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Crónica. Obama y después

Me llamó la atención no haber escuchado todavía el nombre de Obama en boca de quienes caminaban frente a mí o compartían el mismo banco...

Crónica. Obama y después
24/03/2016 |02:15
Redacción El Universal
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Mientras el presidente Barack Obama hablaba en el Gran Teatro Alicia Alonso de La Habana, yo estaba sentado en un banco del parque de la iglesia, en San Antonio de los Baños. Me interesaba mucho escuchar y ver el discurso para no estar sometido luego a las versiones encontradas que aparecerían en la prensa, pero el deber obliga. Había previsto que mis estudiantes de la Escuela Internacional de Cine recorrieran las calles de la pequeña ciudad para encontrar personajes, espacios y sonidos a partir de los cuales crear historias.

El parque de la iglesia (católica, se entiende) es uno de los centros sociales de San Antonio. La ciudad está ubicada a unos 40 kilómetros al suroeste de La Habana y su población es de algo menos de 50 mil habitantes. Como estamos en Semana Santa, la iglesia estaba abierta, pasaban feligreses con ramos benditos, numerosos niños jugaban en artefactos inflables o en carritos de alquiler y, sobre todo, en uno de los costados del templo había muchas personas conectadas a la red wifi, de seguro la única de la localidad.

Mis estudiantes demoraban en regresar para reportarme sus hallazgos y, pasadas las 11 de la mañana, me llamó la atención no haber escuchado todavía el nombre de Obama en boca de quienes caminaban frente a mí o compartían el mismo banco. Decidí levantarme y hacer las veces de fisgón sobre todo entre quienes, con un celular en mano o una laptop sobre las piernas, se comunicaban con el más allá. En Cuba, donde la conectividad no permite el uso de Skype, se acude a la aplicación Imo para conversar y, con suerte, ver a familiares o amigos que residen o trabajan en otros países. Con cierto pudor, pasé junto a dos señoras que lloraban, más que hablar; vi a un hombre, con bata de médico al hombro, que alzaba su celular y giraba sobre sí mismo mientras conversaba, quizás para que su interlocutor recibiera una imagen de 360º de ese espacio; vi a dos muchachos abrazados, riendo delante de la pantalla de una Tablet, y otros más en silencio, ensimismados o sonrientes, preocupados o melancólicos.

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Sobre las doce del mediodía llegaron mis alumnos, entre los que hay cubanos, brasileños, costarricenses, españoles, panameños, venezolanos, puertorriqueños. Les pregunté si se hablaba de Obama en las zonas que recorrieron. Poco, aseguraron. En algunas tiendas, los televisores trasmitían el discurso y sí, había interesados siguiéndolo, aunque la mayoría, me contaron, seguía de largo. Uno de los grupos de jóvenes cineastas había entrado en un comedor popular, donde sirven comida a personas (sobre todo ancianos) de bajos ingresos. La encargada de atenderlos, al fondo, sostenía un moderado interés sobre lo que pasaba en la televisión. “Que acabe de quitar el bloqueo y no hable más”, dijo, como si las facultades del Presidente alcanzaran para tanto.

De regreso a la Escuela, pasado el mediodía, me dediqué a informarme sobre lo dicho por Obama. Como sucede siempre, sobre todo cuando se trata de Cuba, cada uno de los titulares parecía dar cuenta de un suceso distinto: en unos casos, lo significativo fue que el mandatario pidió elecciones libres; en otros, reconoció que a pesar de las diferencias es posible continuar avanzando en las relaciones; en uno más, admiró el espíritu creativo y emprendedor de los cubanos, y aún queda espacio para comentar, como si ahí estuviera el centro de sus palabras, las menciones a la virgen de la Caridad del Cobre o a los almendrones que corren por las calles de La Habana.

Al fin encontré el texto, transcrito en la revista digital OnCuba, y comprobé que todo lo anterior era cierto pero que, al mismo tiempo, el discurso era un cuerpo distinto, del que yo también podría apropiarme a mi manera.

Más allá de su innegable importancia, la visita de Obama a Cuba  se ha ajustado a las expectativas de cada uno de los interesados, y pienso que así continuará siendo durante los próximos días. Ha sucedido en la prensa, y para los cubanos de a pie, en Cuba o fuera de ella; para las instancias del Gobierno y para los analistas políticos. El discurso oficial cubano y los defensores incondicionales de la Revolución la califican como una victoria histórica de la resistencia del pueblo ante los acosos del imperio; los enemigos políticos de Obama y los cubanoamericanos que niegan por completo lo que han significado estas décadas, como una concesión que no provocará cambio alguno en la Isla; los cubanoamericanos que favorecen el diálogo, lo pueden calificar como un momento precioso para restablecer de una vez los vínculos entre estos dos países que sostienen sus vidas. Y así, sucesivamente.

Yo pienso que es, ante todo, inevitable. Era una aberración que mantuvieran una enemistad de más de cinco décadas dos países separados por un estrecho de 90 millas y enlazados por razones históricas, comerciales y culturales desde el mismo momento en que se fraguaron sus respectivas nacionalidades. Obama ha dicho, en más de una ocasión, que los cambios necesarios en Cuba serán responsabilidad de los cubanos. Yo prefiero decir que el presente y el futuro de Cuba es responsabilidad de los cubanos. Las implicaciones verdaderas de esta visita dependerán de nosotros: de todos, no importa su rango político o económico o el lugar donde residan. Si no fuera así, habremos fracasado como nación. Hoy, como nunca, son muy diversas y contradictorias entre sí las opciones por las que puede continuar la existencia de este pequeño e intenso país, y tendremos sobre todo que saberescucharnos, entendernos y confiar en nosotros mismos.

*Narrador y guionista cubano.