Más Información
Morena va por medidas fiscales para plataformas digitales por almacenamiento; Ramírez Cuellar prevé ingresos de 15 mil mdp
Senado acelera discusión para extinguir organismos autónomos; Morena convoca a sesión para este miércoles
Claudia Sheinbaum muestra por primera vez cambios en el despacho presidencial; se trata de tres nuevos cuadros
EU encabeza solicitudes de asilo, informa OCDE; Venezuela, Colombia y Siria los países con más peticiones
El polémico magnate Donald Trump, que ganó por sorpresa las elecciones presidenciales del martes en Estados Unidos, puede presumir de casi todo, menos de una cosa: experiencia previa en un cargo político.
En ese terreno, Trump bien podría asemejarse a un concursante de "The Apprentice" ("El aprendiz"), el popular programa que le lanzó al estrellato televisivo al grito de "¡Estás despedido!".
De hecho, el ya virtual presidente electo, que ejercía en ese espacio de juez implacable ante la destreza empresarial de jóvenes aprendices que aspiraban a un suculento contrato anual para dirigir una de sus compañías, abomina de la clase política.
"Yo no soy un político. Los políticos hablan y no actúan. Yo soy lo contrario", subrayó Trump hace casi un año, tras postularse el 16 de junio de 2015 a la Casa Blanca con un controvertido discurso en el que llamó "violadores" a los inmigrantes mexicanos.
El pasado abril, el impulsivo multimillonario reconoció que solo ha "sido un político durante un tiempo muy corto", y está en proceso de "aprendizaje".
"Lo que realmente he sido es un empresario exitoso durante mucho tiempo", matizó Trump, conocido por su autoestima sin límites.
Tanto es así, que en 1995 publicó en The New York Times un artículo titulado, sin empacho alguno, "Lo que mi ego quiere, mi ego lo consigue", filosofía que ha impulsado su meteórico e inesperado ascenso a la nominación presidencial del Partido Republicano.
Antes de competir por la Casa Blanca con una campaña plagada de insultos que ha sabido capitalizar el enojo de muchos votantes con la clase política de Washington, Trump era ya en Estados Unidos toda una celebridad con una biografía digna de un guión de Hollywood.
Nacido el 14 de junio de 1946 en el neoyorquino barrio de Queens, Trump es el cuarto de los cinco hijos de Fred Trump, constructor de origen alemán, y Mary MacLeod, ama de casa de procedencia escocesa.
Tan rebelde era ya desde niño, que su padre tuvo que sacarlo a los 13 años de la escuela, donde agredió a un maestro, e internarlo en la Academia Militar de Nueva York, con la esperanza de que la disciplina castrense metiera a su hijo en redil.
Al parecer, el pequeño Donald "era un bocazas matón" aficionado a "decir palabrotas a todo volumen", según el doctor Steve Nachtigall, de 66 años, quien padeció sus travesuras.
Trump se graduó en 1964 en la academia, donde alcanzó el rango de capitán e incluso vislumbró su destino: "Un día, yo seré muy famoso", le comentó al cadete Jeff Ortenau.
En 1968, el magnate se licenció en Economía en la Escuela Wharton de la Universidad de Pensilvania, y se convirtió en el favorito para suceder a su padre al frente de la empresa familiar, Elisabeth Trump & Son, dedicada a edificios de alquiler de clase media en los barrios neoyorquinos de Brooklyn, Queens y Staten Island.
Trump se hizo en 1971 con las riendas de la compañía, rebautizada como The Trump Organization, y se mudó a la glamurosa Manhattan a la caza de una fama que llegó a base de proyectos pomposos, autobombo, verdades a medias y una relación borrascosa con la prensa.
El "aprendiz" de presidente justifica esa estrategia en las memorias "The Art of The Deal" ("El arte de la negociación"), un "bestseller" imprescindible para entender al personaje, presentado en el libro como un "maestro del trato" que piensa "a lo grande".
"Juego con las fantasías de la gente", escribe el candidato, quien aboga -como se puede comprobar tanto en los negocios como en la política- por la "hipérbole" como "una forma inocente de exageración y una forma muy efectiva de promoción".
El osado empresario empezó, pues, a cimentar su fama con deslumbrantes obras en Manhattan, como la Torre Trump, un lujoso rascacielos de 58 pisos con una cascada interior en plena Quinta Avenida desde el que, por cierto, lanzó su campaña presidencial.
El magnate ha levantado un imperio que incluye hoteles, campos de golf y casinos, un negocio este último que ha incurrido en cuatro bancarrotas pese al "éxito" del que alardea Trump.
Según la revista Forbes, el empresario posee una fortuna de 4.500 millones de dólares, pero Trump insiste en que la cifra asciende a 10.000 millones de dólares.
El multimillonario también se ha lucrado en el mundo del espectáculo no solo con "El aprendiz", que le valió una estrella en el Paseo de la Fama de Hollywood, sino con la aparición en numerosas películas y la propiedad de concursos de belleza como Miss Universo.
Con tres matrimonios y dos sonados divorcios (con la modelo checa Ivana Zelnickova en 1991 y la actriz estadounidense Marla Maples en 1999), la vida personal de Trump ha sido tan agitada como su carrera profesional, para deleite de la prensa del corazón.
Zelnickova le dio al magnate tres hijos (Donald Jr., Eric e Ivanka), que trabajan como vicepresidentes ejecutivos de Trump Organization y juegan un papel crucial en la campaña presidencial de su padre, mientras que con Maples tuvo una hija, Tiffany.
Desde 2005, el multimillonario, de confesión presbiteriana, está casado con la exmodelo eslovena naturalizada estadounidense Melania Knauss, de 46 años, con la que comparte un hijo, Barron William.
Poco dado a abrir su corazón en público, Trump no ha ocultado nunca el trauma de la "muy triste" muerte de su hermano mayor, Fred, un "tipo maravilloso" que falleció a los 43 años por alcoholismo, de ahí que ni fume ni beba alcohol.
Como detalle curioso sobre su singular personalidad cabe destacar que el empresario se define como un "obseso de los microbios" y, por ese motivo, siente aversión a dar la mano.
Durante la campaña electoral, Trump afrontó un desafío "a lo grande", como a él gusta: equilibrar su ego con un mensaje que convenciera al electorado para darle las llaves de la Casa Blanca.
Al final, el magnate ha superado con éxito la prueba, porque el votante, a diferencia de su personaje en "El aprendiz", le ha respaldado en las urnas con un clamoroso "¡Estás contratado!".