuba ha acercado más al mundo a una confrontación nuclear. El riesgo fue mayúsculo, pero logró blindar a su régimen de nuevas aventuras militares por parte de Washington y hasta sentirse lo suficientemente cómodo como para exportar la revolución, apoyar movimientos rebeldes en Angola, el Congo y Bolivia.
Dentro de ese pragmatismo internacional que manejaba con enorme audacia e inteligencia, logró formar una coalición internacional en contra de la Ley Helms-Burton, que terminó humillando a Estados Unidos. El caso del niño balsero, Elián González, logró que la crisis del éxodo de miles de cubanos que estaban hartos del sistema, pasara de ser vista como un rechazo al castrismo, a aparecer como una batalla humanitaria en la que el niño no buscaba más que la reunificación familiar. Fidel Castro, en lo internacional, mostró siempre una agilidad notable.
El reto más complicado que enfrentó Castro devino de la desaparición de la URSS. Cuando decreta el “periodo especial”, Cuba deja de recibir el subsidio soviético en compras preferenciales del azúcar y el suministro de petróleo. Pero, irónicamente eso no era lo más grave. La desaparición de la URSS significaba ante todo una condena histórica al socialismo, a la noción misma de que el comunismo pudiera ser un modelo viable. Los países de Europa del Este tomaron un camino distinto al de Cuba; sin dilación derrocaron títeres soviéticos en Rumania y en Hungría, en Checoslovaquia y en Polonia. Pero en Cuba, ni siquiera hubo movimientos sociales de importancia para intentar cambiar al régimen. ¿Será que los cubanos son más latinoamericanos que comunistas? ¿El carisma de Fidel hizo la magia? El hecho es que hasta el día de hoy y después de su muerte, la isla sigue dominada por el Partido Comunista, con ciertos rasgos de apertura hacia la inversión extranjera, pero con el control absoluto del Estado sobre la vida cotidiana de ese pueblo. Este es el Fidel internacionalista, hábil y pragmático, el que supo posicionar la imagen del Che Guevara, la nueva trova cubana, el éxito en el deporte, los logros en la medicina y la inspiración de que un país pequeño puede enfrentarse al tú por tú con cualquier superpotencia.
Del otro lado de la moneda está el Fidel dogmático en el plano interno. Un hombre que me cuesta mucho trabajo comprender y diré por qué. Demostró en los hechos no tenerle temor a la superpotencia norteamericana, con su gran poderío militar, a pocas millas de Florida y con un gran contingente de exiliados cubanos que le deseaban la muerte. Pero al mismo tiempo, ese mismo Fidel, ese gran maestro de la política, le tenía un pavor para mí incomprensible a la crítica interna, a la de los propios cubanos. Jamás, a lo largo de su prolongado mandato de seis décadas, permitió que surgiera un periódico independiente, un negocio o una ganadería independiente. Mucho menos permitir que surgiera algún movimiento o algún partido distinto al Comunista. La economía de las familias, la vida cotidiana de los cubanos y el burocratismo en nada se acercaban a sus logros diplomáticos. Una familia entera contaba con una barra de jabón para todo un mes, las tiendas de abarrotes sin productos, los cubanos impedidos de adquirir artículos en los establecimientos para los diplomáticos extranjeros. Los cubanos discriminados en su propio país y aun así en el discurso oficial ¿eran el pueblo más digno del planeta?
Pareciera que Cuba ha inspirado más al mundo que a sus ciudadanos. Curiosamente los críticos más acérrimos del castrismo son los propios cubanos. No contemos en esto a los cubanos de Miami, sino a los de Santa Clara y Escambrai. Esta es la dualidad de Fidel. Un hombre con carisma sobresaliente, diplomático fuera de serie, pero temeroso a la menor de las críticas, a la apertura y la expresión del pueblo que le acompañó solidariamente en todas sus aventuras.
Internacionalista