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Pasaron dos semanas desde que el huracán Matthew devastó el sur de la isla. Las autoridades de Haití contabilizan 540 muertos, 128 desaparecidos y 175 mil desplazados. Pero es tiempo de volver a comenzar y levantar desde cero poblados enteros de las costas sur, suroeste y de las montañas.
Familias enteras ponen buena cara a la temporada de lluvias. Apenas se asoman los primeros rayos de sol —a las 05:00 horas— se escucha el martilleo incesante de la gente que reconstruye sus casas, utilizando la madera de árboles que fueron arrancados de raíz por vientos incesantes del ciclón que colisionó con la isla el 3 de octubre pasado.
Ante la poca ayuda que ha llegado a la zona, los niños colaboran incansablemente para arreglar caminos que quedaron totalmente destruidos y hacen inaccesible la entrada a sus comunidades. Con sus manos, escarban la tierra para darle forma a las vías destrozadas por Matthew.
En algunos puntos, donde los puentes quedaron inservibles, los pequeños ayudan a los automotores a cruzar los ríos a cambio de comida o monedas.
“I'm the boss, I'm the boss” (soy el jefe, soy el jefe) grita uno de los menores en un inglés que casi no se entiende. Entre risas, dice que él es el patrón porque ha guiado a cientos de autos para cruzar el feroz río de Port a Piment con el peligro de ser arrastrados por la corriente. Los niños son la luz en una costera que se ha quedado gris.
Ellos también ayudan para que a sus comunidades puedan llegar los servicios humanitarios. “Blan, blan” (blanco, blanco), dice otro de los menores mientras levanta las manos y corre por el río frente a una camioneta de Médicos del Mundo, guiando al conductor para que circule en la parte menos profunda y evite que sea llevado por la corriente o quede atascado entre rocas y hoyos.
Pero el riesgo de contagios de enfermedades mortales, como el cólera, es latente. Desde las montaña, los casos de esa enfermedad han aumentado, el río arrastra la infección hasta la costera donde los niños se bañan y cruzan descalzos sus corrientes.
Mejora el tiempo
Los habitantes de los poblados que recorren la costa del Mar Caribe son testigos desafortunados de la inminente fuerza de la naturaleza, pero la gente se ha hecho de roble puro. Los sobrevivientes a esta catástrofe apocalíptica no lloran, sus rasgos son inflexibles a pesar de quedar en el desamparo.
En cambio, salen adelante, han tomado las pocas herramientas que les quedaron. Cortan con machete en mano las palmeras que aplastaron sus casas, mientras sus hijos pequeños juegan entre los escombros de ladrillos y maderas de lo que antes eran sus hogares.
Tal parece que este día hay más suerte en Bon Pas y en todas las localidades que la rodean. El sol lacera la piel, pero eso es mucho mejor que el clima lluvioso que había impedido levantar los muros de la zona. Algunas organizaciones civiles comenzaron a repartir lonas para improvisar techos. Los rojos y azules que ahora protegen las casas contrastan con los grises del agua estancada, el negro de algunas partes que quedaron calcinadas y el café de los árboles que perdieron vida en la costa sur.
Ante las pérdidas totales, algunas familias comienzan a levantar sus viviendas desde cero. Hay madera suficiente para construir una casa más amplia, pero lo que falta es herramienta, clavos y alambre. Los más previsores elaboran ladrillos con lodo y agua que huele a podrido: intentan que sus viviendas sean más resistentes. Nadie descansa en esta parte de la isla. Mientras los hombres trabajan recolectando escombros, las mujeres cargan cubetas en sus cabezas por varios kilómetros para llevar agua potable y cocinar el poco alimento que les quedó. Otras pescan y viajan para recolectar maíz o arroz.
Pero el tiempo apremia, puesto que la temporada de lluvia seguirá hasta noviembre.
Equipo pesado
A dos semanas del ciclón, la maquinaria pesada arriba a las zonas más afectadas, donde durante todos estos días era imposible transitar, porque los caminos desaparecieron y al menos cuatro puentes quedaron inservibles. Sin embargo, son pocas las máquinas que recogen escombro o arreglan caminos, comparado con los 80 kilómetros de devastación y ruinas.
La reconstrucción de secciones y ayuntamientos no será fácil. Iglesias, escuelas, casas, edificios de gobierno, cárceles, orfanatos, además de una cantidad innumerable de árboles y palmeras reúnen toneladas y toneladas de escombros que deberán ser removidos para trazar una nueva costera. La magnitud de las afectaciones es incuantificable, tanto que el gobierno desconoce cuánto se necesitará para poner en pie las áreas afectadas. Tocará hacer casi lo imposible para levantar —casi de la nada— a los cinco departamentos afectados y ayudar a las 120 mil familias damnificadas en las costeras sur, suroeste y en las montañas. La recuperación será larga en un país que ha sido castigado por los desastres naturales en los últimos años.