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Brasil-México, una relación complicada

Los gobiernos de México y Uruguay negociaron un tratado de libre comercio (SICE) que abrió la puerta a empresas mexicanas para hacer negocios en el Mercado Común del Sur

El entonces presidente boliviano Carlos Mesa aplaude mientras sus pares mexicano, Vicente Fox (centro) y uruguayo, Jorge Batlle, intercambian copias del acuerdo comercial bilateral firmado en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, en 2003. (FOTO: ARCHIVO)
20/11/2016 |01:58
Redacción El Universal
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Hoy se dice fácilmente, pero en 2003 fue motivo de tensiones y sigilosos movimientos diplomáticos que forman parte del anecdotario de las tensiones en las relaciones oficiales mexicano-brasileñas. Los gobiernos de México y Uruguay negociaron un tratado de libre comercio (SICE) que abrió la puerta a empresas mexicanas para hacer negocios en el Mercado Común del Sur (Mercosur), a contrapelo de los intereses de Brasil.

Eran los días en que emergía en América del Sur un discurso político contrario al librecambismo y a la iniciativa de Estados Unidos de impulsar el Acuerdo de Libre Comercio de las Américas (ALCA), que tenía el respaldo de Canadá y México. Los presidentes Luiz Inácio Lula da Silva de Brasil y Hugo Chávez de Venezuela eran en 2003 los más visibles opositores al proyecto y dos años más tarde el venezolano caracterizó al mandatario mexicano, Vicente Fox, como el “cachorro del imperio”, por haber impulsado el plan en la cumbre hemisférica celebrada en La Plata, Argentina. “Brasil pegó algunos gritos, pero ya no había nada qué hacer porque el hecho estaba consumado” y el acuerdo que liberaba el comercio con México entraba en vigor en 2003, relató Washington Durán, el responsable de las negociaciones de parte del gobierno uruguayo en aquel periodo, en entrevista para EL UNIVERSAL.

“Políticamente para México era un triunfo hacer un acuerdo de libre comercio con un país del Mercosur y romper de alguna manera esa hegemonía de Brasil. Le interesaba un acuerdo hacia el sur al que le pudiera llamar de libre comercio, que en realidad lo es”, porque tiene todos los capítulos correspondientes y se hizo bajo el modelo Acuerdo General de Aranceles y Comercio (GATT), la actual Organización Mundial de Comercio (OMC).

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Tiempo atrás, Uruguay había mostrado interés en negociar un tratado con Estados Unidos, pero no contaba con la venia de Brasil porque eso significaba excluirlo de la negociación con una potencia; en cambio, el proyecto con México era aceptable.

“Para Uruguay también era beneficioso desde el punto de vista político, porque hacía su primer acuerdo de libre comercio y lo hacía fuera de la región [el Mercosur], aunque en el marco de la Asociación Latinoamericana de Integración [Aladi]”, contó Durán.

Uruguay, un país que produce 10 veces más la cantidad de alimentos agropecuarios que demanda su población y aprovecha el comercio exterior para generar empleo e ingresos, se libró de esa manera de una decisión del Mercosur tomada el año 2000, que impedía a los cuatro miembros del bloque de entonces, Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay, negociar tratados de libre comercio con terceros países o comunidades económicas. Pero una forma de excepción se abrió cuando el Mercosur autorizó en 2002 tratativas para ampliar acuerdos de complementación económica con miembros de la Aladi, a la que pertenece México.

Camisa “rasgada”. “La tinta de la firma no se había secado cuando los presidentes Fox y Jorge Batlle volaron en helicóptero desde Olivos [residencia oficial del mandatario argentino] hasta la quinta de Suárez en Montevideo” para fijar los términos generales de la negociación, que duró medio año y durante la cual se decidió no llamarlo “tratado de libre comercio” y no inscribirlo en la OMC “para no pelear tanto con Brasil”, aclaró.

“No es que [Uruguay] se quitara la camisa de fuerza del Mercosur, pero quedó muy rasgada”, remató.

Los gobiernos mexicano y uruguayo comenzaron la actualización del tratado en agosto pasado y prevén terminar el año próximo. Paraguay y México anunciaron también en ese mes que avanzarán hacia la ampliación de su relación mercantil.

En Uruguay hay un constante debate entre empresarios, miembros de la clase política y dirigentes sindicales sobre la posibilidad de acercarse a la Alianza del Pacífico (AP), conformada en abril de 2011 por Chile, Perú, Colombia y México. La AP es otro trago amargo para Brasil en el escenario latinoamericano. La destituida presidenta brasileña, Dilma Rousseff, mantuvo la política de Lula en su rechazo a abrir a Brasil y al Mercosur a los tratados de libre comercio y al nuevo bloque americano occidental, al que Brasilia ni siquiera se ha acercado en calidad de observador.

“Se dejaron llevar por esa filosofía de una Sudamérica plenamente integrada, que iba a defender los intereses de Brasil a nivel global y esta jugada no les salió bien”, dijo a este diario Ignacio Bartesaghi, jefe del Departamento de Negocios Internacionales de la Universidad Católica de Uruguay.

“Desconocieron que Perú, Chile y Colombia tenían dinámicas propias y no iban a tener un alineamiento automático a la posición brasileña. Eso abrió la puerta a la conformación de la AP, que es un gran golpe para Brasil desde el punto de vista geopolítico. No sólo tres países de América del Sur crean otro proceso de integración, en el cual Brasil no está, sino que además ingresa México y vuelve a América del Sur”, dice Bartesaghi aludiendo al hecho de que en los años 90, el Mercosur paró los intentos mexicanos de aproximación.

La suspensión de Rousseff en mayo pasado y su destitución en agosto llevaron al nuevo canciller José Serra a redefinir planteamientos de las relaciones exteriores de Brasil, hace cinco meses, al tomar posesión de su cargo. En principio, Serra declaró que Brasil no profundizará en sus 10 directrices de política exterior “la separación entre el este y el oeste” y “en lo que respecta a México, la prioridad será aprovechar al máximo el enorme potencial de complementariedad entre nuestras economías y de nuestras visiones internacionales”.

La redefinición respecto a México implica un cambio impensable en los tiempos de Lula y Rousseff. Los choques diplomáticos entre los dos países quedaron de manifiesto varias veces en foros internacionales como la OMC, Naciones Unidas y Aladi. “La Aladi es el único proceso de integración regional donde están México y Brasil sentados en la misma mesa, por eso está estancado”, afirmó Bartesaghi.

“Tienes ahí [en la Aladi] dos actores clave para el desarrollo de América Latina que no se entienden. Que ahora estén avanzando en un acuerdo comercial —según anunciaron en julio pasado durante una visita de Serra a México— puede ser fundamental para pensar en una verdadera convergencia entre la AP y el Mercosur. Pero si Brasil y México no se entienden y no se sientan en una mesa, todo lo demás es teoría”.