El más joven tenía ocho años cuando se hizo estallar. Los periódicos africanos recuerdan que en enero otro niño llegó a pie hasta el pueblo camerunés de Nguetchewe, entró en la mezquita y ésta saltó por los aires. En un tercer episodio, una madre y su hija se acercaron a Tolkomari un día del último mes de septiembre; intentaron entrar al mercado, pero una patrulla vecinal las detuvo, sabedora de que los vestidos femeninos son un buen escondite para explosivos. La madre y la adolescente salieron corriendo. Presas del pánico, detonaron las bombas haciéndose estallar frente a la multitud que se lanzó a perseguirlas.

Cuarenta y cuatro historias de niños con el mismo final. Boko Haram, la secta afín al Estado Islámico (EI) que desde el noreste de Nigeria se ha infiltrado en varios países en torno al lago Chad, ha convertido a los menores en una de sus armas más peligrosas. UNICEF ha divulgado en un reciente informe (Beyond Chibok, en referencia al pueblo nigeriano donde Boko Haram secuestró a más de 200 adolescentes) que en 2015 en Nigeria y los países vecinos 44 niños fueron utilizados en 40 ataques suicidas, en comparación con los cuatro del año anterior. Las niñas de 13 a 15 años son las más apreciadas para la tarea.

Boko Haram nació a principios de siglo como un grupo salafista enfrentado a la élite poscolonial que gobierna Nigeria y pronto logró cierta raigambre en una de las zonas más depauperadas de la tierra, caldo de cultivo para la desesperación y la violencia. Pero en 2010, cuando su primer líder fue asesinado por el ejército y un segundo, Abubakar Shekau, tomó las riendas, la secta se lanzó por el camino del fanatismo más violento. Desde entonces, las múltiples y mal conexas células de Boko Haram se han especializado en ejecuciones, asaltos y secuestros. Como consecuencia de sus choques con el ejército (casi tan temido como la propia secta), miles de personas en la región han sido asesinadas y una gran hambruna se ha extendido ante la dificultad de trabajar las tierras. Más de un millón de niños han abandonado sus casas. El nombre del grupo en idioma hausa significa “la educación occidental está prohibida”, de ahí que sorprenda poco que 910 escuelas hayan sido destruidas y 611 profesores asesinados, mientras que 19 mil más han huido, según Human Rights Watch (HRW).

A medida que estos ataques se han vuelto comunes, muchas comunidades comienzan a mirar con ojos sospechosos a los niños extraños, mientras los trabajadores humanitarios invitan a considerar a los perpetradores como víctimas y no terroristas. William Hansen, profesor de política en la Universidad Americana de Nigeria, matiza que las razones de un menor para detonarse son variadas: “La gente hace cosas raras bajo la influencia de la religión o el patriotismo. Sospecho que muchas de esas niñas creen que se ganarán el estatus de mártires y entrarán en el paraíso. Otras son coaccionadas de muchas formas: por sus padres, con amenazas sobre seres queridos... Y a muchas simplemente les mienten sobre las consecuencias de sus actos. Pero también creo que una parte de esas chicas, se las considere verdaderas creyentes o víctimas de un lavado de cerebro, son voluntarias en esos ataques suicidas”.

Bakary Sambe, director del Timbuktu Institute- African Center for Peace Studies (Instituto Tombuctú-Centro Africano de los Estudios de Paz), y uno de los grandes expertos en yihadismo en África Occidental, asegura que “el uso creciente de niñas en sus ataques demuestra el debilitamiento de Boko Haram, porque la secta no tiene la misma fuerza que en 2014. Se repliega ante los ataques militares que sufre, pero esta también es una nueva estrategia. Tiene un nuevo jefe emergente, Bana Blachera, camerunés, quien apuesta por pequeños golpes en países de la región del lago Chad que creen terror mientras se abre hacia África central para crear un corredor de armas hacia Libia”.

“En el fondo, todo movimiento terrorista lo que busca es que hablen de él. Esta estrategia de los ataques con menores cuando no hay más recursos a mano es una demostración”, explica Sambe.

Los de Boko Haram no son los únicos casos en los que los niños son utilizados como un componente más del explosivo. Durante años ha existido controversia sobre la participación de menores palestinos en atentados, pero se ha tratado de casos aislados a lo largo de décadas y con connotaciones muy marcadas (años de frustración y traumas por un conflicto eterno, hermanos y padres muertos...).

Realmente el adoctrinamiento de niños para servir como granadas humanas se extendió por Oriente con la invasión estadounidense de Afganistán y, sobre todo, con la aparición del Estado Islámico en Siria e Irak. Cuando los talibán han recurrido a niños ha sido sobre todo para valerse de su imagen de inocencia y hacerlos indetectables para las fuerzas de seguridad, como ocurrió con el paquistaní de 12 años que en 2011 cruzó seis controles policiales vestido con su uniforme escolar para hacerse estallar en una base militar de Mardan matando a 30 personas. Pero los talibán saben que estas prácticas producen gran rechazo y, pese a los casos documentados, atribuyen las denuncias a la contrapropaganda occidental.

Por el contrario, el EI ha cambiado las reglas del juego: con su uso de los niños en misiones asesinas lo que pretende exprimir es, precisamente, la desmoralización y el impacto emocional que generan. El Centro para Combatir el Terrorismo de West Point recopiló durante 2015 los 89 casos de menores que el EI dijo que se convirtieron en “mártires” en ese periodo. El grupo yihadista recurre cada vez más a imágenes de niños en acciones violentas (decapitaciones, entrenamientos militares, inmolaciones a bordo de vehículos con explosivos...) para vender su mensaje. Según este grupo de estudios, afiliado al ejército estadounidense y de todo menos neutral, el adoctrinamiento de estos niños es profundo y uno de sus objetivos es asegurarse un relevo generacional de terroristas muy violentos. En febrero pasado, el EI difundió un video en el que Isa Dare, un británico de cuatro años criado en el califato, pulsaba el detonador que servía para ejecutar a cuatro “espías” sirios inmovilizados en un coche. El pequeño Dare no muere en el video. El EI puede explotarlo aún de muchas formas.

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