Las largas cadenas de radio y televisión, con ataques verbales y errores incluidos; las palabras que poblaron “el relato” a lo largo de 8 años; las inauguraciones de obras a medio terminar, todo eso comienza a ser historia y los periodistas y analistas argentinos comienzan a echar de menos la materia prima con la que trabajaron durante la administración de la presidenta Cristina Fernández, viuda de Kirchner.
Como cuando dijo que “los argentinos podemos ver la señal de la televisión rusa que realmente nos va a incorporar a otra mirada, a otras palabras, a otras ideas diferentes de integración y de mirada del mundo, que ayudan a democratizar no sólo la información sino, lo que es más importante, a democratizar las neuronas (sic), para que cada argentino sea un poco más libre y pueda elaborar su propia idea y su propio pensamiento y su propia opinión sin tutela de nadie”.
O aquella ocasión en la que inauguró una planta de producción de potasa cáustica que calificó como “un insumo básico para producir glifosato, que es el fertilizante por excelencia en la siembra de soja”, cuando el glifosato no es un fertilizante sino un herbicida, y de los más tóxicos.
Esas imprecisiones, que hacían las delicias de sus detractores y de humoristas, son historia. Cristina Kirchner no es presidenta. Responsable absoluta de la derrota electoral del candidato del oficialismo en las elecciones presidenciales que se definieron en la segunda vuelta del 22 de noviembre, volvió a ser, a partir de las 23:59 de ayer, una ciudadana común, sin fueros después de 20 años de ejercer cargos legislativos y otros ocho como presidenta. Se convirtió en “calabaza”, como ella misma dijo ante miles de argentinos que acudieron a despedirse.
Entre esa hora y las 12 del día, cuando se realice la toma de posesión de su sucesor, Mauricio Macri, en el Congreso, gobernará el país, en calidad de mandatario provisional, el senador Federico Pinedo. Será también él quien entregue a Macri el bastón y la banda presidenciales, en una ceremonia en la Casa Rosada.
El gobierno de Cristina, quien dijo esperar ver “mayor grado de democracia” de la nueva administración argentina, estuvo cargado de claroscuros: escándalos por doquier y un balance que no se cierra con su salida del gobierno, porque no arroja utilidades, sino un pasivo largo y pesado, que Macri recibe como toda herencia.
De la era kirchnerista se puede rescatar la política de derechos humanos, una rémora que el Estado mantenía desde hacía décadas con un vasto sector de la sociedad; el nuevo Código Civil, con el matrimonio para las personas del mismo sexo y la asignación familiar por hijo para combatir la pobreza. La creación de nuevos medios públicos con programación de calidad, como el canal Encuentro, figura entre sus aciertos comunicacionales, frente a sus constantes ataques a los periodistas que no estaban de acuerdo con su modo de gobernar.
Después hay una larga lista de fracasos y problemas estructurales pendientes de solución. La economía, que atravesó un periodo virtuoso de ingreso de cientos de miles de millones de dólares gracias a la fiebre de las “commodities”, terminó extenuada y sin reservas en el Banco Central. Los cerrojos al mercado de cambios y a la actividad productiva terminaron por complicarle la vida a las pequeñas y medianas industrias y la corrupción, con un vicepresidente y una decena de funcionarios procesados, marcó con fuego la era K. De hecho, la presidenta nunca explicó cómo logró que su patrimonio creciera 843% desde 2003 a la fecha. Tampoco varios de sus ministros, cuyas cuentas bancarias se inflaron.
“Una de las preocupaciones [de Cristina], ahora que no tiene poder, es tener que desfilar por los tribunales. Y es por eso que sicológicamente estaba aferrada al poder en sus últimas horas hasta provocar el papelón de no participar del acto de entrega del mismo”, explicó el analista Alfredo Leuco.
En el rubro de la justicia, Cristina deja un tendal de heridos y de enemigos. La sospechosa muerte del fiscal Alberto Nisman, en enero pasado, agrandó la grieta no ya entre los miembros de la sociedad, sino entre el Ejecutivo y el poder judicial.
“Nadie descarta que las causas contra la familia de la presidenta se mantengan a la orden del día”, opinó el analista Sergio Berensztein.
Los de la era K. fueron 12 años en los que el discurso fue por una vía y la realidad por otra. Eso que el kirchnerismo llamó “el relato”, explotó por los aires tras la agónica victoria de Macri. Un triunfo basado más en todo lo que hizo (y no hizo) el kirchnerismo que en los méritos del macrismo. “El kirchnerismo ha tenido una relación muy particular con la palabra. Hizo de la palabra su principal política. Con la palabra apeló a sustituir lo real. Se quiso disimular la pobreza o la inflación misma. La destrucción del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC), por ejemplo, obedece a esta relación perversa del kirchnerismo con la palabra”, sostiene el sociólogo Alejandro Katz.
Ayer se terminó una era en la que si bien se revalorizó la militancia política, se avivó la consigna del que “no está conmigo está contra mí”. Concluyó también la era de la estigmatización del que piensa distinto, la persecución a los medios independientes y, principalmente, a los periodistas que se aferraban a su oficio de informar y analizar.
Se terminó el kirchnerismo, que por lo producido en estos años de poder que paralizaron Argentina tras la calamitosa crisis de 2001, deberá comenzar a ser analizado desde múltiples focos, mientras que sus mentores, Néstor y Cristina Kirchner, no podrán ser interpretados por la historia sólo con la lupa de la política y la justicia, sino también de la sicología social y la medicina. Lisa y llana.
Con información de agencias