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El que vive actualmente Grecia se ha convertido en todo un drama europeo. En caso de que en el inminente referéndum el electorado griego diga “no” a la austeridad que pretende imponerles la ex Troika —Banco Central Europeo (BCE), Fondo Monetario Internacional (FMI) y Comisión Europea (CE)— Grecia, salvo una acuerdo de última hora, podría quedar fuera de la llamada eurozona, con lo cual todos los países que la integran, como dijo Jean Claude Junker, presidente de la CE, darían “un salto al vacío” que nadie sabe a ciencia cierta lo que podrá significar a nivel global.
Las especulaciones al respecto son muchas y muy diversas. Según algunos analistas, la Unión Europea (UE) puede hoy afrontar sin demasiados problemas la salida de Grecia del euro; otros predicen una fuerte y obligada reestructuración del sistema económico financiero comunitario, mientras que los más apocalípticos han llegado a sostener la desaparición de la moneda única y con ello el preludio de la posible evaporación del siempre añorado sueño europeísta.
Lo único realmente cierto es la gran inquietud que ha provocado la posibilidad de que Grecia pueda dejar el euro y volver al dracma —su antigua moneda—, no sólo en las naciones europeas, directamente interesadas, sino también en potencias económicas como Estados Unidos, Rusia y China, cuyos jefes de gobierno han pedido a la CE y en particular a la canciller alemana, Angela Merkel, no abandonar las negociaciones con Atenas.
En este incierto contexto, resulta significativa la inesperada reaparición de la política, sometida desde hace decenios a los dictámenes del mundo económico financiero, que el premier griego Alexis Tsipras ha revivido convocando el referéndum gracias al cual no serán los acreedores ni el gobierno, sino la ciudadanía griega, la que decida el futuro del país.
Para Costas Lapavitsas, profesor de economía en la Soas University de Londres y diputado por Syriza, el referéndum es “una decisión cuya necesidad fue de inmediato confirmada con la intromisión política de Junker (pidió a los griegos votar por el “sí”), pero en realidad era la única opción que tenía el gobierno para poder conservar su credibilidad, visto que luego de cinco años de austeridad Europa no encontró nada mejor que proponer la misma receta”.
Con la espada contra la pared, Tsipras decidió no traicionar su principal promesa electoral: “Acabar con la austeridad”, y jugarse el todo por el todo. Un eventual “sí” del electorado significaría no sólo la caída de su gobierno, sino la introducción de recortes, aumento del IVA y venta de las paraestatales, medidas que él se negó a pactar con el Eurogrupo en Bruselas.
Para no pocos analistas, el referéndum es un abierto chantaje del gobierno griego, pero como sostiene el profesor Lapavitsas, Tsipras se le adelantó “al Eurogrupo (a los ministros de finanzas de la UE) que en estas últimas semanas estaba intentando crear las condiciones para un cambio de gobierno en Atenas”, lógicamente no de manera democrática.
El resultado del referéndum de este domingo, positivo o negativo para el gobierno de Atenas, sentará un precedente más que importante para la Europa comunitaria. “Marcará una fase inevitable de transformación de la UE, una reconstrucción en la que podría retroceder y desintegrarse o bien dar vida a una verdadera unión política”, afirmó el politólogo italiano Giancarlo Bosettti.
La incertidumbre que priva desde siempre en la UE, como sostienen no sólo prestigiados economistas, se debe a que es una unión monetaria carente de una unión política, lo cual ha hecho reforzar de manera poco común el poder de instituciones como el BCE y el Eurogrupo que, como es lógico, responden a los intereses económicos, comunitarios o nacionales, de instituciones de crédito o grupos de poder económico.
Romper esta hegemonía fue uno de los objetivos de Tsipras desde que asumió el poder, pero una izquierda europea fuertemente convencida de las “virtudes” del paradigma económico neoliberal lo dejó solo en las negociaciones con la ex Troika.
Ésta y la CE temen ahora el llamado “contagio” griego que poco a poco comienza a crecer con los nuevos sujetos políticos que están naciendo en el viejo continente, los cuales no creen más en las “virtudes” del sistema neoliberal que, ciertamente, funcionan en los países con una sólida y madura infraestructura económico-financiera, pero no en aquellos sin estas características.