La policía antinarcóticos que trabaja en la selva del país que es líder en la producción mundial de cocaína destruye con frecuencia pozas de maceración de hojas de coca donde se la procesa hasta convertirla en pasta básica.

También incauta insumos químicos usados para refinar la droga y destruye escondidos laboratorios en la jungla donde se transforma la pasta base en clorhidrato.

Desde 2013 éstos policías que son parte de una fuerza élite han comenzado a detonar agujeros con explosivos en las pistas de aterrizaje para avionetas que llevan hasta 300 kilos de droga hasta Bolivia.

Las voladuras dejan enormes cráteres en las pistas e interrumpen por un breve espacio de tiempo el llamado "puente aéreo" de tráfico de narcóticos que la policía afirma que mueve más de una tonelada diaria de cocaína hacia Bolivia en avionetas tipo Cessna 206. En pocos días, residentes locales pagados por traficantes llenan los agujeros y las pistas quedan listas para ser reutilizadas.

Los 90 miembros del "Grupo de Operaciones Antidrogas Tácticas en Jungla" son casi todos menores de treinta años, ganan unos 800 dólares mensuales y se especializan en el uso de geo-localizadores, el manejo de vehículos en situaciones de emergencia y demoliciones. Otros son paramédicos, francotiradores o expertos en buceo.

"Siempre trabajan en operaciones de alto riesgo físico, táctico y mental... la posibilidad de un tiroteo cercano en medio de la selva siempre está presente", dijo el coronel Víctor Zanabria, el jefe de las operaciones especiales antidrogas en Alto Huallaga, el valle donde nació el narcotráfico en Perú hace medio siglo.

En una reciente misión, varias docenas de policías partieron desde el cuartel antidrogas en tres camionetas, recorrieron caminos llenos de lodo y piedras, cruzaron ríos con poco caudal pero que cubrían por completo los neumáticos, y se internaron en zonas fuera de la cobertura telefónica hasta llegar a un conjunto de cabañas donde dejaron los vehículos.

Caminaron dos horas por entre árboles y plantas trepadoras de la Amazonía. Al hombro llevaban una bolsa con 25 kilos de nitrato de amonio, un fusil y en la espalda una mochila con agua. Las botas de los agentes se hundían entre el barro y, por momentos, parecían caminar bajo un inmenso techo verde que no permitía el paso de los rayos del sol.

Cuando llegaron al río Palcazú, tuvieron que convencer a un balsero para que los transportara al otro lado. Una vez en la otra orilla, la caminata se repitió por una hora más.

Con un geo-localizador y un mapa entregado por oficiales de inteligencia, que antes habían fotografiado y ubicado varias pistas desde el aire, los policías antinarcóticos llegaron hasta una zona escondida que nunca podría ser detectada desde una carretera. Mientras algunos vigilaban, otros cavaban con picos y palas dos huecos de 150 centímetros de profundidad.

Tras colocar los detonantes, la explosión dejó la pista inservible, pero solo por tres días porque los traficantes pagan hasta 60 dólares a los vecinos para reconstruirlas.

Perú gasta 8.4 millones de dólares anuales para destruir las narco-pistas y en los últimos tres años han reventado 366, dijo Emiliano Apaza, presidente legislativo del comité de Defensa. Pero las acciones no han detenido los vuelos ilegales.

La última semana el Congreso unicameral de Perú aprobó una ley que autoriza a la Fuerza Aérea para iniciar el derribo de las avionetas del narcotráfico.

jlc

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