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El 28 de septiembre se realizó el cuarto debate entre los líderes de los tres principales partidos políticos de Canadá, en el marco de la campaña para las elecciones de este lunes. El tema central de este debate fue la política exterior, la manera en que los partidos proponen orientar las relaciones de Canadá con el resto del mundo.
Durante casi dos horas se habló de Siria, los refugiados, la lucha contra el terrorismo, la ayuda al desarrollo, el Ártico, Estados Unidos, las exportaciones de petróleo, las negociaciones del Acuerdo de Asociación Transpacífico. ¿Y México? Apenas se le mencionó dos veces, en referencias casuales y no como tema de debate. Es más, cuando se aludió al TLCAN se le describió como “el acuerdo con Estados Unidos”, sin mención alguna de México.
¿Qué está pasando? ¿No se supone que México y Canadá son socios comerciales desde 1994? Es más, son socios estratégicos, enfrentando juntos a Estados Unidos, su prioridad común ¿o no? La dura realidad, sin embargo, es que México ya no figura entre las prioridades canadienses de política exterior desde hace como 20 años.
La situación empezó a cambiar con los eventos del 11 de septiembre de 2001. Canadá y México concluyeron acuerdos de seguridad con Estados Unidos por separado, contraviniendo así el espíritu trilateral del TLCAN. El gobierno canadiense se mostró más dispuesto a cooperar con las prioridades defendidas por el gobierno de George W. Bush, por lo que la distancia entre México y los demás socios norteamericanos se agrandó.
En 2006 llegó al gobierno de Canadá el Partido Conservador, dirigido por Stephen Harper, con una nueva agenda internacional para su país. Además de reconstruir una relación especial con Estados Unidos, basada en defensa y seguridad, los conservadores se propusieron redefinir a Canadá como una potencia militar, aliada de los países occidentales más prósperos. Además, las relaciones internacionales canadienses darían prioridad a las oportunidades comerciales, disminuyendo simultáneamente la ayuda internacional para el desarrollo.
Excepto por las oportunidades de negocios, no hay espacio para México dentro de estas prioridades. Peor aún, México puede potencialmente estorbar en el logro de estos objetivos, complicando la relación con Estados Unidos en encuentros y programas trilaterales.
Por lo tanto, el gobierno de Harper puso en práctica un enfoque cínico respecto a México: mucho discurso sobre la amistad y la cooperación, poca sustancia en los actos. Por ello, Ottawa no tuvo empacho en imponer visas a todos los visitantes mexicanos desde julio de 2009, argumentando que las solicitudes de refugio político de ciudadanos de ese país habían aumentado exponencialmente. Por supuesto, este incremento se debía principalmente a las violaciones de los derechos humanos en México, como resultado de la guerra contra el narcotráfico que Felipe Calderón inició.
No obstante, el gobierno de Harper se rehusó a reconocer la crisis, porque de otro modo las relaciones norteamericanas se volverían más complejas al añadir una dimensión humanitaria.
Desde el punto de vista del gobierno conservador, es más cómodo considerar retóricamente a México como un amigo y aliado económico, un país seguro donde no hay abusos a los derechos humanos… mientras que se restringen las visitas de los ciudadanos de ese país supuestamente amigo.
Mientras el Partido Conservador siga gobernando a Canadá, las oportunidades de que México se convierta en un verdadero socio norteamericano son prácticamente nulas. Las elecciones del 19 de octubre abren una oportunidad para cambiar esta situación.
Profesor de Ciencia Política en la Universidad de Alberta, Canadá.