El 11 de septiembre de 2001, mientras Estados Unidos vivía el peor ataque terrorista de su historia, su secretario de Estado, Colin Powell, se encontraba en Lima, Perú, para adoptar la Carta Democrática Interamericana. A pesar de los trágicos acontecimientos en Washington, Nueva York y Pennsylvania, Powell se quedó en Lima hasta que se aprobó la Carta.

Esa decisión subrayó la importancia que EU le dio a este logro, ya que el acuerdo pretendía adoptar formalmente a la democracia representativa como condición de participación de cada nación en el sistema interamericano. Este hito también buscaba abrir una nueva era de cooperación entre Estados Unidos y el resto del hemisferio.

Lo que ha sucedido en las relaciones entre EU y América Latina desde los atentados terroristas de 2001 tiene particular resonancia hoy en día, a meses de las elecciones presidenciales de 2016.

Después de que EU fue atacado en 2001, los latinoamericanos fueron profundamente comprensivos con sus vecinos del norte. Sin embargo, el posterior anuncio del presidente George W. Bush de que otras naciones estaban “con nosotros o contra nosotros” en la guerra contra el terrorismo, no fue bien recibido en América Latina. En 2003, ni Chile ni México —en las Naciones Unidas— apoyaron el uso de la fuerza por parte de EU en la guerra de Irak.

Mientras tanto, la elección de Hugo Chávez como presidente de Venezuela en 1998 presagiaba una ola de populistas de izquierda que buscaban ganar poder en la región. Estos líderes resentían profundamente la influencia estadounidense en América Latina y se mostraban escépticos frente a sus propuestas de desarrollo económico.

Aunque Estados Unidos mantuvo su compromiso con la región durante todo este periodo —mediante la firma de acuerdos económicos bilaterales, la lucha contra el narcotráfico y las crisis en Haití— la reacción de Washington al golpe de Estado contra Hugo Chávez en 2002 dejó a muchos dudando de su real compromiso con la Carta Democrática Interamericana. La respuesta de Estados Unidos al golpe de Estado de Honduras en 2009 socavó aún más esta confianza frente al apoyo de este país a la democracia en la región.

Últimamente ha habido una evolución en cuanto a las actitudes en el hemisferio . Quince años después de la adopción de la Carta Democrática Interamericana, muchos de los países de la región están abiertos a una relación más estrecha y de cooperación con Estados Unidos.

Desafortunadamente, la campaña presidencial estadounidense, hasta el momento, ha ignorado a América Latina en su conjunto.

El debate se ha concentrado mayoritariamente en temas migratorios y si bien es necesario aprobar una reforma migratoria integral, hay que explorar y aprovechar otras oportunidades que presenta el hemisferio occidental. Simplificar nuestra relación con México sólo a este tema deja de lado otros beneficios de una relación que, de hecho, es más profunda que lo que republicanos y demócratas parecen dispuestos a admitir.

Los dos candidatos presidenciales de Estados Unidos han cuestionado el tipo de políticas comerciales que por largo tiempo han sido consideradas de interés fundamental para la salud de la economía de este país. Los principales líderes de ambos partidos entendieron que los beneficios del comercio internacional no se distribuyen de manera uniforme.

Sin embargo, la mayoría también comprende que los beneficios son reales. Hoy en día, 42% de las exportaciones estadounidenses fluyen hacia el hemisferio occidental. Por supuesto que hay problemas con algunos de nuestros acuerdos comerciales, pero también hay que reconocer que nuestras relaciones con la región son cada vez más simbióticas y los que aspiran a dirigir el país deben reconocer eso con mayor claridad. América Latina es hoy más importante que nunca para Estados Unidos.

Patrick Duddy, ex subsecretario de Estado adjunto para el Hemisferio Occidental y embajador de Estados Unidos en Venezuela entre 2007 y 2010, hoy dirige el Centro de Estudios Latinoamericanos y Caribeños de la Universidad de Duke.

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