Buenos Aires.— Un final de época. Sucesos políticos que marcan a fuego. Cortes de la historia que nunca llegan solos. El final del kirchnerismo, 12 años después de su ascenso al poder y el huracán político que amenaza al gobernante Partido de los Trabajadores (PT) en Brasil, representan uno de esos momentos.

Un cambio de paradigma se está gestando en Sudamérica a la luz de los fracasos que se viene acumulando en la región, comenzando por la situación a la que llegó Venezuela, como quedó plasmado en las urnas hace una semana. Los gobiernos progresistas, bolivarianos o de izquierda en Sudamérica llevan años bajo la lupa. La propia dinámica de esas administraciones viene generando los cambios y obliga a las respectivas oposiciones a tener que aglutinarse para poder aparecer como alternativa.

Ese fue el caso de Cambiemos, la alianza que lidera el presidente Mauricio Macri en Argentina y algo similar se viene gestando en Brasil, donde el Congreso espera el desarrollo del impeachment (destitución) a la presidenta, Dilma Rousseff y el fuego es atizado por el vicepresidente Michel Temer.

En marzo, una hipotética presidencia de Macri parecía casi imposible. El poder que había acumulado el kirchnerismo, el relato basado en sus supuestos logros y en una épica antiimperialista y en favor de los pobres se veía inquebrantable.

La realidad transitaba por otro lado. La pobreza, que se siente en los barrios de todo el país, el aumento de la actividad delictiva, con el narcotráfico como principal plataforma y los graves problemas de la economía eran patrimonio social pero le eran ajenos al gobierno kirchnerista.

Los escándalos de corrupción y los errores políticos de la presidenta Cristina Kirchner —quien seleccionó personalmente (y con el “dedazo” bien aceitado) a cada uno de los candidatos— aceleraron el final de la era K, justo cuando el país tiene que entrar en una etapa de ajuste fiscal y devaluación monetaria para sincerar su verdadera situación. Esa es la herencia que recibe el nuevo gobierno.

“Hay un fin de ciclo de gobiernos que abrazaron el populismo que, como en el caso de Brasil, ayudaron a sacar a millones de personas de la pobreza pero mostraron una gran ineficacia en lo económico y agotaron con su estilo político”, opina el analista argentino Rosendo Fraga.

Brasil fue, desde 2003, el país que guió la era postneoliberal en la región. A medida que caían los gobiernos de Lucio Gutiérrez, en Ecuador; o Gonzalo Sánchez de Lozada, en Bolivia, Brasilia aumentaba no sólo su liderazgo sudamericano, sino también su influencia en los gobiernos que iban llegando, como el de los Kirchner, el de Evo Morales, en Bolivia; el de Rafael Correa, en Ecuador, y hasta el de Ollanta Humala, en Perú. Con un líder político singular, como el entonces presidente Luiz Inacio Lula da Silva, al frente, la dimensión internacional de Brasil fue in crescendo en la primera década del siglo XXI.

Su sucesora, Rousseff, no colmó las expectativas de los mercados y de la industria, en un país donde la economía ya en 2011 presentaba síntomas de agotamiento. La falacia al adoptar las medidas económicas para recuperar la competitividad y los escándalos de Petrobras primero y el del falseamiento de las cuentas fiscales, después, mellaron la credibilidad del gobierno y abrieron grietas en la coalición gobernante, mientras la recesión golpeaba a los sectores medios y bajos de la sociedad.

De ahí, la grave situación política que padece hoy la mandataria, poco menos de un año después de asumir su segundo periodo de gobierno.

Si se observa la derrota del chavismo, la del kirchnerismo y la “rolla” que afecta a la administración Rousseff, “tienen el mismo origen”, para el analista Jorge Elías. En el mismo paquete enmarca “la derrota del Partido Colorado en el municipio de Asunción [Paraguay] y el final de la era conservadora de Stephen Harper en Canadá. Es una tendencia marcada por el final de un ciclo dominado por los precios altos de las materias primas y del petróleo”.

Argentina ya puso fin al kirchnerismo, que a poco de asumir la presidencia en 2003 se sumó a la ola de gobiernos progresistas. En Brasil, Rousseff consiguió una tregua de la Corte Suprema, pero todo indica que no podrá evitar el juicio político. De lo que ocurra en ese proceso se certificará, finalmente, si Sudamérica asiste a un final de ciclo político.

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