El escrutinio a la fundación de la familia Clinton se ha convertido en uno de los puntos más calientes de la campaña electoral en Estados Unidos. Acusaciones de corrupción, trato de favor y tráfico de influencias contra la candidata demócrata, Hillary Clinton, son gran parte de la punta de lanza de los ataques de los republicanos y su cabeza de cartel: el candidato presidencial Donald Trump.

La Fundación Clinton apareció en 1997 como continuación de los esfuerzos en la lucha contra el SIDA en países en desarrollo que Bill Clinton hizo durante su presidencia. Desde entonces, y tal como escribe el propio ex presidente en el canal Medium de la Fundación, más de 11 millones de personas tienen acceso a medicación para el SIDA a precios mínimos.

En 2001, con la salida de la Casa Blanca, se renombró como “Fundación William J. Clinton”. Con la entrada de Hillary, su mujer, y Chelsea, su única hija, a los puestos directivos de la fundación, en 2013 volvió a cambiar de nombre para integrar a toda la familia: “Fundación Bill, Hillary & Chelsea Clinton. Si Hillary se convierte en presidenta de EU, volverá a cambiar de nombre, quedando en un simple “Fundación Clinton”.

Pero el del SIDA no es el único rubro en el que trabaja con programas propios a los que dedica 89% del dinero recaudado (el resto va a costes operativos). Sus puntos clave son salud global, cambio climático, desarrollo económico, salud y bienestar, y mejora de las oportunidades para niñas y mujeres, no sólo en comunidades de EU, sino a nivel global.

Quizá uno de los mayores éxitos de la Fundación Clinton fue, en 2005, el lanzamiento de la Iniciativa Global Clinton, que funciona como un mercado mundial para poner en contacto y unir ONGs y donantes, especialmente del sector privado. Al día de hoy, según cifras de la organización, se han realizado 3 mil 500 actuaciones en 180 países que han ayudado a más de 430 millones de personas.

Pero desde su creación, la fundación estuvo en el ojo del huracán. El poder político del clan Clinton no terminó con el mandato de Bill en 2001, sino que prosiguió con Hillary, primero como secretaria de Estado y ahora como candidata presidencial demócrata.

La investigación de la agencia noticiosa Associated Press, que apuntaba a que más de la mitad de ciudadanos privados que se reunieron con Hillary durante su etapa como jefa de la diplomacia estadounidense eran donantes de la fundación, o los reportes de que un tercio de los donantes acogieron eventos para recaudar fondos para la campaña electoral demócrata, desataron sospechas de tráfico de influencias y corrupción, aunque con la información disponible es imposible comprobarlo, o que haya habido conflicto de interés.

Sin embargo, como escribió Chris Cillizza en un artículo en The Washington Post, el “gran problema” de la Fundación Clinton es que, “en política, la percepción casi es lo mismo que la realidad”. Empezaron a llover las peticiones de cierre de la fundación, con críticas hacia la que para Trump es “la empresa más corrupta de la historia política de EU”.

Las teorías conspirativas aseguran que los Clinton se enriquecieron gracias a las donaciones a su fundación: sin embargo, Charity Watch le da la máxima puntuación en transparencia y gobernanza, cumpliendo todos los parámetros que consideran necesarios en sus estándares. Otras asociaciones de control sobre las organizaciones y fundaciones también califican la Clinton Foundation en sus más altos niveles.

Ante la avalancha de ataques, el ex presidente Clinton salió a defender la imagen de la organización. “Intentamos hacer cosas buenas. Si hay algo incorrecto en crear empleos y salvar vidas, no sé qué es. La gente que da dinero sabe exactamente qué está haciendo”, dijo. En los mismos términos se expresa Hillary, quien afirma estar “orgullosa de la Fundación y el trabajo que ha hecho”.

Sea como sea, para tratar de limpiar cualquier mancha sobre la fundación, los Clinton dijeron que, en caso de que Hillary se convierta en presidenta —y, por tanto, Bill sea “primer caballero”—, dejarán de aceptar dinero desde fuera de EU —lo que afectará al alcance de las iniciativas—, y el matrimonio abandonará la organización.

No será el caso de la hija única del matrimonio, Chelsea, quien se mantendrá en el directorio de la fundación, aunque sus tareas de repartición de los fondos recaudados de empresas nacionales y extranjeras hacia sus proyectos globales de salud podrían variar un poco para evitar nuevas suspicacias y dudas éticas.

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