"Sólo migrantes, sólo migrantes", repite el empleado de los ferrocarriles húngaros mientras impide el paso al vagón a todo los pasajeros que, según su criterio, no tienen pinta de refugiado.
Efectivamente, cuando el periodista logra, tras insistir mucho, meterse en el compartimento 411 del tren entre Budapest y Viena, sólo encuentra refugiados que vienen huyendo de las guerras en sus países y quieren terminar cuanto antes su escala en Hungría y seguir, casi todos, hacia una idealizada Alemania.
Preguntado por los motivos de esa separación, un trabajador ferroviario explica que muchos pasajeros "tienen miedo de las bacterias" y que por eso los refugiados van en su propio vagón.
Cuando el tren se pone en marcha, ya es imposible cambiar de vagón. La puerta que comunica con el siguiente está cerrada, aislando el compartimento del resto del convoy.
Ninguno de los revisores húngaros responde a las preguntas sobre esa medida, aunque sí permiten que el periodista, pero no los refugiados, entre y salga del vagón.
Sólo tras cruzar la frontera con Austria, otro empleado, ya de los ferrocarriles austríacos, explica que cerrar la puerta entre vagones no contraviene ninguna medida de seguridad y sospecha que se puede deber al propósito de controlar mejor a los refugiados.
A Ahmad Dhna, un ingeniero mecánico de Damasco que viaja en el tren con tres amigos, no le hace mucha gracia la idea de no poder salir del compartimento.
"Quizás tienen miedo porque en Siria hay armas químicas", ironiza sobre esta medida de aislamiento.
Ahmad ha tenido suerte. Llegó por la mañana a la frontera húngara, encontró a alguien que les acercó clandestinamente a Budapest por 800 euros y ya está en un tren camino de Austria.
Hay muchos refugiados que han de esperar días en Hungría hasta que logran seguir el camino. Nadie quiere quedarse en el país centroeuropeo. Casi todos quieren ir a Alemania.
"Es un gran país, industrial, rico" , dice Ahmad, que además de un correcto inglés, chapurrea un poco de alemán gracias a los cursos que hizo cuando aún funcionaba el Goethe Institut de Damasco.
Cuando se le dice que también hay desempleados en Alemania (o que hay españoles que también buscan trabajo allí) , reacciona un poco escéptico.
Sin embargo, su visión de Alemania no es totalmente idílica. Tiene un amigo allí que le ha dicho que no es tan fácil encontrar empleo. Pero cualquier cosa es mejor que la guerra en su país.
"La situación en Siria es imposible. Hemos aguantado cinco años de guerra", dice.
El tren sigue su camino. Los revisores advierten a algunos refugiados de que su billete sólo les alcanza para la frontera, no para Viena, pero todos siguen su viaje.
Hay algunas paradas, se ven policías en los andenes, pero nadie sube a pedir papeles.
En Györ, a 55 kilómetros de la frontera austríaca, suben cientos de refugiados y la puerta cerrada del vagón pierde su sentido. Los exiliados se reparten por todo el convoy. Muchos niños, muchos jóvenes, muchas familias.
Conforme el tren se acerca a Viena, crece la ansiedad. "¿Viena, Viena?, preguntan a cada poco, para saber dónde deben bajarse. Por fin, el cartel de Wien Westbahnof (Estación del Oeste de Viena) aparece en el andén y se escuchan algunos cánticos de alegría. En la estación, esperan voluntarios, traductores que hablan árabe, información sobre cómo seguir el viaje. Hoy ya no hay trenes hacia Alemania, hay que esperar al día siguiente. " Interesante, muy interesante. Estoy feliz", dice Ahmad, ahora en alemán, el idioma que espera le ayude a construirse una vida mejor en el que espera sea su nuevo país.
ahd