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El pueblo griego dio una lección de democracia con el referéndum en el que manifestó un “no” rotundo a las políticas de austeridad. El premier Alexis Tsipras, de la Izquierda Radical, ganó la confianza de la mayoría de los ciudadanos. El defensor del “sí” al ajuste, Antonis Samaras, renunció al liderazgo de su partido de derecha tras la derrota.
Encuestas divulgadas hace unos días indicaban un presunto empate y una tendencia que favorecía al “sí”. ¿Otro error al medir el sentir popular o un intento de influir en el ánimo de los votantes? Una joven griega decía ayer a un enviado de la BBC que el voto por el “no” era el voto de “la esperanza”, en tanto que el voto por el “sí” parecía el del miedo. En la víspera del referéndum, el ministro de Finanzas, Yanis Varoufakis, había acusado a la clase política europea de “aterrorizar” a los electores griegos.
La celebración en la plaza Syntagma de Atenas hizo recordar que quien no participaba en las deliberaciones de la Polis griega era visto como un “idiota”, alguien que se apartaba de los asuntos de la comunidad. Aunque apresurado, el referéndum fue sin embargo una demostración de que los pueblos no pueden ser ignorados a la hora de decidir su futuro.
Ahora bien, el resultado ha abierto una caja de Pandora: la victoria del “no” no es la solución de la crisis y Tsipras aún tiene por delante una tarea agónica, digna de titanes, frente a sus acreedores, sobre todo cuando Berlín dice que Atenas “rompió los últimos puentes” a la negociación.
El Prometeo encadenado aún no se ha liberado. La Unión Europea, un extraordinario entendimiento de integración supranacional, está obligada a encontrar la mejor salida para todos. Es la hora de la inteligencia y la generosidad, palabra que enoja a los eurócratas. Los seres humanos no son cifras y su destino (Hado), como decía Jürgen Habermas, no puede ser decidido por los bancos. Hoy, más que nunca, Europa es Grecia.