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El boxeo birmano o lethwei es sin duda uno de los deportes más violentos y duros del mundo. Se gana sólo por nocaut (KO), sólo si el adversario no se levanta. Hay dos categorías de peso: por debajo de los 75 kilogramos y por encima. Y no son raros los casos en los que hay muertos.
El lethwei se puede definir como el hermano del mucho más conocido muay thai, el boxeo tailandés, que data de hace unos dos mil 300 años, en la época de las grandes migraciones hacia el sur de los pueblos provenientes de la China meridional.
Obligados a enfrentarse a grupos étnicos hostiles en el camino, elaboraron una forma de combate que utilizaba como medio de ataque y defensa todas las partes del cuerpo: los pies, los dientes, los puños, las rodillas, los codos, la cabeza.
De generación en generación el muay thai se fue desarrollando y sufrió modificaciones, y hoy en día ha perdido las características extremas para enfatizar los aspectos deportivos.
El boxeo birmano se remonta al siglo III, cuando los monjes budistas tenían la necesidad de defenderse. Se hizo popular a partir del siglo XI, bajo la dinastía Anawratha. Ha mantenido muchas de las características tribales, muy feroces.
Se lucha con las manos y se admiten casi todos los golpes sobre cualquier parte del cuerpo, a excepción de los ojos y las partes íntimas. Se puede utilizar la cabeza y se puede lanzar una patada al cuello del adversario.
Los golpes más violentos y peligrosos son los rodillazos a la cara, agarrando al oponente por el cuello, y los codazos a la garganta, la cara o las vértebras cervicales superiores. Los puños se consideran el movimiento menos eficaz, mientras que las patadas a las piernas se utilizan principalmente para minar la fuerza del oponente.
El gimnasio de la sociedad deportiva Cobra Verde está situado en un suburbio popular de Rangún, la caótica ciudad de Birmania, que fue capital del país hasta 2005. Un alto muro de cemento y redes de metal en los otros tres lados delimitan su perímetro rectangular.
En el interior, buena parte del suelo está cubierto de colchones de entrenamiento. También hay espacio para un ring, seis sacos colgados de un gancho, pesas de todo tipo de peso y un pequeño almacén para el resto del equipamiento. Todo está absolutamente sumergido en el polvo.
El Cobra Verde ha forjado un gran número de campeones de lethwei. El último en orden cronológico es T.T. MIN, de 24 años. Desde 2014 ostenta el título nacional y pronto se tendrá que jugar el cinturón de campeón con un adversario temible.
“Entreno todos los días por lo menos cuatro horas, dos por la mañana y dos por la tarde. Por la mañana me levanto temprano y hago trabajo aeróbico yendo a correr. Por la tarde, en cambio, vengo al gimnasio y entreno muy duro. Cuando se aproxima algún combate suspendo las cargas de trabajo pesadas y corro para aflojar los músculos”, explica T.T. MIN, que en esta zona de Rangún es una celebridad.
Hay un gran grupo de chicos que no se pierden nunca el entrenamiento vespertino del joven campeón.
El combate normalmente lo dirigen dos árbitros, con el fin de poder separar mejor a los protagonistas, y lo evalúan seis jueces. Se combate en un ring de 5,8 metros por 5,5.
El combate se divide en cinco rondas de tres minutos, y en las pausas de las cuatro primeras se puede pedir un descanso largo, en el que incluso pueden tener lugar durante otros combates.
Los boxeadores tienen que ser más o menos de la misma categoría -menos de 75 kg o más de 75 kg- y siempre hay alguien que puede proporcionar primeros auxilios.
La equipación es mínima: pantalones cortos de boxeo, manos vendadas, cáscara de protección para los genitales y protector bucal. Los combates terminan en KO. Muy rara vez alguien se rinde antes, ni siquiera en los combates en los que, bajo las reglas occidentales o del muay thai, se les asignaría una victoria por puntos.
A pesar de su notoriedad, los medios económicos de este gimnasio son muy modestos. Así, se sirven de instrumentos improvisados, como neumáticos. El ejercicio del neumático de camión es uno de los más agotadores: consiste en levantar repetidamente un neumático de camión, que pesa unos 60 kg, tantas veces como sea posible en tres minutos.
También es muy duro el ejercicio del neumático de coche: saltar un neumático con los pies juntos durante tres minutos. Al final sienten cómo les explotan los gemelos. “No importa el número que hagas. Lo que importa es el valor, la resistencia, la capacidad de soportar el dolor”, explica el campeón.
Añade: “Los que tienen miedo y evitan los combates son declarados derrotados después de tres llamadas. Uno no se dedica al lethwei si tiene miedo del dolor. Se necesita disciplina y resistencia física, por eso en este gimnasio, el Cobra Verde, entrenamos casi hasta el agotamiento”.
El coraje y el dolor son también la única posibilidad de ganar dinero. No hay recompensas económicas, sino que los boxeadores deben conquistar las ofertas de los espectadores, que premian a los mejores y animan al hombre por el que han pujado.
Para mostrar coraje e indiferencia al dolor, muchos desafían al adversario con las manos abiertas, levantando los brazos para ofrecerse a los golpes.
El lethwei yei es la danza de guerra que se realiza al inicio del combate, como demostración de habilidad y coraje. Al final de la danza, con los brazos cruzados, el boxeador se golpea los hombros con la mano opuesta, para anunciar al oponente que está listo para el combate.
Al final de la lucha, cuando los jueces han anunciado el ganador, también se realiza una danza de la victoria.
La violencia del lethwei ha causado un número desconocido de muertos. No hay estadísticas oficiales porque muchos combates se llevan a cabo en circuitos clandestinos.
“Desde que peleo he sido testigo de la muerte de al menos cinco personas. No eran combates oficiales. Fueron demasiado lejos. Sea como sea, un combatiente tendría que reconocer cuándo no puede seguir y rendirse”, dice un confiado TT. MIN.
“El problema es que una vez que te rindes ya no puedes volver a luchar porque pierdes el honor. Algún día perderé, es normal, pero si sucede será porque estaré exhausto, inconsciente, no porque me haya rendido”, sentencia.