La sociedad venezolana es ahora mismo un poderoso movimiento en contra de la dictadura de Nicolás Maduro. Contra la impaciencia o el pesimismo de numerosos analistas; contra las enormes y concretas dificultades que envuelvan la vida cotidiana de los venezolanos; contra la prepotencia del alto gobierno, que daba por hecho que su estructura de dominación se mantendría inalterada, en Venezuela se ha desatado una tromba política de múltiples consecuencias. En lo que sigue intentaré consignar cuáles han sido algunos de los cambios de mayor calado.
El primero que quiero anotar, es el carácter popular de la movilización. La inmensa mayoría de los hombres y mujeres que están participando en las protestas son habitantes de las barriadas urbanas, que hace veinte años fueron decisivas para que Hugo Chávez accediera al poder. Lo que está ocurriendo no podría ser descrito como un simple cambio de signo, la reversión del apoyo al rechazo. Es mucho más que eso: es la adhesión inequívoca y claramente expresada, políticamente consciente, de que la narco-dictadura debe acabarse de inmediato. En las últimas semanas, los militantes activos en favor de la Democracia, se cuentan por millones.
El movimiento anti dictadura tiene un carácter nacional. Mienten con descaro todos aquellos que, todavía a esta hora, hablan de la situación venezolana como un enfrentamiento entre dos bandos -como acaba de afirmar el gobierno de China-. Los dos bandos ya no existen. Contra la dictadura está más de 90% de la sociedad, y en la lucha concurren trabajadores y empresarios, estudiantes y campesinos, comerciantes y funcionarios públicos, de todas las ideologías y credos, residentes en pueblos y ciudades de todo el territorio.
Este poderoso despliegue de energías políticas y sociales tiene su contrapartida: el colapso del aparato de movilización del régimen. Lo que está pasando es inocultable, patético e irreversible. Los miembros de la banda gubernamental hacen convocatorias inflamadas, que se quedan sin respuesta. Se contratan autobuses que viajan desocupados. Se ofrece a las familias de los barrios, dinero y comida a cambio de asistir a las concentraciones a favor de Maduro, y, en proporción abrumadora, la reacción que se produce consiste en negarse a semejante intercambio, a pesar de que, a menudo, quien dice no, no tiene nada para comer. El declive de la narco-dictadura ha ingresado en una nueva fase: genera repulsa.
Que Juan Guaidó haya asumido las responsabilidades que le corresponden en su calidad de presidente de la Asamblea Nacional, se haya juramentado con fundamento en la Constitución vigente, y haya recibido el reconocimiento inmediato de numerosos países, Estados Unidos, Colombia y Brasil entre ellos, más el sustantivo espaldarazo de la OEA y de Luis Almagro, no remplaza ni menoscaba el carácter profundamente ciudadano de la lucha venezolana. La acción de Juan Guaidó y de un grupo importante de diputados de la Asamblea Nacional, así como de dirigentes políticos y sociales en todo el país, es indisociable del carácter masivo, popular y nacional que tiene la lucha.
En las declaraciones de Evo Morales y Miguel Díaz-Canel, o de los voceros de Podemos e Izquierda Unida, que hablan de golpe de Estado, se combinan el fanatismo, la ignorancia, el desprecio por los hechos y lo que llamaré, el dolor en el bolsillo: con el final del régimen criminal de Chávez y Maduro se acaba una fuente de financiamiento, cuyo origen es, indiscutiblemente, opaco e ilegal. En una palabra: corrupto.
El vertiginoso momento que está viviendo Venezuela, no sólo se expresa en el sorprendente fenómeno de un país aglutinado alrededor de un joven diputado, poco conocido hasta hace unas semanas. También es evidente en la respuesta de la dictadura, cuestión que reclama más análisis.
Quien examine los hechos no tardará en arribar a esta conclusión: el régimen de Maduro ha perdido la brújula. Ha abandonado el terreno de la política. Ha entrado en el marasmo de la repetición. Su repertorio está gastado: las declaraciones del alto mando militar, del directorio del poder judicial ilegítimo, de las señoras del Consejo Nacional Electoral o del Fiscal designado por la ilegítima ANC, son las mismas de siempre. Las amenazas de Diosdado Cabello por Venezolana de Televisión, copias de otras amenazas que, a su vez, también eran copias de sus propias amenazas. El palabrerío que incita a defender a Miraflores, no más que reediciones empobrecidas y sin consecuencias: no existe pueblo dispuesto a defender a la cúpula criminal.
Maduro no cuenta sino con el recurso de matar, reprimir y torturar. Le acompañan, por ahora, los jefes militares. ¿Hablan esos señores, que se reparten medallas entre ellos, por el conjunto de las fuerzas armadas? Mi respuesta es categórica: no expresan sus sentimientos, no las representan. Porque algo debe quedar claro para los demócratas de Venezuela y del mundo: el expansivo movimiento de lucha contra la dictadura, más temprano que tarde, incluirá a los uniformados. No me cansaré de repetirlo: viven bajo los mismos padecimientos que millones de familias venezolanas, son testigos de la destrucción del país, están hartos de ser instrumentos de un poder que saben ilegítimo y violatorio de los derechos humanos, por lo tanto, acompañarán a la sociedad civil en la liquidación de la narco-dictadura.
Director del diario El Nacional, de Venezuela