Sin grandes fiestas, en un acto más bien protocolario, una pequeña placa fue develada en la sede del Mercado Común del Sur (Mercosur), en Montevideo, para marcar discretamente el vigésimo quinto aniversario de la fundación del bloque, anticipando quizá el desaguisado que se avecinaba: unas amargas bodas de plata en medio de una crisis de conducción política.

Este mal rato se originó de una decisión política tomada en 2006 y ejecutada en 2012: la incorporación a chaleco de Venezuela, que es la causa del peor desarreglo institucional en la historia del Mercosur, que hasta enero de 2017 circulará con piloto automático, sin presidente pro témpore. Algunos de los fundadores del bloque, como el ex presidente uruguayo Luis Alberto Lacalle (1990-1995), no dudan en afirmar que el ingreso “por la ventana” fue un error y no estaba en el libreto original.

“Efectivamente, en sus 25 años, el Mercosur vive una crisis identitaria. Nacido como una alianza económico-comercial, destinada a liberar el tránsito de bienes, servicios y personas entre los socios, hoy es una débil alianza de gobiernos que en un momento tuvieron similares características políticas”, dijo Lacalle en una entrevista para EL UNIVERSAL.

El ex mandatario refirió así a un periodo de convergencia de tres gobiernos, el de Luiz Inácio Lula da Silva (2003-2007 y 2007-2011) en Brasil, Néstor Kirchner (2003-2007) y Cristina Fernández (2007-2011 y 2011-2015) en Argentina, y Tabaré Vázquez 2005-2010 y José Mujica (2010-2015) en Uruguay. Poco antes, en febrero de 1999, Hugo Chávez había llegado a la presidencia de Venezuela con una propuesta política a la que posteriormente llamaría “el socialismo del siglo XXI”.

Esa convergencia política modificó la naturaleza comercial del Mercosur. “El cambio se originó cuando, por la seducción que ejerció el presidente Chávez y su bolsa en el ánimo de ciertos partidos, en ese momento a cargo de los gobiernos, decidieron que Venezuela sería el socio político de la organización regional”, explicó Lacalle.

El Mercosur fue fundado el 26 de marzo de 1991, poco después de que Argentina y Brasil comenzaron a negociar ventajas comerciales mutuas, las cuales Uruguay y Paraguay pidieron compartir.

“La idea era que la integraran las naciones del sur, las que están en el sistema de ríos, la cuenca del Plata”, precisó Lacalle al ahondar en las razones de la inconsistente decisión de sumar a Venezuela. No es el caso de Bolivia, actualmente en proceso de incorporación, que se conecta con sus vecinos mercosurianos a través del río Pilcomayo, que nace en el este boliviano.

Los primeros años de la comunidad son recordados como una etapa de auge comercial intrarregional, nunca antes vista en la subregión: su valor total pasó de 20 mil millones de dólares en 1991 a 60 mil millones en su punto más alto, en 2011.

Dossier. Mercosur, a la deriva
Dossier. Mercosur, a la deriva

Las exportaciones extrarregionales pasaron a su vez de 25 mil millones de dólares en 1991 a un pico de 60 mil millones, también en 2011. Desde entonces, los montos han venido a la baja.

Una crisis financiera hizo que Brasil tomara en 1999 las primeras decisiones unilaterales, contrarias a la fórmula de acción colectiva que se había fijado el bloque. Al famoso “efecto samba” se agregó dos años después “el efecto tango” y “el corralito” de Argentina, otra crisis bancaria que sirvió de argumento para que los dos principales socios reforzaran el proteccionismo de sus economías nacionales.

El alza de precios de materias primas (commodities), a partir de 2003, y la irrupción de China como cliente notable del Mercosur reanimó la economía del bloque, “pero todo esto no necesariamente favoreció al Mercosur; siguió funcionando en lo comercial, pero no se solucionaron diferencias de fondo”, explicó Ignacio Bartesaghi, jefe del Departamento de Negocios Internacionales de la Universidad Católica del Uruguay, en entrevista para EL UNIVERSAL.

“Pasó a ser Mercosur un foro político, más que uno de integración económica. Y eso fue porque el interés de Brasil siempre ha ido más allá. La idea de Lula era un Brasil inserto en el mundo, un global player que demandaba un sitio permanente en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Para eso debía ampliar su espectro de acción, que no podía ser sólo Argentina, Uruguay y Paraguay; tenía que ser América del Sur. Claramente, la estrategia de Brasil con el lanzamiento de la Unión de Naciones del Sur (Unasur) y con la idea integrada de América Latina tiene que ver con liderar América del Sur. Pero eso debilitó al Mercosur”.

Fue en esas condiciones que la comunidad mantuvo su curso los años posteriores a la salida de Lula da Silva y la entrega de la estafeta a su ex ministra de Energía, Dilma Rousseff, hasta que fue suspendida en mayo pasado y destituida finalmente en agosto. La muerte de Chávez, en marzo de 2013, el ascenso del empresario Mauricio Macri a la presidencia de Argentina, el 10 de diciembre de 2015, y la instalación de Michel Temer como presidente —interino primero y después definitivo— de Brasil, son hitos que condujeron a la reconversión del bloque, tratando de recuperar su espíritu comercial.

En julio pasado, el ministro brasileño de Relaciones Exteriores, José Serra, hizo saber a sus socios que la nueva administración brasileña no estaba de acuerdo en el traspaso de la presidencia pro témpore de Uruguay a Venezuela, a partir del 1 de agosto. El Mercosur de las decisiones políticas se colapsaba.

Los representantes oficiales fueron convocados el 11 de julio en Montevideo para buscar una alternativa, pero la reunión terminó con una penosa denuncia de la canciller venezolana Delcy Rodríguez ante la prensa: su homólogo paraguayo, Eladio Loizaga, y el vicecanciller brasileño, Paulo Estivallet, “se escondieron en el baño” para no hablarle a la cara.

Uruguay quedó entre la espada y la pared. Argentina guardó silencio. Al canciller paraguayo no le quedó más que decir que, si acaso habían ido al baño Estivallet y él, fue “porque la necesidad fisiológica nos ha llamado”.

Caracas resistió la embestida brasileña hasta que Serra aprovechó una entrevista con el diario Última Hora de Asunción, en agosto, en la que anunció que Venezuela “no asumirá” la presidencia del bloque por no haber cumplido con requisitos del bloque en términos jurídico-comerciales y de derechos humanos. Una administración colegiada se habría de hacer cargo los siguientes seis meses, teniendo como principal misión la negociación de un acuerdo comercial con la Unión Europea, en proceso desde hace 14 años.

El presidente venezolano Nicolás Maduro reaccionó enfurecido y habló de las acciones de sus socios, reviviendo metafóricamente un triste pasaje histórico sudamericano de 1864 a 1870, en el que Brasil, Argentina y Uruguay declararon la guerra a Paraguay y fue despojado de grandes porciones de su territorio (sin beneficio alguno para los uruguayos).

La renovada “triple alianza” está ahora formada por Brasil, Argentina y Paraguay, según el recuento de Maduro, a quien los cuatro socios fundadores del Mercosur le dieron el 1 de diciembre como fecha perentoria para que actualice su marco jurídico de acuerdo con los requerimientos del Mercosur, una misión que parece imposible cuando el Poder Legislativo venezolano está en manos de la oposición, más preocupada por llevar a cabo un referéndum revocatorio contra el presidente.

Los tiempos de la convergencia política quedaron atrás y aunque más de un crítico apunta a Brasil para hallar un responsable de la crisis, el diputado brasileño por el Partido de los Trabajadores y miembro del Parlamento del Mercosur (Parlasur), Arlindo Chinaglia, dijo en entrevista para EL UNIVERSAL que en realidad los problemas del bloque son una muestra “del tremendo atraso de las élites económicas [subregionales], porque sus diferencias políticas e ideológicas acaban siendo contrarias al Mercosur, cuando todas se han beneficiado de él”.

Para los partidos que dominaron la escena política sudamericana en los tres últimos lustros, el Mercosur logró avanzar en la construcción de nuevas instituciones que involucran en el proceso de integración económica a los pueblos y a los trabajadores, ya no sólo a gobiernos y empresas. “Mercosur tenía un déficit democrático”, afirmó el vicepresidente del Parlasur, el uruguayo Daniel Caggiani, miembro del gobernante Frente Amplio, quien en una en entrevista para EL UNIVERSAL destaca como ejemplo el hecho de que “hasta hace poco [2013], Paraguay no tenía un Ministerio del Trabajo”.

Pero las críticas a la actual situación del Mercosur llegan también desde fuera del bloque. El ex secretario general de la OEA, el chileno José Miguel Insulza, afirmó el 22 de septiembre pasado que “los gobernantes [de los países miembros] no estuvieron a la altura para transformar las economías” y sugiere una pronta actualización.

Mientras lo logra, Mercosur navega por ahora sin capitán y con rumbo incierto, pero todos esperan que vuelva a puerto reformulado, dejando atrás sus amargas bodas de plata.

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