A mediodía. En Hamilton Heights, un barrio al borde del Hudson y al noroeste de Manhattan, la población latina hizo valer su voto.

Aquí, los latinos representan 52% de los 48 mil habitantes. Como era de esperarse en una ciudad predominantemente demócrata, la mayoría de los que salieron con la estampa de “I Voted” en la solapa dijeron haber apoyado a Hillary Clinton.

No era el caso de Joaquín. Tras votar, se le escuchó correando: “¡Trump! ¡Trump! ¡Trump”. La reacción a su alrededor era la que provoca alguien que está haciendo el ridículo. A mediodía Joaquín seguía pareciendo la excepción en el lugar.

A medianoche. Trump ha ganado en Iowa. Trump ha ganado en Nevada. Entre los seguidores, cada vez más festivos, hay asiáticos, hay judíos, hay alguna persona de Medio Oriente y cantidad de acentos. También hay latinos. En un momento, un seguidor de Trump se encuentra frente a judío ortodoxo y él mismo parece asombrarse: “¡Todos están con Trump!”

Trump ha ganado Pennsylvania. Un grupo de simpatizantes forma un círculo de rezo. Antes, a cada nuevo estado ganado habían estallado de júbilo, pero ahora se abrazan y agachan la cabeza en silencio.

Trump ha ganado en Wisconsin. Trump ha ganado.

Empieza para muchos la resaca de la exaltación y el desengaño. Pero en Nueva York todos hallan dónde ahogar sus penas. En un supermercado abierto las 24 horas, en Broadway, un grupo de estudiantes australianos busca cervezas y duda ante las marcas. Uno de ellos toma un six-pack de Corona: “¡Por
los mexicanos!”.

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