Ciudad del Vaticano.— Alrededor de 2 mil pobres e inmigrantes de Roma disfrutaron ayer de un espectáculo circense al que acudieron invitados por el papa Francisco, olvidándose así por unas horas de las frías calles de la capital italiana.

Entre los asistentes, muchos de ellos sin vivienda alguna, estaba el malagueño Roberto Carlos, de 36 años y que se gana la vida en las vías romanas tocando la guitarra, el único objeto que nunca ha vendido, ni siquiera cuando vivía en la calle.

Él fue el encargado de dar comienzo al espectáculo con una canción titulada “Francisco es universal”, que le gustaría “hacérsela escuchar” al Papa, según confesó, visiblemente emocionado. Su actuación fue recibida con los aplausos del público, que no dudó en bailar, y comenzó proclamando una de sus máximas: “Los últimos serán los primeros, no perdamos la fe”.

“He escrito una canción para el Papa que voy a cantar para todos los pobres, todos los representantes del Vaticano que han llegado y todos ustedes”, recalcó. El mensaje de la canción para su autor es claro: describir a “un Papa que es muy buena persona con todos los pobres, que no nos margina y nos quiere como uno más y te ayuda como si fuera tu padre o tu abuelito”, dijo.

La iniciativa solidaria se hizo realidad gracias a la Limosnería Vaticana, encargada de realizar las obras de caridad del Pontífice, y contó con la colaboración del circo Rony Roller.

Los asistentes, que también pudieron hacerse chequeos médicos gracias a un ambulatorio instalado para la ocasión, llegaron al recinto en autobuses y acompañados por numerosos prelados, incluidos obispos y cardenales.

Eran personas sin hogar, inmigrantes, mendigos y discapacitados que, acompañados por religiosas, asistieron al espectáculo desde la primera fila de la carpa, inundada por un intenso olor a palomitas de maíz.

Roberto Carlos aseguró que el Vaticano le facilitó la vivienda en la que reside junto con su esposa Eva y su hija de 16 años. Eva dijo estar escribiendo un libro biográfico que debe finalizar en menos de un año a petición del padre René, de los Legionarios de Cristo. La mujer considera que en su vida “todo es un milagro”.

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