Washington.— El debate de candidatos a la vicepresidencia de Estados Unidos, celebrado anoche en la Universidad de Longwood (Farmville, Virginia), fue tosco y complejo de seguir por las continuas interrupciones, pero dejó claro que los dos contendientes son zorros viejos de política y tenían claro cuál era su función.
El candidato a vicepresidente del Partido Republicano, Mike Pence, tenía ayer la difícil misión de defender a Donald Trump en el encuentro que lo enfrentó al demócrata, Tim Kaine.
Durante todo el debate mantuvo una imagen serena, sosegada, bien preparada en casi todos los movimientos. Pero tuvo un pequeño desliz, cuando los ataques de Kaine sobre las posturas más controversiales de Trump no cesaban.
Y entre ellas, en un puesto protagonista, está la cruzada del líder republicano contra los inmigrantes de México. “Ya sacas otra vez el tema mexicano”, se desquició Pence, dando cuenta de que es un asunto espinoso para su campaña. Esta vez, a diferencia del primer debate presidencial entre Donald Trump y Hillary Clinton, la inmigración estuvo presente, pero sin aportar nuevas ideas y sólo con la defensa de las propuestas y posiciones ya conocidas.
Mientras Kaine aseguró que el plan republicano es ir “casa por casa para deportar gente”, Pence defendió que su campaña tiene un plan integral dedicado a deportar a “foráneos criminales” indocumentados, a la vez que reiteró que el famoso “muro” se va a construir “por debajo y por encima de la tierra”, con fuerzas de seguridad aéreas para controlar la inmigración ilegal. Si Pence tenía como objetivo mejorar la imagen de su campaña, Kaine tenía la misión de desacreditar el temperamento del magnate republicano, sin tener en cuenta la imagen dada y apoyada en los planes, programas y contenido político que caracteriza su candidatura. Excesivo en sus interrupciones, el aspirante demócrata usó el insulto de Trump a los mexicanos (la definición de “criminales y violadores”) para cuestionar las salidas de tono, algo que reiteró constantemente.
“No puedo entender cómo lo puede defender”, se sorprendió Kaine, quien hizo un listado de acusaciones y faltas de respeto de Trump contra múltiples grupos de población. La presión no quedó ahí y recordó que Trump nunca pidió perdón por sus palabras contra minorías raciales o mujeres.
Pence aguantó, dando una imagen de serenidad que quería transmitir confianza a sus votantes: si alguien como él está del lado del magnate, no hay por qué no confiar en él.
Sin embargo, Pence no pudo defender al candidato republicano con contundencia. “[Trump] no es un político refinado, ni pulido”, reconoció.
La estrategia republicana era diferente: su propuesta es el cambio ante un sistema que no funciona y no responde a las necesidades de EU.
A diferencia del primer debate, se notó que ambos contendientes se habían preparado para la pelea. En muy pocas ocasiones respondieron directamente las preguntas formuladas y siempre derivaban la conversación hacia el lugar que más les favoreció para atacar los puntos débiles de la campaña del contrario. Mientras el demócrata continuó su cruzada para que Trump haga públicas sus declaraciones de impuestos y le criticó por sus alabanzas al presidente ruso, Vladimir Putin; el republicano quiso profundizar en los ataques por las controversias de los correos electrónicos y la fundación Clinton.
No hay tiempo para el descanso. El domingo, en Saint Louis, Trump y Clinton se volverán a ver las caras.