Para entenderlo, conviene subrayar la diferencia con su predecesor Al-Qaeda. Para el EI no se trata de una estrategia basada en grandes acciones terroristas cuyo objeto sería vencer a los cruzados judeo-americanos y obtener el regreso de Palestina al espacio territorial del islam, sino de la puesta en marcha de una guerra a escala planetaria contra el mundo de los no-creyentes, esto, Occidente, con el fin último de cumplir la prescripción expresada en el versículo 2.193 del Corán: “Luchad contra ellos hasta que cese la fitná —la división religiosa— y toda la adoración sea para Alá”. Se trata de reemprender el camino iniciado por el Profeta en la edad de oro que llevó a la expansión islámica del siglo VII —que denominan de “los piadosos antepasados”, salafismo—, bajo la guía, entonces como ahora, de un Califa.
El terror es entonces un instrumento para ese fin, tal y como el libro sagrado dispone en el 8.60, que en la versión actualizada de la editorial oficial de Arabia Saudita, Darussalam, reza como sigue: “Y preparad contra ellos todo lo que tengáis, incluidos medios de guerra (tanques, aviones, misiles, artillería) a fin de aterrorizar al enemigo de Alá que es el vuestro…”. Obviamente en el Corán tal relación de armamento no existía, pero los “moderados” islamistas del reino saudita han creído necesario dar ese consejo adicional a los jóvenes creyentes.
Obviamente los terroristas en el mundo musulmán son una fracción minoritaria, pero eso no excluye que la construcción del EI tenga un sentido para jóvenes radicalizados, entre los que ya se encuentran conversos y musulmanes de segunda generación que así canalizan su enfrentamiento al sistema de valores del espacio europeo en que viven. El EI no es una nebulosa, sino una organización con base territorial, mínima si se quiere, pero tal fue la suerte del Profeta en la lucha desde Medina contra los impíos de La Meca, trampolín para la futura expansión. Y sabe hacer propaganda, tanto para sembrar el terror entre los infieles, según recomendaba el 8.60, como para mostrar un orden social perfecto según la sharia o ley coránica. Véase en Youtube el reportaje realizado por VICE sobre “the Islamic State”, con subtítulos en español, para probar tal aserto.
Los yihadistas del EI no son ajenos al islam, sino ultraortodoxos, lo cual les lleva en la práctica a marginar los elementos tolerantes que en referencia a judíos y cristianos hace el Corán. La idea de Dios no surge en ellos desde arriba, como en las otras religiones monoteístas, sino desde abajo, es la proyección teológica de la institución de la esclavitud. El creyente es abdalá, esclavo de Alá, pero esa dependencia ilimitada se aplica desde la comunidad de creyentes sobre los que no lo son, los cuales, o se someten (8.61) o deben ser destruidos. De ahí la deshumanización radical que preside el comportamiento del EI, del cual los atentados de París —como antes sus destrucciones y ejecuciones en cadena o la prostitución forzosa de las mujeres cristianas o yazidíes— son prueba bien elocuente. Los conceptos de hombre y de persona no tienen cabida en su vocabulario. Es una guerra asimétrica, de nuevo tipo, lanzada desde el terror. El reto consiste en encontrar los medios técnicos —económicos, militares— para lograr su derrota y para al mismo tiempo impedir en Europa una oleada de islamofobia, ya latente, y que puede causar un daño irreparable a la convivencia y al respeto de los derechos humanos. También los musulmanes europeos tienen una necesaria y difícil tarea: pasar del rechazo, a veces susurrante, contra los atentados, a una autocrítica de las interpretaciones religiosas propias que sirven de fundamento a la yihad.
Catedrático de Ciencia Política e Historia del Poder en la Universidad Complutense de Madrid