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Madrid.— Concebidos como demostraciones del poderío colonial en los cuales maravillarse y aprender sobre mundos exóticos, los zoológicos han ido transformándose con la época. Se abrieron al gran público siguiendo el ideal de la democratización del saber. Luego vieron un filón en la cultura del ocio y la explotación mercantil. Hasta que, con el auge de la conciencia ecológica, ha llegado el viraje hacia la protección ambiental.
Como casi todo en Europa, la evolución última de los zoológicos es un efecto de la legislación comunitaria. La burocracia de Bruselas impulsó en 1998 una directiva que los miembros de la Unión Europea están obligados a transponer desde 2005 a sus legislaciones. Ésta regula que los zoos, además de contemplar requisitos de seguridad y bienestar para los animales, deben anteponer el aspecto pedagógico y conservacionista al simple espectáculo.
Las inspecciones son anuales y los zoológicos que no cumplían las exigencias han terminado por cerrar. A pesar de ello, un estudio de la ONG británica Born Free probó en 2011 que abundan todavía los zoos en los que los animales pasan el día sin estímulos ni compañía que les permitan comportarse como cuando son libres. “La directiva es revolucionaria sobre el papel”, explica Daniel Turner, de Born Free, “pero no se ha terminado de aplicar bien porque hacen falta recursos para formar a los supervisores y ejecutar los controles, y eso se ha cortado con la crisis”.
Alberto Díez, portavoz de Infozoos, asociación que supervisa los zoos españoles, celebra que se han cerrado 28 de los 160 zoológicos que había en el país antes de la ley y que eran “auténticos agujeros negros”. “No se trata de zoo sí o zoo no. Los zoos existen y pueden ser sitios muy útiles para mejorar las condiciones de vida de los animales que viven fuera, pero hay que obligarlos a ello y no permitir que se perpetúen como crueles y obsoletas exhibiciones de fieras”, explica.
Jesús Fernández, presidente de la Asociación Ibérica de Zoos y Acuarios (AIZA) y director técnico del Zoo Aquarium de Madrid, cree que el estado del sector es positivo. “Hay muchas inversiones y en Alemania o Reino Unido se ve cómo crecen las visitas (…) y, pese a crisis de imagen puntuales, evolucionamos hacia un modelo moderno”, explica. Los zoológicos son muy caros de mantener: el de Londres, por ejemplo, costó 61 millones de euros en 2014, aunque también ingresó 70, con beneficios totales de 9 millones, según sus cuentas públicas. El panorama del sector es diverso: hay desde grandes instalaciones privadas que forman parte de conglomerados de entretenimiento, como el Zoo Aquarium de Madrid (propiedad de Parques Reunidos, que posee 55 parques de atracciones, zoos y acuarios en 12 países, con ingresos globales por 66 millones de euros en el primer cuatrimestre de 2016) a diminutas instalaciones municipales o protectoras de animales que trabajan con especies abandonadas o rescatadas.
La lista de instituciones consideradas de referencia en Europa es interminable. Desde el zoo de Berlín, el más popular del continente (4.5 millones de visitantes anuales y 18 millones de euros ganados con las entradas en 2015, un 3% más que el año anterior), al coqueto zoo de Gerald Durrel en Jersey (Reino Unido), donde manejan 9 millones de euros de presupuesto y 90% de los animales pertenecen a especies en peligro de extinción que el escritor reunió a través de las aventuras que relata en su obra Filetes de lenguado.
En este ambiente conservacionista hay zoológicos más modestos, como el zoo público de Jerez (España), hasta hace una década una institución sin recursos más que para mantener padeciendo a un puñado de fieras exóticas, pero que tras la directiva europea se convirtió en un centro eficaz con un presupuesto de 2 millones anuales. Otro asunto es lo que en Europa queda fuera del paraguas de la UE. Lo saben animales de zoos como el de Tirana (Albania) o Kiev (Ucrania). El de Tirana cerró temporalmente en 2015 después de que unos niños grabaran a un caballo eviscerado por un toro. Tras reabrir, esta primavera un lobo mordió a una niña.