Budapest
Hadi está sentado sobre una manta y mira apático hacia la penumbra de la entreplanta que une la estación de trenes del Este de Budapest con la de metro. El pequeño de tres años procedente de Damasco tiene síndrome de Down, cuenta su madre, Rasha. “Mi hijo está muy cansado”, añade antes de quitarle la camiseta por las elevadas temperaturas.
A Hadi tiene que verlo un médico, pero eso es impensable en estos momentos. La familia de seis miembros, también su hermano de seis años, quiere llegar a Suecia lo antes posible, donde les esperan otros familiares.
Al igual que la mayoría de los en torno a 3 mil refugiados varados en la estación del Este de Budapest, ya han comprado boletos de tren con destino a Múnich. Pero no los pueden utilizar, porque las autoridades han vuelto a impedir a los refugiados que tomen los trenes hacia el oeste, basándose en la normativa europea que contempla que los refugiados deben solicitar asilo en el país al que llegan.
Distinta fue la situación el lunes, cuando Budapest interrumpió los controles durante un breve periodo de tiempo y miles de refugiados pudieron viajar en tren hacia el oeste.
Ahora, los inmigrantes que quedan en Budapest esperan obtener otra vía libre. Mientras tanto, esperan sentados, tumbados, de cuclillas. Algunos han levantado pequeñas tiendas de campaña, pero la mayoría sólo tiene una finas mantas que ha colocado sobre el suelo. Otros reposan en el piso desnudo.
Entre ellos hay muchos niños y bebés y también gente en silla de ruedas. Por todas partes cuelga ropa para secar. La ciudad ha instalado una pequeña toma de agua, pero para toda esa gente sólo hay cuatro servicios móviles y el aire está cargado.
Largas filas se forman ante el cuartel provisional de la organización de voluntarios “Migration Aid”, que reparten comida y ropa. En cuanto se abre la puerta se ve por momentos un enorme montón de ropa revuelta. La organización está desesperadamente desbordada.
Las autoridades húngaras se habían limitado hasta ahora a vigilar el edificio de la estación de trenes, pero ayer el Parlamento de la ciudad decidió instalar al lado de la estación un campamento que acogerá hasta a mil refugiados.
“No es nuestra tarea pero lo hacemos por motivos de conciencia, tenemos que superar la situación por nuestra propia seguridad”, dijo el alcalde, Istvan Tarlos, cercano al primer ministro, el nacionalista de derechas Viktor Orban.
Parecía que lo dijera como una especie de disculpa ante sus electores por hacer algo por los refugiados.
Porque hasta ahora el gobierno ha llevado a cabo una agresiva campaña contra la inmigración y ha levantado una valla de cuatro metros de altura en la frontera con Serbia, desde donde llega la mayoría que quiere continuar el viaje hasta Europa central y del norte. Pese a ello, muchos lo consiguen: sólo el martes lograron superarla más de dos mil. DPA