Los actos de barbarie perpetrados el viernes en París evidenciaron una vez más que Bélgica es el brazo más débil de la Unión Europea en la lucha contra el terrorismo. Las pesquisas de la policía francesa señalaron desde el comienzo que los ataques suicidas fueron organizados en Bélgica, un país que reiteradamente figura en indagatorias de ataques terroristas ejecutados o frustrados en terceros países.

“No es sorpresa que Bélgica esté involucrada en los ataques en París debido a que ha sido base logística de otros atentados”, dice a EL UNIVERSAL, Leandro Di Natala, experto en terrorismo islámico del European Strategic Intelligence and Security Center (ESISC). La conexión belga aparece con la muerte del comandante Ahmad Sah Masud, líder de la oposición que combatía a los talibán en Afganistán, quien murió en 2001 en un ataque suicida perpetrado por un supuesto periodista que portaba pasaporte belga.

Igualmente figura en los atentados de 2004 que cobraron la vida de 191 personas en Madrid; Hassan el-Haski, uno de los cabecillas del Grupo Islámico Combatiente Marroquí y considerado el arquitecto del ataque, habría diseñado la ofensiva durante el tiempo que vivió en Bélgica.

Desde el propio reinado también se coordinaron los ataques perpetrados en el museo Judío de Bruselas en mayo de 2014 cobrándose la vida de cuatro personas; y el ataque fallido en el tren de alta velocidad entre Ámsterdam y París en agosto pasado.

Las armas utilizadas, tanto en la masacre en el semanario Charlie Hebdo, a principios del presente año, como en el secuestro en la tienda judía de París que terminó con cinco muertos, incluyendo el terrorista Amedy Coulibaly, salieron de Bélgica.

Gelle van Buuren, especialista antiterrorismo de la Universidad de Leiden, sostiene que el extremismo ha florecido en Bélgica por serias fallas de seguridad, así como por los impedimentos legales que obstaculizan la vigilancia de potenciales terroristas.

Otro factor que ha servido de semillero del fundamentalismo es el fracaso de la integración de algunas comunidades musulmanas, principalmente aquellas que viven en los barrios más desfavorecidos como Molenbeek, que ocupa las planas de la prensa internacional al trascender que de esta localidad era originario Abdelhamid Abaaoud, ubicado como el organizador del ataque en París, y vivían por lo menos dos de los ocho miembros del comando kamikaze.

Separado del primer cuadro de la ciudad por el canal que atraviesa la metrópoli y la línea de tranvía 51, Molenbeek es un suburbio de 100 mil habitantes marcado por estigmas y caracterizado por una importante comunidad turca y marroquí, y un desempleo juvenil que alcanza 42%.

Es también un lugar en donde la pobreza es generacional, el ingreso promedio es de 9 mil 844 euros anuales, cuando la media nacional es de 16 mil 650 euros; y el progreso se ve impedido por la barrera del idioma; los padres de familias árabes apenas saben unas palabras en francés, y los hijos no hablan neerlandés, la lengua de Flandes, la región más próspera de Bélgica (las otras dos son Valonia y Bruselas), con un desempleo de 7.8%, menor a la media europea. “[Molenbeek] es un nido de terroristas”, dijo el ministro del Interior, el conservador Jan Jambon.

La Región Bruselas Capital está compuesta por 19 municipios, siete de ellos entre los 10 más pobres del país, y al igual que Molenbeek, cualquier musulmán pude pasar anónimo en comunas como Saint Joost ten Node, Schaarbeek y Anderlecht. La lucha contra la delincuencia se ve obstaculizada por la burocracia. Con 11 millones de habitantes, Nueva York tiene una policía única; Bruselas, con 1.2 millones, cuenta con seis. Las posibilidades de que Bélgica vuelva a dar titulares con otro atentado terrorista son reales, siendo el país con más yihadistas per cápita, 43 por cada millón de habitantes. “Por desgracia el riesgo de ataques similares en otros países no se puede excluir”, dice Di Natala.

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