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Rodeado de hogueras que alumbran la noche, Shankar Pradhan se encontraba descalzo junto al río sagrado Bagmati en Katmandú, donde los muertos recuperados de entre las ruinas de la ciudad son traídos sin parar tras el terremoto que estremeció esta empobrecida nación.
Roció los pies y los labios de su hija con agua sagrada tres veces. Se arrodilló y besó el sudario anaranjado en el que estaba envuelta. Seguidamente, ayudado por familiares, esparció mineral de ocre rojo y caléndulas sobre el cuerpo, lo colocó en un sepulcro de madera seca y le prendió fuego.
Este antiguo ritual crematorio, que tiene por fin purificar las almas que parten al más allá, no fue el único que realizaron Pradhan y su familia. Cuando el terremoto destruyó la casa de cuatro pisos de su hermano, convirtiéndola en una montaña de escombros y polvo, se vio obligado a preparar 18 almas para el último viaje.
"No sé por qué sucedió esto. Pero no culpo a nadie, ni al gobierno ni a los dioses" , dijo Pradham, tratando de contener las lágrimas. "No puedes escaparle a las reglas de la vida. Nadie puede escaparle al hecho de que un día tenemos que partir" .
La hija de 21 años de Pradhan fue una de las más de cinco mil personas que murieron en el peor temblor que se registra en este país en más de 80 años. Incluso en una nación en la que la muerte y la destrucción causaron devastación desde los picos nevados del Monte Everest hasta aldeas remotas a las que los rescatistas todavía no han llegado, la pena que aqueja a la familia de Pradham es abrumadora.
ahd