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Desde que se anunció la visita a Cuba de Barak Obama y hasta antes de que fuera anunciado el programa que cumpliría, los habitantes de La Habana pudimos ir trazando el recorrido del presidente de Estados Unidos o de los miembros de su comitiva en la medida en que se iban restaurando, reparando, embelleciendo calles, fachadas, anuncios, luminarias de la ciudad.
Tal vez la zona donde más se notaron los arreglos febriles emprendidos por decenas de albañiles, pintores, electricistas, choferes de equipos pesados y hasta jardineros fue en el estadio Latinoamericano y sus alrededores. Determinar que Obama asistiría al partido de un equipo cubano de béisbol contra el Tampa Bay, de la MBL, fue como sumar dos más dos: la fecha fijada para el juego fue el 22 de marzo, día en que aún el mandatario estaría en suelo cubano, y la renovación se expandió por las calles aledañas (sobre todo las que lo enlazan con la Plaza de la Revolución) y por las fachadas de las casas. Los vecinos no tardaron en llamar a Obama “El Delegado”, que es el título con que se designa la autoridad elegida por los ciudadanos para gestionar los problemas de su comunidad. La asistencia de Obama al Latinoamericano logró lo que de seguro varios delegados no pudieron a lo largo de muchos años. Aún queda una incógnita: si el presidente hará el primer lanzamiento del partido.
Se conoce que la primera dama está interesada en la vida cultural. La actividad en torno a la Fábrica de Arte, un espacio multidisciplinario, gestionado por un grupo de artistas en lo que fue una fábrica de aceite de cocina en la barriada de El Vedado, muy cerca del río Almendares, permite asegurar que una de estas noches Michelle Obama asistirá a algún concierto o a la inauguración de una exposición.
Vivo en Cojímar, un pequeño poblado al este de La Habana. Hasta ahora, no se ha anunciado que alguno de los visitantes cruce el túnel que pasa por debajo de la bahía y nos enlaza con la zona más antigua de la ciudad, pero sospecho que cabe la posibilidad de que quieran bañarse en las playas del este, aunque el clima en este mismo instante les esté jugando una mala pasada. En la Avenida Monumental han sido cubiertos baches, pintadas paradas de ómnibus, cortado el césped, restaurados carteles de señalización.
Después del 17/D, las banderas norteamericanas que ya ocupaban gran parte del espacio visual cubano se hicieron mucho más presentes. Están, junto a banderolas o pegatinas del Barcelona o el Real Madrid (otra gran moda reciente) en autos, bicitaxis, camisetas, lycras o mallas. En este último mes suelen verse, juntas, las banderas de las dos naciones que están rehaciendo sus relaciones. Juntas están ahora mismo en la limusina presidencial.
En la medida en que nos acercábamos al día de hoy, la saturación de las noticias, los análisis, las bromas en torno a Obama y su estancia en La Habana fueron creciendo de manera avasalladora, aplastante. Si algún adjetivo no puede usarse en este caso es indiferencia, y para quienes hemos vivido largas décadas bajo el enfrentamiento entre nuestro país y Estados Unidos, persiste el asombro, incluso la incredulidad. “Nunca pensé ver algo semejante”, es una frase recurrente por todas partes, y recordar Bienvenido, Míster Marshall, la película de Luis García Berlanga, ha sido inevitable.
Las actitudes, como es natural, son diversas. Basta con haber estado en una de las muchas colas a que los cubanos tenemos que enfrentarnos diariamente para escuchar las posiciones más encontradas. Cuba es un país donde hasta la vida íntima puede discutirse en las plazas públicas, y he asistido a discusiones a voz en cuello entre quienes esperan al presidente estadounidense como a un Mesías que resolverá cuestiones esenciales de la vida cotidiana, y quienes rechazan la visita de alguien que, junto al restablecimiento de relaciones con Cuba y a la aprobación de algunas medidas que distienden el bloqueo (o embargo), ha permitido que durante su mandato se apliquen rigurosas sanciones a bancos y empresas de terceros países que han comerciado con la isla.
En la prensa, como cabía esperar, la posición más discreta y monocorde ha sido la de los medios informativos oficiales: Granma, Juventud Rebelde, los noticieros de la televisión. La revista Temas, que depende del Ministerio de Cultura, ha estado publicando en su web, sistemáticamente, artículos de opinión de estudiosos de diversa procedencia que tratan de abarcar la repercusión de esta visita. El boletín informativo Desde la Ceiba, que circula sólo por correo electrónico y cuyo lema es “La información de por sí no puede cambiar el mundo, pero sí puede crear una conciencia para que la gente cambie el mundo”, ya dedicó un número extra a este acontecimiento. OnCuba, una publicación digital creada por el empresario cubanoamericano Hugo Cancio, ha dado a conocer casi una decena de análisis, fundamentalmente en torno a las expectativas creadas. La prensa de la oposición política, obviamente, también ha seguido día a día la preparación de la visita. 14 y medio, publicación digital que encabeza Yoani Sánchez, ha anunciado cobertura completa.
Y si Cuba, desde el 17 de diciembre de 2014, está desbordada por el turismo internacional, en estos días da la impresión de que no cabe un cuerpo más en algunas calles. Entre esos visitantes están los cientos de periodistas que se debieron preguntar esta tarde si la lluvia permitiría que Obama y su gente caminen por la Habana Vieja, como estaba previsto en el programa.
Marzo ha sido un mes cálido. El tímido invierno que nos toca parecía incapaz esta vez de llegar a febrero. Ayer, el Instituto de Meteorología anunció que se aproximaba al occidente de la isla un frente frío, como llamamos en Cuba a los nortes. Que llovería en la tarde del domingo 20 de marzo.
La primera imagen del Air Force One lo mostró con las luces encendidas y contra un fondo de nubes grises que borraban todo contraste. La comitiva que estrecharía la mano del Presidente abrió sus paraguas a los pocos minutos de estar sobre la loza del aeropuerto. Él, Michelle, Sasha y Malia tuvieron que desplegar los suyos antes de poner un pie en la escalera que los llevaría a suelo cubano.
“Estoy emocionado”, tuve que decirle a mi esposa. “Claro que sí”, me respondió ella. Ambos habíamos tratado de mirarlo todo desde la distancia, desde la frialdad, y ninguno de los dos sabemos la procedencia exacta de esa emoción. Quizás sea saber que somos testigos de un instante memorable.
El mal tiempo fue anunciado sólo para hoy, pero sabemos que la naturaleza suele burlarse de los meteorólogos. Ahora mismo, aseguro que ante la lluvia excepcional de esta tarde las percepciones también son diversas. Unos estarán preguntándose, o preguntando a sus deidades, qué significado puede tener esta agua mansa que cae sin cesar: si será obstáculo, o limpieza, o bendición. Otros (o los mismos) estarán rogando para el martes, a la 1:30, cuando sea el momento de cantar la voz de play ball en el estadio Latinoamericano, el sol brille sobre nuestras cabezas. Y aún más, que a nadie, ni siquiera a Dios, se le ocurra enturbiar la noche del viernes 25, en que los Rolling Stones actuarán en La Habana.