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Hace cuarenta años se inició la revolución islámica de Irán con el derrocamiento de la monarquía constitucional que durante 38 años gobernó Mohammad Reza Pahleví, conocido como el Sha de Irán, uno de los hombres más ricos del mundo y líder absoluto de su país. En aquel tiempo el presidente demócrata de los Estados Unidos, Jimmy Carter, definió a Irán como “una isla de estabilidad en el Medio Oriente”.
La revolución islámica, concebida originalmente como un movimiento de gran alcance social, reinstauró el fundamentalismo religioso en ese país y abolió todas las costumbres consideradas decadentes de Occidente. El nuevo gobierno lo encabezó el Ayatolah Ruhollah Khomeini, un imán chiita, líder espiritual de millones de iraníes que vivía exiliado en París desde 1964. Su arribo a Teherán en medio de la crisis política fue tumultuoso. En poco tiempo estableció un gobierno provisional y posteriormente se declaró líder del nuevo gobierno teocrático, declaró ilegal al parlamento y anunció que nombraría un nuevo gobierno porque “esta nación cree en mí”. En un referéndum se proclamó la República Islámica de Irán con el imperio de la Fatwa y el Corán como norma suprema.
Sus seguidores invadieron la embajada de los Estados Unidos y tomaron 53 rehenes, hecho que definió la derrota de la reelección de Carter por el fracaso en el operativo militar de rescate y su carácter frágil; su gobierno se debilitó ante los votantes y ante otras naciones. Casualmente los rehenes fueron liberados el mismo día que inició el mandato de Ronald Reagan.
El Sha huyó de Irán de inmediato. Inicialmente fue rechazado tácitamente por los Estados Unidos y pasó por Egipto y Bahamas. En junio de 1979, Mohammad Reza Pahleví, su esposa, Farah Diba, y familiares y asistentes llegaron a México a solicitud del gobierno norteamericano y otras personalidades. En una primera etapa se les recibió en congruencia a nuestra política de asilo a perseguidos políticos. Se instaló inicialmente en Cuernavaca y posteriormente en Acapulco.
La actitud de Irán y otras naciones islámicas aliadas fue muy dura hacia México o con cualquier otro país que les diera asilo, dado que el nuevo régimen exigía la extradición del Sha para ser juzgado en Irán.
Esta situación puso a México en un nivel de tensión, aunado a la escalada del conflicto bipolar de su tiempo por las condiciones de la riqueza petrolera y fortaleza militar de aquel país y el riesgo de que la inestabilidad general de esa zona se propagara a nuestro territorio.
A la distancia la decisión de México fue la adecuada al declarar su neutralidad y alejarse de un conflicto geopolítico ajeno en todos los órdenes. La amarga lección del asesinato de León Trotsky puso en total alerta al gobierno mexicano por las declaradas expresiones de atentados contra el Sha en donde los grupos terroristas islámicos lo pudieran encontrar.
Nuestra política exterior se reorientó para librar los peligros evidentes contra el Sha de Irán y en su caso contra el país. La apuesta por la imparcialidad y la neutralidad en una crisis diplomática de grandes dimensiones liberó a México de riesgos de consecuencias históricas. En el ajedrez político internacional como en la vida diaria, no hay mejor sabiduría que identificar qué pieza representa uno y en qué parte del tablero debe mantenerse.
Rúbrica. No hay más ciego que el que no quiere ver. El “Chapo” fue sentenciado en los Estados Unidos; varios cargos son por delitos y detalles de su organización situados en territorio mexicano, pero inexplicablemente no hay referencias públicas al decomiso de las cuentas millonarias de dólares y mucho menos a la lógica complicidad o corrupción de alguna autoridad en ese país. ¿Será por eso que dicen que la justicia es ciega?
Político, escritor y periodista.
@AlemanVelascoM
articulo@alemanvelasco.org