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Rangún
Sin recursos y rechazados en su país, los rohingyas de Myanmar están considerados como una de las minorías más perseguidas del mundo, pero su situación sigue siendo ignorada por el resto de países del sureste asiático.
Confrontados a la violencia sectaria y a leyes discriminatorias, miles de rohingyas, una minoría musulmana en una nación mayoritariamente budista, han elegido en los últimos años huir del país por mar para irse a Malasia, en lo que ha sido el mayor éxodo de la región desde el fin de la guerra de Vietnam.
Este año, la situación ha adquirido un cariz todavía más dramático, pues miles de migrantes están varados en el mar tras haber sido abandonados por los traficantes, ahuyentados por la nueva política represiva de Tailandia, un punto de paso muy utilizado hasta el momento.
En Myanmar, en los campos de desplazados donde viven decenas de miles de rohingyas, las familias están angustiadas por la suerte de los suyos.
“Algunos padres gritan y otros se desmayan al oír hablar de los barcos a la deriva”, cuenta Hla Myint, representante de la comunidad, que vive en un campo cerca de la ciudad de Sittwe en el estado de Rakhine (oeste).
“El gobierno —de Myanmar— ha creado unas condiciones de vida diseñadas para destruir a los rohingya” llevando a mucha gente a emigrar, declaró a AFP Matthew Smith, de la asociación de defensa de derechos humanos Fortify Rights.
A pesar de que muchos rohingya están en Myanmar desde hace generaciones, se les priva de la ciudadanía y durante mucho tiempo se les ha considerado como inmigrantes ilegales en el vecino Bangladesh.
Sin ciudadanía, no tienen libertad de movimiento, ni permiso de residencia, ni libertad religiosa y su acceso a la educación es limitado.
Una situación que empeoró con el ascenso del budismo extremista en Myanmar y los enfrentamientos intercomunitarios que estallaron en 2012 y que dejaron más de 200 muertos y 140 mil heridos, principalmente musulmanes.
A la deriva
Según datos de la ONU, entre enero y marzo de este año más de 25 mil personas, incluyendo muchos rohingyas pero también migrantes de Bangladesh que huyen de la pobreza, se embarcaron en la bahía de Bengala para esta peligrosa travesía.
“No es sorprendente que estas personas, desesperadas, salgan al mar con la esperanza de encontrar un futuro más seguro para sí mismos y para sus hijos”, considera Nicholas Farrelly, especialista en Myanmar en la Universidad Nacional de Australia.
Pero esta minoría de 1.3 millones de personas en Myanmar y 300 mil en Bangladesh, “está abandonada a la deriva, sin amigos y a menudo menospreciada”. Los políticos birmanos, inmersos en un año electoral crucial tras décadas de régimen militar, tienen que enfrentar el ascenso del nacionalismo budista y ninguno se atreve a implicarse en el destino de los rohingyas.
Desde principios de mayo, la presión sobre Myanmar ha ido en aumento tras el descubrimiento de fosas comunes de migrantes en los campamentos de paso utilizados por los traficantes en el sur de Tailandia.
Malasia y Tailandia comenzaron trabajos conjuntos de búsqueda y salvamento estos últimos días, con el fin de encontrar los barcos varados, y Bangkok anunció la celebración de una reunión regional el 29 de mayo para tratar la cuestión.
El jueves, un ministro malasio exigió que la Asociación de Naciones del Sureste Asiático, que no suele interferir en las políticas internas de los países, envíe un “mensaje fuerte” a Myanmar para que abandone su política “opresiva” contra la minoría. AFP