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Kabul.— Atacantes con bombas se inmolaron ayer durante una manifestación de miembros de la minoría chiíta hazara en Kabul y dejaron al menos 80 muertos y 231 heridos, según cifras del Ministerio del Interior. El Estado Islámico (EI) reivindicó el atentado, que fue condenado por la comunidad internacional.
Imágenes de televisión del lugar mostraron muchos cadáveres tendidos en el asfalto ensangrentado, cerca de donde miles de hazaras habían estado protestando contra un proyecto eléctrico del gobierno, en una marcha realizada entre fuertes medidas de seguridad y en la que se les impidió acercarse al palacio presidencial.
“Dos combatientes del Estado Islámico detonaron cinturones explosivos en una manifestación de chiítas en (...) la ciudad de Kabul”, dijo el grupo en un breve comunicado a través de su agencia de noticias Amaq.
El ataque, uno de los más mortales desde el inicio de la campaña liderada por Estados Unidos para expulsar al talibán en 2001, representa una fuerte escalada en las acciones del EI en Afganistán, en donde hasta ahora se había limitado a operar principalmente en la provincia oriental de Nangarhar.
La referencia explícita a la afiliación religiosa chiíta de los hazara representa un peligro preocupante para Afganistán, donde la sangrienta rivalidad sectaria típica entre los sunitas y los chiítas de Irak ha sido relativamente inusual, pese a décadas de guerra.
Funcionarios del Directorio Nacional de Seguridad, la principal agencia de inteligencia de Afganistán, dijeron que el ataque fue planificado por un individuo llamado Abu Ali, un militante del EI con sede en el distrito Achin de Nangarhar, y que en el atentado estuvieron involucrados tres suicidas, aunque el grupo terrorista señaló que fueron dos los kamikazes.
“Estábamos realizando una manifestación pacífica cuando oí un estruendo y entonces todos estaban escapando y gritando”, comentó Sabira Jan, quien se encontraba en el grupo y vio el ataque, así como los cuerpos ensangrentados en el suelo. “No había nadie para ayudar”, agregó.
El talibán, enemigo del EI, negó cualquier vinculación con el hecho. Incluso un portavoz, Zabaiullah Mujahid, se expresó en un comunicado en contra de “cualquier ataque que cause división y discriminación entre la gente y la religión”. Aseguró que lo ocurrido fue “un plan para encender una guerra civil”. Para el talibán era importante deslindarse, considerando que la comunidad hazara en Afganistán, de unos 3 millones, ha sido fuertemente perseguida durante décadas por los militantes de la red extremista Al-Qaeda y el talibán, que han lanzado en su contra ataques dejando miles de muertos.
El peor atentado previo contra los hazara fue en diciembre de 2011, cuando más de 55 personas murieron en Kabul durante el festival chiíta del Ashura. Fue reivindicado por un grupo extremista paquistaní sunita llamado Lashkar-e-Jhangvi.
El presidente afgano, Ashraf Ghani, declaró un día nacional de duelo y prometió vengarse de los responsables, mientras que el principal funcionario de Naciones Unidas (ONU) en Afganistán, Tadamichi Yamamoto, condenó el ataque y lo calificó de crimen de guerra. El secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, lo llamó “crimen despreciable” y pidió que “los responsables sean llevados ante la Justicia”.
En Estados Unidos, el portavoz del Departamento de Estado, John Kirby, también condenó el “cobarde” ataque suicida y ofreció a Ghani “toda la ayuda que pueda necesitar mientras su gobierno investiga y trabaja para llevar a los asesinos ante la justicia”. Reiteró que EU seguirá apoyando a sus “socios afganos para que la paz y la seguridad vuelvan a Afganistán”.
El gobierno de México lamentó “profundamente” lo ocurrido en Kabul. En un comunicado, la Secretaría de Relaciones Exteriores reiteró su “total rechazo al terrorismo en todas sus formas y manifestaciones”.