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El 23 de abril en Barcelona se aúnan la conmemoración nacionalista de Sant Jordi y el día del libro, una fecha nada menor en la capital de la industria editorial de España, que nutre de libros en castellano a todo el país. El negocio por encima de la confrontación política: ésa parece la clave de la tregua que vive Cataluña esta primavera, algo impensable después de que su Parlamento decretara en noviembre de 2015 que estaba camino a independizarse de España y presentara la ruptura como inminente.
Cualquier divorcio parece ahora relativo. Autores que escriben en castellano y catalán firmaron juntos ejemplares hasta que a finales de la tarde comenzó a llover y se recogieron los puestos de libros y rosas.
Miguel Aguilar, editor de los sellos Debate y Taurus (en Planeta) explica que “la tentación independentista ha descendido por varias razones: porque es difícil mantener ese alto nivel de movilización; porque esas elecciones demostraron que más de la mitad de ciudadanos no piden la independencia [el independentismo no superó 50% ni en votos ni en escaños]; y porque el gobierno de España está en funciones, y el de la Generalitat de Cataluña en un equilibrio difícil”. Aguilar, madrileño afincado en Barcelona desde hace una década, es de los que cree que nunca se llegará a una ruptura.
La comunidad autónoma de Cataluña es uno de los polos industriales de España, reúne a 7 de sus 46 millones de habitantes y está acostumbrada a jugar un papel decisivo en el Parlamento de Madrid (tanto a través de su apoyo a los grandes partidos nacionales como de los pactos que cierran los nacionalistas con otras formaciones), pero durante dos años la relación con el gobierno central ha estado rota. El acercamiento llega en un momento en que España está políticamente confusa, con el anuncio ayer de que se repetirán las elecciones generales el 26 de junio por la imposibilidad de pactar un gobierno.
Tras esos dos años sin encuentros institucionales, el 20 de abril se reunieron Mariano Rajoy, presidente de España, y Carles Puigdemont, sucesor en el gobierno catalán de Artur Mas, el hombre que lanzó el proceso de independencia. Puigdemont dijo a Rajoy que continuará con el plan de desconexión y Rajoy le avisó que activará la ley para frenarlo. Pero tras esa firmeza muchos gestos transmitieron la impresión de que se relaja la tensión. En una semana la Generalitat y el gobierno cerraron cinco conflictos para evitar recurrir al Tribunal Constitucional, y ambas administraciones hablan de “deshielo” y deseo de “trabajar juntos”.
¿Cuáles son las razones de este cambio? “Pues que los independentistas no pueden llegar más lejos en sus amenazas”, asegura Gabriel Tortella, profesor especializado en Historia económica. “La independencia se ha utilizado como arma para sacar ventajas económicas al gobierno central, pero si se ejecutase sería un desastre. Los independentistas ahora sólo pueden alargar la amenaza para no perder la cara ante su electorado, que se desilusionaría”. Con desastre económico, Tortella se refiere a que la Unión Europea ha anunciado que no admitiría a una Cataluña independiente, y a que la comunidad tiene una deuda de 72 mil 283 millones de euros, más de 30% de su Producto Interno Bruto. “La deuda catalana está calificada por las agencias internacionales como bono basura. El único que presta dinero a Cataluña es el Estado español”, recuerda el historiador.
La reconciliación está aún lejos: la reivindicación catalana del derecho a decidir cómo debe ser su relación con España mediante un referéndum volverá a ser uno de los temas de la campaña electoral nacional. Esta propuesta, apoyada por fuerzas de la izquierda como Podemos, ha sido una de las razones de que no se alcanzase un pacto para formar gobierno. Sin embargo, mientras esa nueva fase de discusiones llega, en la calle el aire es distinto. De algo parecido a un respiro primaveral.