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San Salvador.— Empujado a una violencia incontrolable por las mortales rivalidades entre maras y choques de militares y policías con pandilleros, El Salvador ya cruzó el umbral de más de 50 mil homicidios de enero de 1999 a junio de 2015, lo que recuerda que el saldo de la guerra civil, de 1980 a 1992, fue de más de 80 mil muertos… pero en un conflicto bélico de impacto internacional en el fragor de la Guerra Fría.
“El paciente requiere un urgente torniquete o morirá desangrado”, alertó el salvadoreño Raúl Mijango, negociador de una tregua de los mareros de marzo de 2012 a mayo de 2013, en entrevista con EL UNIVERSAL.
El Salvador, que acumuló 677 homicidios en junio y completó 2 mil 860 en el primer semestre de 2015, casi 16 al día, sufre desde el pasado lunes un paro del transporte público que, obligado por las maras, causa pérdidas diarias de 500 mil dólares a los transportistas y buscar llevar al gobierno a negociar otra tregua y privilegios carcelarios.
La violencia hunde al país. ¿Qué hacer?
—La situación es alarmante, extrema, y urgen medidas excepcionales, sin más violencia. La única vía para parar este sangrado que enluta a la sociedad es colocar un torniquete a la herida. El torniquete es diálogo. Sin diálogo, seguirá el sangrado, el país colapsará, morirá desangrado y surgirá el Estado fallido.
¿Quiénes deben dialogar?
—Pandillas, que son problema y solución, y gobierno: 30% de los muertos por violencia es atribuido al ejército y la policía. Las partes deben asumir compromisos. Sólo así se revierte la tendencia a un callejón oscuro del que difícilmente se saldrá.
A las maras se les acusa de terroristas. ¿Se puede negociar con ellas?
—¡Claro que cometen actos de violencia reprochables! Hay una violencia social a la que se da un trato delictivo. Esto no es de ejército ni batallones, es reconstruir el tejido social. Aquí todos hablan de guerra y a los que hablamos de paz se nos criminaliza.
¿Son las maras interlocutores válidos y creíbles?
—Son un fenómeno que existe, está ahí. Trabajé 15 meses con ellas y cumplieron. La violencia ya superó la opción de que algún actor político lo resuelva solo. La solución es del país como un todo.
¿Perdió el Estado control territorial ante las pandillas?
—Sí, y es lo grave del problema. Las pandillas controlan gran parte del territorio. Es imposible de ignorar. Muchos creen que el problema se resuelve matando a la serpiente, a todos los ligados a las estructuras pandilleriles, que son más de medio millón de salvadoreños (entre mareros y familiares), 11% de la población. Eso no es posible, ni meterlos presos a todos. Hay que hacer una cirugía para quitar los colmillos a la serpiente. El mejor general es el que gana batallas sin tener que librarlas.
¿Las pandillas tienen voluntad de diálogo?
—Sí. Y si el gobierno se niega, prevalecerá el lenguaje de las balas. La solución es respetar el Estado de derecho. Las pandillas tampoco pueden pedir amnistía o que la sociedad les perdone sus crímenes, pero deben evitarse arbitrariedades en su contra.