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Des Cayes, Haití.— Sentado en una silla de plástico, Tavens cuida a su pequeña hermana, Hamson, diagnosticada con cólera, la enfermedad que agrava la situación en Haití tras el paso del huracán Matthew.
La bebé, de ocho meses de edad, se encuentra desde el lunes pasado en el Hospital Regional de la Inmaculada Concepción, en el departamento de Des Cayes. Su familia viajó seis horas para que la pequeña fuera atendida por un médico. Hamson casi no abre los ojos, luce pálida en el regazo de su hermano. Es el más reciente eslabón de calamidades para su familia desde el 3 de octubre, cuando el huracán azotó la isla y dejó cientos de muertos.
El olor a cloro inunda el área confinada para enfermos con cólera de la Inmaculada Concepción. Las enfermeras contabilizan, tan sólo en este pequeño hospital regional, cinco casos diarios de personas infectadas que viajan desde los poblados costeros —la mayoría a más de seis horas de distancia en automóvil— y adonde la ayuda humanitaria no ha llegado.
Amante Germain, de 82 años, es otra de las pacientes del hospital, el cual apenas cuenta con las medidas sanitarias básicas para tratar el cólera. La señora no habla, sólo mira al suelo mientras su hija explica que en su poblado, llamado Tiburón, las personas fallecen por decenas, infectadas por el cólera.
Un paciente, acostado en una de las literas de madera del aérea confinada, recibe ayuda de las enfermeras. Le acomodan el suero, pero el señor —de edad avanzada— apenas puede moverse, está recostado en la pared de ladrillos sin un familiar que lo apoye.
Atender a los enfermos de cólera es la prioridad para las autoridades, pero no la única. No hay medicamentos, el agua es insalubre, la comida escasea, hay cientos de desplazados que se han quedado sin hogar, las elecciones a presidente han sido pospuestas hasta nuevo aviso y la cifra de muertes se ha elevado a 473 personas, de acuerdo con información oficial.
El camino de la destrucción
Los estragos del huracán Matthew son visibles a tan sólo 90 minutos al sur de Puerto Príncipe, donde el panorama cambia kilómetro tras kilómetro.
El huracán se encargó de destruir todo a su paso. En Petit-Goave el río destruyó uno de los puentes y a partir de Cavallion se puede ver la devastación en los árboles derrumbados, las casas y escuelas destrozadas (algunas sin techo) y los postes de luz destruidos que han dejado sin electricidad al 80% de la población de la región sur.
Además, la gente se enfrenta a la contaminación de agua y se multiplican los focos de infección, ambiente ideal para una epidemia. Ante la desolación que vive el país caribeño, las autoridades reconocen que debido a los problemas por la escasez de alimentos en todo el territorio podría devenir una hambruna.
La situación es crítica, ya que la región sur del país es la que abastece a todo el territorio de productos como arroz, cacao, café, plátano y otros alimentos. A consecuencia de Matthew, toda esa producción fue destruida. Los grandes plantíos de plátano quedaron hechos añicos por las fuertes ráfagas del huracán. En algunas zonas, los pobladores van recogiendo lo rescatable de sus sembradíos para intercambiarlo por otros productos y poder sobrevivir.
Grito a una voz
A pesar de la mirada dura que no les permite el llanto ante fenómenos como el que padecieron la semana pasada (apenas en 2010 un terremoto azotó el país y dejó 300 mil muertos), los haitianos unen sus voces: necesitan ayuda urgente para levantar sus casas y darle de comer a sus hijos.
Varias familias lo perdieron todo. En Des Cayes, una de ellas narra cómo el huracán llegó con toda su fuerza y acabó con sus pertenencias, algunas de sus cosas permanecen al sol con la esperanza de que pueden ser reutilizables.
“No pudimos rescatar ninguno de nuestros muebles, estamos durmiendo en el piso desde hace más de una semana. No nos ha llegado ayuda por ningún lado”, relató a EL UNIVERSAL Marei Páado.
En algunas escuelas los fuertes vientos arrancaron los árboles de raíz y destruyeron techos, ventanas y paredes. De acuerdo con UNICEF, 100 mil niños se quedaron sin clases, ya sea porque sus escuelas son usadas como albergues o quedaron destrozadas, sin libros ni material escolar que pueda ser utilizado.
La devastación es tal que, incluso, el gobierno no tiene información completa de las localidades que fueron afectadas. Es el caso de la población de Petit-Goave, donde uno de los puentes colapsó, por lo que los camiones y automóviles tienen que cruzar las aguas del río, que lleva una pequeña corriente.
Mientras tanto, la ayuda internacional llega a cuentagotas a Puerto Príncipe, la capital del país, y es repartida vía aérea y terrestre hasta el sur de la región que es las más necesitada.
Aun así, en varios departamentos, como Des Cayes, la gente asegura que lo que llega no es suficiente, a pesar de la presencia de organismos internacionales como Naciones Unidas, Médicos Sin Fronteras (MSF) y UNICEF.
En la misma Des Cayes, al menos 200 personas se quedaron sin hogar. Sus viviendas fueron destrozadas por completo y ahora esas familias ocupan la Escuela Lycee Phillipe Guerrier como albergue en la zona La Savanne.
En el albergue, decenas de niños juegan al futbol, mientras las señoras lavan la ropa con un poco de agua que tuvieron que acarrear desde el río más cercano, que está a 10 kilómetros. El sobrevuelo de un helicóptero de los Cascos Azules emociona a las personas desplazadas, pero la ayuda —hasta ayer— no había llegado.