El papa Francisco revolucionó ayer Ecuador con una misa campal en Guayaquil ante más de ochocientas mil personas (algunas fuentes hablan de un millón), en la que llamó a priorizar el amor por la familia y el perdón, para luego en la noche mantener un encuentro con el presidente Rafael Correa, quien lo recibió en el Palacio de Carondelet. El Papa abogó por “un diálogo sin exclusiones” —justo cuando gobierno y oposición se miden en Ecuador con protestas en la calles— al tiempo que pidió que “no haya exclusión, que no se descarte a nadie”.
“Deseo que se encuentren soluciones concretas a las muchas dificultades e importantes desafíos que tiene la familia”, dijo Francisco en su homilía en el Parque Samanes, de Guayaquil, que marcó su primer acto multitudinario en las casi 50 horas que permanecerá en ese país andino.
Allí leyó las bodas de Caná, comparó el vino con el amor y pidió a la multitud que no permitan que falte el amor. “¿Cuántos de nuestros adolescentes y jóvenes perciben que en sus casas hace rato que ya no lo hay? ¿Cuánta mujer sola y entristecida se pregunta cuándo el amor se fue, se escurrió de su vida? ¿Cuántos ancianos se sienten dejados fuera de la fiesta de sus familias, arrinconados y ya sin beber del amor cotidiano?”, se preguntó el jefe de la Iglesia Católica.
En su discurso, el Papa resaltó el papel de la mujer en la familia e incluso recordó una anécdota de su propia madre, cuando una vez le preguntaron a cuál de sus cinco hijos quería más “y ella dijo: ‘como los dedos, si me pinchan éste me duele lo mismo que si pinchan éste’”, refirió el Papa mientras tocaba su mano. Una madre quiere a sus hijos como son, aseguró.
“Lo más lindo, lo más bello y lo más profundo para la familia; está por venir. El mejor de los vinos está en la esperanza de cada persona que se arriesga al amor. En la familia hay que arriesgarse al amor”, dijo.
Antes de la misa había visitado el Santuario de la Divina Misericordia, donde rezó con un grupo de enfermos oncológicos, ancianos y gente muy pobre con quienes mostró un excelente sentido del humor: “Antes de irme, les doy la bendición. No les voy a cobrar nada, pero les pido por favor que recen por mí, ¿me lo prometen?”, y la gente respondió al Papa con un sonoro: “¡Sí!”.
Miles de personas se volcaron a las calles para recibir, escuchar, saludar y tratar de acercarse al Sumo Pontífice latinoamericano en Guayaquil, con rosarios, fotos de Francisco, cirios y otros recuerdos para que los bendijera.
Culminada la celebración eucarística, Francisco se dirigió a un almuerzo privado con sacerdotes de su congregación jesuita en el colegio Javier. Ahí se reunió unos minutos con el cura Francisco Cortés, Paquito, con quien hizo amistad en la década de 1980, cuando hizo su primera visita al país en momentos en que sólo era el sacerdote Jorge Mario Bergoglio.
Desde la tarde de ayer el Parque del Bicentenario, en Quito, abrió sus puertas para que decenas de miles de personas, desafiando a la lluvia, acamparan a la espera de la multitudinaria misa que brindará hoy allí el Papa.
Al caer la noche, Francisco llegó al Palacio de Carondelet, en Quito, donde lo recibió Correa, con quien salió al balcón para saludar a las personas que esperaban bajo la lluvia. Por la noche, ya visiblemente cansado, visitó la Catedral y pidió a la multitud que lo aguardaba en la Plaza Independencia que “pidan porque no se descarte a nadie en esta hermosa tierra”, para volver a cerrar con su frase preferida. “No lo olviden, recen por mí”.