Raissa Lima tiene 20 años y es cinta verde en judo. Para llegar a negro todavía le falta pasar por violeta y marrón, pero ella siente que una parte importante del camino está avanzado: hace una semana tuvo el privilegio de llevar la antorcha olímpica a lo largo de dos cuadras, convirtiéndose en una de los cientos de personas que lo hicieron en el camino del fuego sagrado a Río de Janeiro.

Raissa, quien vive en una favela junto a su madre y a su hermana, la cargó el mismo día de la apertura de los Juegos Olímpicos, en el coqueto barrio de Leblon, junto con Ban Ki-moon, secretario general de Naciones Unidas (ONU), y Bernardinho, estrella del voleibol local.

“La llevé 200 metros y para hacerlos durar más, decidí ir caminando, sin correr”, dijo a EL UNIVERSAL con una sonrisa de satisfacción. “Cuando llevaba la antorcha, fue como si toda mi vida pasara delante de mis ojos: todos mis esfuerzos y todo mi entrenamiento”, dijo.

Raissa comenzó a practicar judo hace cinco años en el gimnasio Luta Pela Paz (Lucha Por la Paz), en la comunidad de Nova Holanda, dentro del populoso y extendido conjunto de favelas Complexo da Maré.

En realidad, ella se inició mucho antes en karate. Su padre es un albañil que llegaba a casa ebrio y que golpeaba a su esposa. Raissa sentía que debía defender a su madre. “Por eso comencé a luchar”, dijo. Practicó también jiu-jitsu y boxeo, y finalmente judo. “Antes quería matar a mi padre, pero el judo me calmó y nunca llegué a pelear con él, porque después de un tiempo dejó de beber y se fue a vivir a otro lado”, comentó.

Ahora, Raissa es una de las alumnas más destacadas del dojo y ayuda al sensei a dar las clases para más de 100 niños y jóvenes. Esta semana fue inolvidable para ella: la judoca Rafaela Silva, nacida y criada en la favela Cidade de Deus, le dio la primera medalla de oro a Brasil. “Soy súper-súper fan de Rafaela, porque demostró que alguien de una favela puede ser un campeón olímpico”, dijo Raissa.

El gimnasio donde ella entrena no es cualquiera. Luta Pela Paz queda unas 10 cuadras hacia adentro del Complexo da Maré, un entramado de calles angostas, cargadas de comercios y mercados, donde viven 155 mil personas y donde el tráfico de drogas es ostentoso: este cronista vio jóvenes en moto y con ametralladoras tres veces en su camino rumbo al gimnasio.

Los vecinos dicen que cuando la policía entra, las cosas se ponen peor. La noche del miércoles, un día después de la visita de EL UNIVERSAL, dos agentes fueron baleados en esta favela: uno de ellos murió ayer por las heridas recibidas.

Herramienta de empoderamiento

Luta Pela Paz, fundada en 2000 por el ex boxeador y antropólogo inglés Luke Dowdney, es una organización social que utiliza las artes marciales y el boxeo como herramientas de empoderamiento social y ciudadano para los jóvenes que vienen aquí y cuenta con asistentes, sicólogos y abogados al servicio de ellos. El 61% de quienes al llegar allí se dedicaban al tráfico de drogas y se unieron al proyecto en los últimos tiempos no reincidió. Y eso es tres veces mejor que la cifra del sistema penitenciario.

“Cuando yo entré a la Maré, en el año 2000, había tres grupos de narcotráfico disputando el territorio: Amigos Dos Amigos, Terceiro Comando y Comando Vermelho”, explicó Dowdney. “Ésta era la única comunidad que tenía tantos grupos y era un área muy necesitada. Mi táctica desde el inicio fue: soy profesor de box y vengo a enseñar box. Sólo eso, y no necesito negociar nada. Si mañana la gente quiere que me vaya, me iré”, dijo.

Raissa, quien quiere estudiar Educación Física, ama la Maré: “Yo puedo entrar y salir, y caminar por cualquier lado”. Aunque las pandillas se dividen las zonas, cualquier joven que lleve puesta la camiseta de Luta Pela Paz puede andar por donde quiera y ningún retén lo va a parar.

“Cuando la sociedad consume droga y hay problemas de Estado de todo tipo, es muy difícil que nosotros podamos resolver el problema macro”, explicó Dowdney en torno a la poca preocupación que tienen los traficantes respecto a esta ONG que, cuando tiene éxito, les arrebata a los jóvenes que ellos usan como mano de obra delictiva.

Pero no todos continúan en el camino correcto: “Tuve amigos que crecieron conmigo y que comenzaron a entrenar conmigo, pero que se fueron para el tráfico por el dinero y las mujeres”, dijo Raissa. “Me dio mucha tristeza, porque algunos murieron en tiroteos y otros andan vegetando por ahí…”.

Hace 10 días, en plena clase de judo se escuchó una balacera.

El sensei, Reynaldo Ubirapuan, detuvo la actividad y pidió a todos que se quedaran sentados. “No podíamos seguir, por el riesgo de que llegara alguna bala perdida”, comentó a este diario. Aun así, a Ubirapuan le gusta venir a dar clase. “Estos niños quizás no tienen recursos materiales, pero tienen voluntad de hacer, de aprender y de ser mejores de lo que eran”, señaló. “Y eso me contagia”.

Todos los días Raissa entrena y ayuda a entrenar: sueña con entrar a la selección nacional de judo de Brasil e intenta imitar a su admirada Rafaela Silva en sus mejores técnicas. “Si ella, que salió de una favela, pudo ser una campeona, yo también puedo”, dijo, ajustándose la cinta verde.

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