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Es “el socialista que fuma marihuana”. O por lo menos así lo calificó unos meses atrás el propio presidente Barack Obama, quien con esta frase parecía apoyar en su totalidad la candidatura de su rival en 2008, Hillary Clinton.
Bernie Sanders no parece ser el candidato demócrata por excelencia cuando a uno se le viene a la mente la política de Estados Unidos: sus detractores lo tildan de hippie. Y pese a que la intención es la contraria, Sanders recibe los calificativos con cierto orgullo. Esa es su bandera.
Es socialista y fue hippie en la década en la que el movimiento pacifista había invadido el país.
El senador por Vermont hace ya 20 años que integra el Congreso y durante ese tiempo siempre fue un fiel defensor de las causas perdidas, las más progresistas, las liberales. Quizá uno de sus triunfos más destacados fue la legalización del matrimonio igualitario. Sanders siempre defendió a los homosexuales, incluso cuando era el único que lo hacía: “Por supuesto que todos los ciudadanos merecen tener los mismos derechos. Es hora de que la Corte Suprema se ponga al día con la población y legalice el matrimonio gay”.
Es independiente y su postura contra el establishment parece haberse puesto de moda.
Tiene 74 años y también es un gran luchador para terminar con la esclavitud moderna. Cuando se refirió a la aprobación del Acuerdo de Asociación Transpacífico fue contundente: “No tiene sentido que el Congreso dé su visto bueno a un acuerdo que permitirá que las multinacionales exploten la mano de obra barata en Malasia, Vietnam y otras naciones que pagan poco a sus trabajadores”. Sanders quiere que la economía beneficie a todos.
Es el hijo de un inmigrante polaco. Nació el 8 de septiembre de 1941 en Brooklyn, fue educado en Chicago y se instaló en los 60 en Vermont, la por entonces cuna de la cultura hippie. Trabajó como carpintero y documentalista. En 1981, fue electo alcalde de Burlington, la ciudad más grande del estado, y por un margen que trae a la memoria lo que pasó ayer: sacó sólo 10 votos de más. Tiene cuatro hijos y siete nietos.
Como político, defiende el salario mínimo, busca aumentar las prestaciones sociales, quiere terminar con exenciones fiscales que, según él, benefician a los de siempre: “Esta es una economía fraudulenta que funciona para los ricos y poderosos, pero no para los estadounidenses de a pie”. Intenta terminar con la desigualdad en el país, combatir el cambio climático y llevar adelante una política internacional no intervencionista (su pasado hippie deja en claro que estuvo en contra de la guerra de Vietnam y también de la invasión a Irak en 2002). Quiere que la universidad sea gratuita. Dice estar del lado de las familias trabajadoras, de la clase media.
Hace poco más de cinco meses, cuando confirmó que iba a entrar en la carrera demócrata para quedarse con la candidatura, fueron pocos los que creyeron que Sanders podía entrar al ring y de hecho dar pelea. Hoy, el día después de las primeras elecciones que tuvieron lugar en Iowa, son cuatro los votos que le dieron la ventaja a Hillary Clinton. Y las encuestas indican que el electorado en las próximas primarias de New Hampshire también estaría de su lado.
“La gente no debería subestimarme. He combatido fuera del sistema bipartidista y he derrotado a demócratas y republicanos, acabando con candidatos con mucho dinero. Estamos aquí para ganar”. Sus palabras de hace unos meses parecen visionarias.